ACTUALIDAD: DOLOROSA VERDAD
Con la pequeña en brazos, Amir llegó hasta donde se encontraba uno de los consejeros y la seguridad.
—Su Majestad. ¿Quién es la niña? —le preguntó cuando este se hizo espacio e ingresó con la pequeña ya dormida, pero abrazándolo tan fuerte como sus pequeños brazos le permitían hacerlo.
—Está extraviada, quizás por el evento. Ocúpate de la entrega —le extendió un documento—. Que las promesas queden claras y sean entendidas. No hace falta decir que no quiero errores.
El hombre quiso protestar, pero la mirada severa de Amir le resultó suficiente, seguida de la advertencia de no comentar nada al rey.
—Soy lo suficientemente adulto y capaz para que reporten mis acciones al rey. La niña necesita volver con su madre, me encargaré personalmente de eso.
El hombre apenas movió la cabeza para asentir. Amir, con la pequeña aún aferrada a él, ingresó al lugar. Desde ahí, podía ver a todos llegar, buscar la presencia del príncipe.
Mientras, Abril, sin importarle nada, buscaba en cada rincón a Lia. Su corazón sintió alivio al llegar y no ver al príncipe. Sin embargo, el no encontrar a su hija hizo que el desespero volviera a consumirla.
—Venga conmigo, señorita —dijo uno de los consejeros, cuando Amir, al reconocerla, pidió que la llevaran ante él.
El miedo la invadió al pensar que era obra del rey.
—No puedo. Estoy… estoy buscando a mi hija —se negó.
—De eso se trata —le dijo el hombre impaciente.
El corazón de Abril se aceleró al imaginar que el rey había conseguido y secuestrado a su hija. Se temió lo peor, y eso la impulsó a seguir al hombre.
Con Lia en brazos, Amir caminaba de un lado a otro. Los sentimientos eran tan confusos que le dolía incluso respirar.
—Solo quiero ver a mi hija —dijo Abril cuando ingresó al lugar.
Amir escuchó su voz. No giró de inmediato, solo acomodó mejor a Lia en sus brazos.
Abril sintió que el aire se le iba al notar, aunque de espaldas, aquel cuerpo que reconoció de inmediato: su estatura, su cabello, su físico, que aunque ahora un poco más definido, no podría olvidar.
Cuando Amir se giró y notó no solo su rostro, sino a su hija en brazos, el mundo pareció abrirse bajo sus pies. Frente a ella tenía un cuadro que se prometió evitar, que asumió nunca vería: su hija, su ángel, en brazos de quien trataba de convencerse que odiaba. No era su mejor amigo, no era el amor de su vida, era parte de su desgracia.
—Mi hija —avanzó con decisión y los brazos extendidos.
—Déjanos a solas —pidió Amir al consejero.
Al ver su intención de protestar, le repitió con severidad su orden.
—Mi hija —insistió Abril, y tras acercarse, notó el gesto esquivo de Amir.
—Mi hija, por favor.
Amir la miró detenidamente. La conocía, sabía que una sola pregunta podría borrar las dudas que tenía.
—¿Quién es su padre? —inquirió finalmente.
Abril apretó los dientes, se acercó y arrebató a la niña de sus brazos. En cuanto quiso salir, Amir se interpuso.
—Es mía. Es mi hija.
Incapaz de negarlo, Abril abrazó a Lia tan fuerte que la despertó.
—Mami —le rodeó el cuello con sus pequeños brazos—, mami.
Se echó a llorar, emocionada. Abril la abrazó más fuerte, la llenó de besos y cuando la acomodó para limpiar sus lágrimas, Lia notó la presencia de Amir.
—Hola, princesa —Amir se acercó, a pesar del impulso de Abril por evitarlo—. Te prometí que encontraríamos a mami.
—Por favor, amor, dile gracias al señor. Ya tenemos que irnos —dijo Abril sin mirarlo a los ojos.
—Glacias —con una sonrisa tímida, Lia lo miró.
Amir se acercó, dejando de lado su molestia.
—Eres una hermosa princesa. ¿Cómo te llamas?
—Lia —dijo tímida.
Amir le extendió los brazos. Abril retrocedió, pero Lia extendió los suyos.
—No, tenemos que irnos.
Amir negó con la cabeza. Se acercó a ella.
—No vas a ir a ninguna parte. Tengo su cabello. Haré una prueba de paternidad. Si descubro que es mi hija, y no la hija de tu amante, no será bueno para ti.
El resentimiento de Abril se incrementó. Se alejó y lo miró a los ojos. Estaba tan molesta, tan herida, que las palabras no le salían.
—Tan cobarde como tu padre, nunca fuiste diferente —se dejó llevar por el orgullo y el dolor—. No es tu hija, no lo es.
Al darse cuenta de la manera en que los miraba Lia, ambos bajaron la guardia. Se miraron en silencio por unos segundos, dejándose llevar por la versión que les causaba dolor y repudio hacia el otro.
—Tú fallaste, lo arruinaste. No me compares con él. Soy lo que soy gracias a ti, a que mentiste. Solo te interesaba mi posición, pero lo amabas a él. Si no lo hubiera descubierto, lo habría echado todo a perder eligiéndote. Cometí el error de no elegir a la princesa Yara, pero lo haré ahora. Tenías razón, es una buena mujer.
Abril lo observó sin decir nada. No podía romper más su corazón.
—Felicidades, es lo que mereces —dio un paso a su lado. Amir le cedió el paso.
La dejó abrir la puerta, pero en cuanto vio el pequeño rostro de Lia sobre el hombro de su madre, se negó a aceptarlo y empujó la puerta.
—Está bien, lo amas a él, lo elegiste a él, lo acepto, Abril. No fui nada para ti, pero por favor no me mientas en esto. Solo dime que quedó algo de esa farsa que me vendiste, dime que es fruto de lo que… ¿es mi hija?
Abril cerró los ojos con fuerza. Le dolía el pecho, sentía su molestia, creía que no lo merecía. Recordaba las amenazas del rey, lo que pasó con su familia. Quería protegerla, quería ser justa, no quería negarle saber la verdad a pesar de su molestia, pero temía por sus vidas.
—Puedo comprobarlo, Abril, pero te estoy dando la oportunidad de decirme la verdad. Quiero saber si soy su padre. Quiero escucharlo de tu boca.
Amir miraba a la pequeña del mismo modo en que ella, aún apoyada en el hombro de su madre, lo miraba. Aunque no comprendía la conversación, le sonreía.