La hija del presidente

Capítulo 4. Cinco años después



 

 

Actualidad

 

Liv

—Tu mochila, cariño. 

—Ya voy, mamá. ¡Que estrés ir a la escuela! ¿Por  qué  no puedo no ir como el abuelo?

—Porque soy tu madre  y yo digo que no. Los niños deben estudiar ¿no quieres ser una doctora como mamá?

Parece pensarlo y luego asiente. 

—Si quiero, pero no tanto. 

—Cómo es eso que no tanto.

—Quiero ser una doctora a medias, mamá. No estudiar tanto como tú, me da náusea escribir. 

Salió  igualita a su abuelo. Suele escuchar casi todas nuestras conversaciones que claramente son aptas para ella. Cuidamos muy bien lo que decimos porque no quiero que malinterprete todo. 

—Las niñas buenas deben estudiar. 

—Yo no quiero ser una niña buena, yo quiero ser mala.

—Oye, las niñas malas no me gustan.

—Fácil— sonríe genuina —Ten otra y ella tal vez sea buena. Me serviría tener una hermana, sabes, mamá. Los niños que crecen solos son más propensos a tener una soledad en el crecimiento. 

No pues seguro será una gran doctora como yo, solo que en otra cosa porque lo veo bien lejano que le guste la medicina. Tiene más fetiches de abogada y paciente de psicología.

—No me gustan las niñas, así que tú tienes suerte de existir.

—¡Mamá! — se indigna —Acaso quieres que quede traumada.

— Cariño, ya lo estás. Ahora ve a clase y demuestra quien es Sol Gibson. 

—Odio mi nombre, mamá, me dicen parte de la galaxia.

—Tienes suerte que seas parte de la galaxia. Yo quería ser venus y mira, me toco ser tu mamá. 

Me da un beso en la mejilla y entra a su escuela con los demás niños que según mi Sol de medio día, son malvados, hirientes, metiches y llorones. Todo eso en un pequeño ser humano de menos de seis años, mi niña es intolerable a la paciencia, cada día tiene más aptitudes del hombre que nos abandonó. 

Conduzco a mi empleo en el hospital, tengo varios pacientes hoy, he revisado a la señora Marge que padece de un terrible cáncer en el hígado, le quedan pocos meses de vida. Eso me hace lamentar haber estudiado medicina, los casos que suelo ver son duros pero sueles tener una pequeña costumbre. 

—Doctora Lauren— me llama mi asistente y enfermero. 

—Dime. 

—La señora Marge falleció esta mañana, su cuerpo ya está en la morgue. Será cremado en un par de horas. —lamentable —Sufrió un infarto por el dolor ocasionado por el mismo cáncer. 

—Dios, lo lamento tanto. 

—Y otra cosa, hay un paciente en la habitación nueve. No quiere ser atendido por una mujer porque según dice, son mejor los doctores. 

¡Halagada me siento! 

—Que intenso. 

—Su hijo la trajo aquí porque es el mejor hospital y con buenos doctores. Solo que ellos están ocupados y no pueden atenderlo, se lo asignamos a usted. 

Rayos, me tocará lidiar con un paciente machista. 

—Ire ahora, está bien. 

Llevo mi cubrebocas y mis guantes para ir a revisarlo, he tenido pacientes petulantes pero no machistas, a excepción de uno que no quería que lo tocara porque yo “tenía” sucias las manos y no era así, tenía una obsesión esquizofrénica con la limpieza lo que provocó una fuerte intoxicación en su sistema por usar productos con demasiado cloro. 

—Buenos días ¿qué tal está? — entro a la habitación. El señor se me hace conocido, creo que lo he visto pero no recuerdo donde. —¿Me puede decir que sintomas tiene? 

—Por favor, pedí un doctor. ¿Dónde está mi doctor de cabecera? Solo confío en él. 

—Lo siento, el doctor Clinton está de vacaciones. Soy su suplente, no tiene de qué preocuparse. Esta en buenas manos —intento tranquilizarlo —Es solo una revisión de rutina. 

—No. 

Que odioso. 

—Entonces no puedo hacer nada por usted. 

—Quiero a mi médico de cabecera. 

—Y yo le dije que no está disponible, a menos que quiera esperar un mes para que él lo revise. 

Farfulla unas cosas en voz baja. Soy joven, terminé  mis estudios hace menos de un año, pero eso no quiere decir que no sepa lo que hago, ser joven no te hace inexperto. Me gradué con honores, joder. Tantas ojeras bajo mis ojos no son de adorno. 

—¿Su familia está aquí? 

—Mi hijo sí, viene en camino. Mi esposa falleció hace un año. 

—Okey, entonces hablaré con su hijo. 

—Es un hombre muy ocupado así que hagamos un trato— se acomoda en la camilla. —Usted le dice que estoy bien y yo le pago el doble. 

Viejito condenado. 

Su oferta es tentadora pero no, mis principios no lo permiten. 

—Me parece bien, pero igual tengo que hablar con su hijo. 

—Ha venido ya, está fuera. 

—De acuerdo, quédese aquí. 

Cierro la puerta tras de mí, no me había topado con un paciente tan necio. 

En la sala de espera hay dos personas, un hombre alto a unos pasos de mí, que habla por celular. Mi piel se eriza de repente, debe ser porque el señor no dejo que lo revisara cómodamente. 

La otra persona es un ¿guardaespaldas? No estoy segura pero tiene toda la pinta de serlo. Incluso el “señor” podría defenderse solo, es más alto y parece más musculoso que su guardia. 

—Familiares del señor…— cojo el expediente y lo leo, no me puse al tanto antes de entrar, error de mi parte. —Coleman… 

¿Coleman? Puedo jurar que ese apellido también me suena, por increíble que parezca tanto como el rostro del señor presiento que ya lo he visto antes. 

El hombre corta su llamada y se voltea, ese es el momento donde toda la sangre abandona mi cuerpo y el aire frío cae sobre mi cara. Él se acerca a mí, con paso seguro y viéndome directo a los ojos, la apetencia que me abarca por huir de aquí es inconmensurable. No tengo manera de huir y si lo hiciera, le pondría más leña al fuego. 

—Soy yo, soy su hijo —su voz… 

Di algo, Liv. No te ha reconocido. 

—Su padre no permitió que lo revisara. Insiste en que quiere al doctor Clinton, no puedo darle un diagnóstico sin una revisión —cambió mi voz a una chillona. Lo suficiente para pasar desapercibida. 




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