ACTUALIDAD
La reina Samira siguió al príncipe, quien se dirigía a ver a su padre en el despacho. Ahí, el rey sostenía una reunión de horas con sus consejeros.
—Mi hijo se hará cargo —aseguró, aunque no tuviera su consentimiento—. El príncipe Amir ha regresado, ya no es el adolescente de hace años. Los errores no se volverán a repetir.
Los consejeros se miraron entre sí. En lugar de cumplir con sus papeles, se limitaron a seguir órdenes y los deseos del rey.
Del mismo modo en que la reina pretendía que Amir, al regresar, cumpliera con los caprichos de ambos.
—Ya no soy ese adolescente —respondió a la comparación que hizo su madre, quien fingía no saber la razón de su amargura y cambio—. Si regresé fue por la enfermedad del rey, pero nada cambiará. No me casé antes y no lo haré ahora.
—Amir, nos dejaste en vergüenza hace años cuando huiste sin una razón lógica. Su Majestad ha sido paciente porque eres su único hijo. Debido a su estado de salud, el palacio espera que tú estés preparado para asumir su lugar ante cualquier eventualidad.
—Lo haré, bajo mis condiciones.
—¿Tus condiciones? Conoces nuestra cultura, conoces las reglas, y no puedes pretender cambiar todo solo por un capricho tuyo.
Amir se detuvo. La miró a los ojos como antes no se atrevía a hacerlo. Durante los cuatro años desde su partida, se había estado sintiendo culpable. Asumía que sus padres no sabían la verdad, la razón de su comportamiento. Aunque ignoraba que fue Abril y sus padres quienes pagaron las consecuencias de ese amor.
—Lo pensaré —la culpa que sentía por la supuesta enfermedad de su padre lo agobiaba.
Antes de que la reina le diera una respuesta, Amir, ahora un hombre fornido, fuerte y al que la sonrisa se le había borrado, entró en el despacho.
Su padre lo miró, jugando bien su papel.
—Majestad —Amir bajó la cabeza después de saludar al resto—. Pidió verme.
El rey se fingió indignado.
—Déjenme a solas con él… con Amir —ordenó con un tono severo Su Majestad.
Sin protestar, todos obedecieron.
El hombre se sentó sin dejar de observar a su hijo frente a él.
—Cuatro años —soltó, dando golpecitos con su bastón en el lujoso piso—. Han pasado cuatro años desde que nos dejaste en vergüenza. No solo con nuestro país, incumpliste todos los acuerdos.
—No iba a casarme sin amor —respondió con los dientes apretados.
El rey se echó a reír.
—¿Amor? ¿Desde cuándo el amor es más importante que la familia? ¿Que el honor y el prestigio? Eras un joven estúpido, Amir. Traté de enseñarte, de hacerte un hombre de verdad, que viera el verdadero valor de la vida.
—¿De qué ha servido todo lo que han construido? ¿Ha valido la pena, padre? Mírese.
Con fuerza, el rey azotó su mano sobre el escritorio.
—Eres responsable. Te fuiste dejando atrás la causa de mis males. Me costó mucho volver a ganarme el respeto y salvar nuestro prestigio y honor. Tus actos me están matando, Amir, pero puedes hacer una cosa por mí.
Amir apretó los puños.
—Si eres un hombre de verdad, el príncipe que quise forjar va a regresar, va a bajar la cabeza, seguir la mentira que nos obligamos a inventar y ocupar el lugar que nunca debiste dejar, prepararte para, en algún momento, ocupar mi lugar.
Amir quiso protestar, pero el rey comenzó a toser, a mostrarse débil.
La reina ingresó.
—El rey necesita descansar de todo esto. Hijo, piensa en tu padre. Vuelve al palacio real, ocúpate de los asuntos que puedan agravar su situación. Los consejeros estarán a tu lado. Me ocuparé de tu padre y luego seguirán su conversación.
Amir se quedó ahí. Su molestia se disipó al ver el estado de su padre, al echar un vistazo sobre los documentos en el escritorio y ver que su padre tenía cáncer terminal. La culpa lo obligó a sentarse.
Mientras se enteraba de todo con los documentos dejados a propósito por el rey, quien, al ingresar a la habitación, dejó de fingir. Pensaba en lo que debía hacer.
—Han pasado cuatro años desde que nos deshicimos de esa empleada y sus padres. Amir aún sigue afectado por ella. Noté en su mirada cómo recorría cada rincón de la casa —dijo la reina con fastidio.
—Esa sinvergüenza dejó de ser un problema hace años. Supe que su padre murió en la prisión a la que lo envié. Con la amenaza que les hice antes de enviarlas a su país, seguramente jamás sabrá de ellas. El plan dará resultados. La princesa Yara está dispuesta a olvidar su desplante. Es cuestión de que Amir siga el juego. Cuando todo esto termine, fingiré que me he recuperado como acto milagroso.
Con la complicidad que durante años lograron fortalecer, celebraron su plan, mientras, con los pensamientos y la culpa atormentándolo, Amir escuchaba a los consejeros.
Tomó la decisión de quedarse y casarse. A sus padres les había ido bien. La culpa lo llevó a asumir que compensarlos era lo menos que podía hacer. Después de todo, ellos no tenían la culpa de que su amor no hubiera sido suficiente para quien aún recordaba con rencor y cierto desprecio, que le impedía volver a intentar siquiera pensar en otra mujer.
—Lo recomendable es que aparezca eventualmente, en eventos, en los asuntos que debería estar gestionando de no haber estado en su tratamiento. Estos son algunos de los eventos cercanos.
Amir recibió la agenda que le entregó el consejero principal. Repasó cuidadosamente cada uno de ellos y recuerdos lo asaltaron de improvisto.
Los planes de ayudar a los más necesitados que habían ideado desde que se hicieron amigos. Sintió el deseo de rasgar el papel al imaginarla feliz, con todo aquello que habían planeado, pero con alguien más. Mientras a él lo habían condenado a vivir en la amargura.
Escuchó atentamente a los consejeros. Cuando tuvo todo claro, se decidió por el primer evento de carácter público.
—Visitar esa escuela de bajos recursos mantendrá a esa gente feliz y agradecida.