ACTUALIDAD: ENCUENTRO CONVENIENTE
Amir ingresó a su habitación. Aunque lo deseó, no pudo evitar que una ola de recuerdos lo asaltara. Sin embargo, los ignoró. Se dio una ducha tan rápida que no dio tiempo a las emociones, que intentaban, como en los últimos años, robarle la calma.
Ella era la razón de su amargura. Ella era la causa de todo aquello que lo tenía sumido en el dolor, incapaz de avanzar.
Con rabia, se vistió. Se miró al espejo, ahora con la barba perfectamente recortada, un rostro perfilado al que la amargura añadía un matiz de severidad que no poseía. En el fondo, seguía siendo aquel hombre que creía en el amor, en la igualdad, pero que ahora su corazón se cubría con una coraza de tristeza que a su vez le daba cierto aire de crueldad a su carácter.
Pues hacía mucho que, al dejarse llevar por aquella tarde, perdía el control, consiguiendo que, al igual que al rey, su padre, la gente lo mirara con temor.
Una vez que vistió los atuendos que hacía años no portaba, se dirigió a la habitación del rey, donde yacía, fingiendo mejoría, hasta que lo vio.
—Salgo al primer evento —dijo con tono serio.
—Ya todos los medios están al tanto. Recuerda seguir la historia. En todo caso, recibirás el apoyo que requieras. Una cosa más: la princesa Yara y su familia vendrán a cenar. Llega a tiempo.
Amir asintió, se despidió y salió para abordar el auto, rechazando la caravana real que habían preparado los consejeros.
Durante la hora que llevó el trayecto, Amir permaneció estudiando todo acerca del lugar. Salt le pareció interesante. Ayudar a los más necesitados ahí, por lo que leyó, era mucha la necesidad. No solo pensó en las escuelas, centros médicos y centros de ayuda. Eso le daba algo de ilusión.
—Primero iremos a que Su Alteza coma algo. Ha sido un viaje agotador. Debió aceptar viajar por vía aérea.
—¿Qué clase de impresión estaría dando? ¿Acaso he venido a presumir lo que mi familia posee ? —los miró con severidad—. El rey no está a cargo. Lo estoy yo. Las cosas se harán a mi manera. Pueden irse a comer. Yo me las arreglaré y los veré en el punto cuando sea momento.
Amir se deshizo de aquello que lo identificaba como alguien de la realeza. Optó por caminar, por conocer por sí mismo las condiciones del lugar. Los consejeros, con desaprobación, lo miraban.
Mucha gente se acercó, pero Amir ya había desaparecido entre la multitud. Caminaba por el lugar, observando con tristeza, pero también contagiado por cierta libertad.
Misma con la que Abril bañaba a la pequeña Lia.
—Por favor, no corras, Lia —le decía, yendo detrás de ella con las ropas húmedas. A su pequeña le gustaba hacer travesuras, y el hecho de que le permitieran vivir ahí, mientras enseñaba a los más pequeños, gracias a que dominaba perfectamente el idioma y tres más —como lo eran su idioma natal, inglés y francés— le permitía amplias posibilidades. Amada por padres y alumnos, Abril, quien a causa de la crueldad del rey había perdido a su padre (muerto en prisión) y a su madre (con un infarto), se obligaba a ser feliz—. Ven aquí, tengo que terminar de bañarte.
Con risas contagiosas, pasitos torpes y toda la libertad que le ofrecía el lugar, Lia seguía corriendo.
—Te tengo —atrapó a la pequeña de tres años y meses, con un cabello tan rojo como el suyo. Los ojos azules de su padre, que aunque trataba de olvidar por el resentimiento de que no hubiera tenido el valor de luchar por ella, no le permitían odiarlo como lo deseaba—. Tengo que preparar las clases y tú no puedes andar mojada.
—Te quielo, mami —le besó el rostro y la rodeó con sus pequeños brazos.
Juntas volvieron al baño. Luego de vestirla con un vestido que la hizo feliz, Abril se sentó a preparar sus clases, mientras la vigilaba correr de un lado a otro, jugando.
—Mami, soy una plincesa —giró con su vestido rosa y sonrió.
Abril sonrió, aunque aquello la llenaba de tristeza. Sabía que era cierto: su hija era una princesa de verdad, aunque ella nunca lo sabría.
—Así es, eres una princesa, mi amor.
Abril se concentró de nuevo, tanto que no se percató de que, emocionada, como otras veces, Lia salió de la escuela buscando jugar con los niños a su alrededor. Siguió una mariposa, curiosa y divertida, del mismo modo en que el príncipe, curioso, caminaba en aquella dirección. Su intención era conocer el lugar, pasaba desapercibido, escuchando los rumores de la gente. Mismos que Abril ignoraba. Sabía que allí, el rey y su poder nunca llegarían. O eso creyó, hasta que el rey, al saber las preferencias de su hijo —aunque las consideraba inútiles— las incluyó.
Todo lo que hiciera falta para que volviera y asumiera su lugar.
Amir siguió su camino, del mismo modo en que, ignorando cuánto se alejaba, Lia siguió la mariposa. La gente, que se marchaba hasta donde verían al príncipe, ignoraba a la pequeña, que todos sabían era hija de la única profesora dispuesta a trabajar sin paga.
—Mami —Lia se dio cuenta de que no sabía dónde estaba cuando la mariposa alzó vuelo.
Asustada, miró sin saber a dónde ir. Llorando, siguió avanzando. Las lágrimas empañaron sus ojos, provocando una caída que la obligó a detenerse.
Amir la notó, mientras Abril apenas se notificaba de su ausencia. Salió a su búsqueda desesperada, pero tomó el camino contrario.
—Hola, princesita —Amir se agachó luego de observarla unos minutos, sin poder evitar pensar en ella, en la mujer que aún le dolía, al notar bien a la niña frente a él—. ¿Te encuentras bien?
—Mami —Lia rompió en llanto. El perfecto español de la niña hizo que su corazón sufriera una punzada.
Amir, quien no supo cómo manejar la situación, se puso de pie, miró alrededor, se rascó la cabeza sin dejar de mirarla y sentir la presión en su pecho.
—¿Dónde está mami? ¿Cómo se llama tu madre?
Lia solo lloró más. Amir volvió a intentar. Le extendió los brazos, pero al ver que negaba con la cabeza y no hacía más que balbucear y sollozar, se sentó a su lado.