Ana
El timbre de la escuela y sentí una opresión en el pecho, mientras los niños salían corriendo alborotados, busque con la mirada a Sofía, pero mis ojos se encontraron primero con los de él.
David estaba apoyado contra la verja, con las manos en los bolsillos y esa expresión que conocía tan bien, contenida, atenta y dolida.
—No pensé que iba a encontrarte aquí —le dije cuando él se acercó.
—Y yo no pensé que me ibas a evitar durante una década.
Sus palabras me golpearon fuerte, pero me mantuve firme, no iba a dejarse vencer, No aquí, menos frente a él.
—Yo no te debía explicaciones, no después de lo que pasó.
David bajó la mirada un segundo. Cuando volvió a mirarme, su voz se quebró apenas.
—Sí, me las debías… pero yo también te debo muchas, sobre todo, una —trague saliva, deseando no temblar.
—¿Cuál?
—La de por qué te dejé ir.
—Eso ya no importa ahora, pasaron muchas cosas en el medio.
—Sí, como el hecho de que fui padre y nunca me lo dijiste —sabía que no tenía que confrontarlo, puesto que tenía las de perder, él tenía razón en todo.
—David, eso no voy a discutirlo ahora —regrese mi vista a la salida del colegio de Sofía y aun no salían.
—Sí te pone nerviosa mi presencia, puedo irme, pero no para siempre, mi hija y yo merecemos la verdad —fue tajante con su respuesta, tan certera que me cortaba como un cuchillo de doble filo.
—Claro que sí y afrontare las consecuencias de mis actos, pero tu también tienes mucho que decir.
—A mi favor debo decir que puedo ser el causante de tu decisión, pero no el culpable de que mi hija crezca sin un padre y yo no sepa de ella.
—No repitas a cada rato lo que se, ya es complicado todo para mí —le dije y mi cuerpo temblaba como una hoja, no podía estar tranquila con el observando todos mis movimientos.
—Ana, no quieres ver la realidad, acaso no te das cuenta de la gravedad de tus actos.
—Claro que lo se, aunque no lo parezca, pero este no es el lugar para hablar, además como sabias que estaría aquí.
—Eso no importa, lo que realmente aquí es prioridad es Sofía, nuestra hija —al decir aquello mis ojos se cristalización y mire a otro lado.
—No quiero que te pongas mal, ahora me voy, pero mañana quiero que vengas al hotel, así charlamos.
—No, mejor que sea en la panadería, estaré ahí en la mañana desde las ocho me encuentras.
—Necesito que sea más privado, no pongas más excusas, te espero en la cafetería del hotel —no me dio tiempo a responder y se fue.
Me quede con la lágrimas queriendo caer, pero me las trague y ese nudo en la garganta me rompió por dentro.
Sofí no tardó en salir, y mientras caminamos de regreso a casa, buscaba a David con la mirada, sabía que él estaba al acecho y no podía culparlo, en su lugar hubiera hecho lo mismo.
Deje a mi pequeña en clases de apoyo de matemáticas y fui a la panadería. Tenía trabajo pendiente. Por suerte tenía en que ocupar mi mente por un buen rato.
David
Ante la inesperada noticia de mi paternidad, elabore un plan de trabajo aquí en el hotel, mi secretaria se encargo de enviarme las carpetas de los próximos proyectos, incluidos estos.
Le había comentado a mi abogado lo descubierto, y fue él quien se ofreció a venir hasta aquí para ayudarme.
—Buenas tardes, Lorenzo —le extendí la mano al encontrarme con él en hotel en donde me estaba hospedando, ya que quería iniciar todo lo legal para reconocer a Sofia con mi apellido.
A mi mente venia una y otra vez la imagen de Sofia y en la nostalgia que me invadía al saber que no pude estar desde que llego a este mundo y todo lo que Ana me ah negado, ella sabía cuanto deseaba ser padre, en su momento lo habíamos charlado, aun así, decidió excluirme y por eso no seré bueno con ella.
Ana
Al día siguiente apenas entré a la panadería, saludé con una sonrisa forzada y me puse el delantal sin decir una palabra. No quería hablar con nadie. Todo en mi interior era un torbellino que amenazaba con romper la calma que tanto me costó construir en estos años.
Mientras amasaba pan con movimientos automáticos, mi mente se alejaba del presente, lo vi a él, otra vez. Su mirada dolida, la forma en que apretó los labios antes de irse. Y esa palabra que me rompía por dentro, cuando decía, nuestra hija. Ahora que la dijo en voz alta, sonaba tan real, tan irrefutable.
Me odiaba por no haber sido valiente, por no haberle dado la oportunidad de conocerla desde el principio, pero también me dolía recordar por qué tomé esa decisión. Lo hice para protegernos, para curar la herida que él mismo dejó abierta.
El timbre de la puerta me sacó del trance. Era una clienta habitual, así que me forcé a sonreír y atenderla, ya que todo lo que quería era que el día terminara. Y deseaba no tener que ir a ese hotel.
Me quedé sola un rato en el local, encendí la cafetera vieja y me senté en la mesa del fondo. No podía dejar de pensar en la cita, no quería ir, pero sabía que debía hacerlo. Por mí, por Sofía, e incluso por él.
Tomé aire y miré por la ventana, donde las luces del amanecer indicaban la llegada de un nuevo día y es que a veces, el pasado no se queda quieto y vuelve con ojos tristes y una promesa llena de respuestas.
Y yo, por más miedo que tuviera, no iba a huir esta vez.