AÑOS ATRÁS
Amir ingresó a la habitación que Abril compartía con su madre. Sabía que estaba en las labores de limpieza y que podría hablar con su mejor amiga, aunque esta vez no iba como un simple amigo.
La sorprendió atrapándola por la espalda y besando su cuello.
—Amir, estás loco, no puedes hacer esto. Te dije que es un error, vas a casarte.
—No voy a casarme si no es contigo, Abril —su acento le causó gracia como siempre, pero se enorgullecía de haber sido quien le enseñó su idioma natal, el español—. Deja que hable con el rey, va a entenderlo.
Abril lo miró con tristeza.
—Amir, sabes que el rey Hadi Al-Fahim jamás va a aceptarme como tu esposa. Lo que pasó fue…
La interrumpió con un beso.
—Te amo, Abril —dijo, dejándola sorprendida—. No como mi amiga, te amo como mujer, quiero que seas mi esposa, la reina, la madre de mis hijos. Hablaré con él.
—Amir —se giró y le acunó el rostro con ambas manos—, Amir, nunca debimos dejarnos llevar. Somos diferentes, soy española, una simple empleada aquí en tu país. Tú eres de la realeza, ni siquiera podemos ser amigos. Es mejor que te olvides de eso, la princesa Yara es una buena mujer, ella te hará feliz.
Amir besó su frente, ignorando lo que decía. A pesar de conocer las leyes y reglas que regían su familia y a las cuales debía rendir tributo por ser el único hijo del rey, para él, su amor lo podía todo, y haría todo lo que tendría que hacer para que su mejor amiga desde la infancia se convirtiera en su esposa, y no a escondidas como habían mantenido su amistad año tras año.
—Te amo a ti, Abril. Solo a ti —la besó y consiguió llevarla, con los cuidados necesarios, a su habitación, donde, a plena luz del día, hicieron el amor.
Abril suspiró profundo. Amir besó su cabeza y la abrazó fuerte.
—No estés triste, te aseguro que vas a ser mi esposa.
Abril, sabiendo que aquello sería un imposible, fingió que le creía. No era eso lo que le preocupaba, sino el secreto que no se atrevía a decirle: estaba embarazada de su mejor amigo, de su príncipe y único amor de su vida. Sabía lo que decirle causaría, y por ello lo estaba ocultando, a pesar de la relación de seis meses que a escondidas llevaban.
—No me arrepiento de amarte, Abril. Te elegiría una y otra vez. Te amo —logró que lo mirara—. ¿Qué tanto me amas tú?
—Mucho, con todo mi corazón —ella lo besó, y sin darse cuenta de que la reina Samira no solo vio, sino que escuchó los planes rebeldes de su hijo, sellaron su encuentro—. Tengo que volver a mi lugar antes de que se den cuenta de que no estoy.
—Voy a extrañarte. Tengo que salir, pero volveré en la noche. Prepararé el terreno para decirles a mis padres que te elijo a ti. Dentro de dos semanas... Quisiera no esperar, pero estoy a cargo de muchos eventos y situaciones que requieren mi atención. ¿Me esperas?
—Toda la vida, amor —lo besó.
Se vistieron y se despidieron una vez más. Amir salió, Abril se quedó a organizar el desorden que había dejado. En un descuido, olió la almohada en que su amor dejaba su aroma impregnado noche tras noche.
—Te amo tanto, pero lo nuestro nunca podrá ser. Nunca me aceptarán como tu esposa y mucho menos a nuestra hija —llevar sus manos a su vientre fue su peor error.
Al escuchar aquello, la reina Samira no solo enloqueció, armó un plan de inmediato. No permitiría que nada arruinara la reputación y estabilidad de su familia. Para quienes el amor estaba en segundo plano y lo único que importaba eran el honor y las apariencias, no estaba dispuesta a permitir que su hijo los dejara en vergüenza y desprestigio.
Horas más tarde, por órdenes de su reina, Abril volvió a su habitación, de donde sus padres habían sido corridos antes, de manera estratégica y silenciosa.
—No lo quiero, está frío —fingió rechazar el té que tenía en mano—. Bébelo, no quiero que se desperdicie nada.
—Su Alteza Real, no puedo, yo…
Al ver su mirada severa, Abril lo bebió. La copa resbaló de su mano y lo único que podía ver y escuchar eran dos voces y cuerpos distorsionados.
Mientras Abril, abatida por la sustancia que había bebido, se encontraba sin saberlo en brazos de Zaren, el empleado más leal del palacio real, quien por una cuantiosa suma accedió al plan de la reina. Misma que esperó paciente al príncipe Amir.
Quien, exhausto, regresaba a casa. Aunque sabía que poco lograba tener la paz que durante sus vacaciones en otros países conseguía, esperaba poder tener tiempo a solas con la mujer que amaba y esperaba poder convertir en su esposa, y así recargas sus energías.
—Bienvenido, hijo —lo saludó como de costumbre.
—Madre… —correspondió a su saludo.
—La princesa Yara y su familia nos han invitado a desayunar mañana.
—Tengo muchos compromisos, Su Majestad.
—¿Es eso o que no quieres casarte como es debido?
Amir apretó la chaqueta de traje, conteniendo el deseo de revelar su decisión. Al ver su silencio, la reina se acercó.
—Hijo, has nacido para servir al reino, no para seguir tu corazón. Casarte con la princesa Yara no es algo que se vaya a discutir. Ambos han sido preparados desde niños para su unión.
—Lo sé, Su Majestad. Quiero descansar, pediré a Abril que me lleve la cena.
—¿La plebeya? La he estado buscando hace horas, aunque no he ido a su habitación. Parece que ella y sus padres se han tomado el día libre. Como siempre, la servidumbre haciendo lo que les place.
Amir la miró preocupado y, sin importarle mucho su presencia, se dirigió a la habitación que ocupaba su amada, encontrándose así una dolorosa escena: su amada en brazos de otro. Su mejor amiga le había mentido, no lo amaba. Asumió la razón detrás de la negación a casarse con él.
La reina se fingió indignada y, a gritos, los despertó. El rostro de Abril, lleno de confusión, no se comparaba con el dolor en el de Amir, quien, sin esperar, salió de la habitación. Abril se vistió con torpeza y lo siguió, la reina no lo impidió.