ACTUALIDAD: ACLARANDO EL PASADO
Amir se acercó a Abril, y aunque ella retrocedió, él insistió.
—Por favor, dime qué pasó, dime la verdad. Es mi hija, ya no tengo dudas, pero quiero saber por qué no me lo dijiste, ¿qué pasó contigo, Abril? ¿Con nuestros planes? ¿Tanto lo amabas que no pudiste ser honesta?
Abril se secó las lágrimas con su mano libre. Besó la cabeza de Lia.
—No tengo nada que decirte. Solo quiero que te olvides de…
Amir tomó su mano.
—Te lo suplico, sea lo que sea que tengas que decir, si es mejor que el hecho de que amas a otro, de que me dejaste por otro, quiero saberlo. Quiero escuchar tu verdad, Abril. Y no digas que es tarde, no lo es para mí. Sigo aquí, sigo siendo yo, sigo amándote. Si antes no tuve el valor de luchar por tu amor, quiero hacerlo ahora. Quiero saber la verdad. Abril, he sufrido, tanto como tú.
Abril miró a todos lados.
—No puedo confiar en ti, no puedo estar aquí.
Quiso salir, pero él la detuvo, imponiéndose en la puerta.
—Está bien —extendió su mano para acariciar la mejilla de Lia—. No quiero causarte daño. A ella. ¿Dónde vives? Quiero hablar en un lugar seguro.
—No.
—Lo siento, pero no te permitiré huir de mí esta vez —sin aviso se acercó y tomó a Lia, quien con confianza pasó a sus brazos—. Dime qué camino seguir y te seguiré.
Al darse cuenta de que seguía siendo el mismo testarudo de siempre, y por su conocimiento del lugar, Abril, invadida por el miedo a la presencia del rey, lo guió, saliendo por la puerta trasera.
Gracias a que la atención estaba en los consejeros y las noticias que daban, pudieron avanzar. Lia, a quien el sol comenzó a dormir de nuevo, se aferró con tal confianza y naturalidad a Amir, que la emoción que este experimentaba sanó parte de las heridas cargadas los últimos años.
Abrazándola como si quisiera asegurarse de que no era un sueño, sino el fruto de su amor, caminaba dichoso, mientras Abril, con el corazón desbordado, lo guiaba con tanta prisa como con temor.
Cuando se detuvo, Amir miró el lugar con un profundo dolor.
—Ponla ahí —le señaló la cama que compartían.
Amir negó con la cabeza tras echar una ojeada y ver las condiciones de la misma. No solo lo asaltó la tristeza; todo lo que creyó saber durante esos años, de todo lo que intentó convencerse —para, sin éxito, olvidarla—, ahora solo lo hacía ver una dolorosa realidad.
—Acuéstala —Abril señaló el lugar con los dedos temblando—. Por favor, hablarás y te irás. Tienes que hacerlo.
Amir asintió. Con cuidado la dejó en la cama, acomodó su cabello largo y rojo, le colocó una manta y, con delicadeza, le dio un beso en la coronilla.
—No puedes estar aquí, Amir. No puedes hacerme esto de nuevo, no...
Se levantó y la abrazó tan fuerte, que le dificultó la respiración.
—Una hija —le dijo con toda la emoción que su corazón le permitía—. Me diste una hija. Abril es nuestra princesa.
Se apartó lo suficiente para poder sujetar su rostro, mirarla a los ojos, olvidando por completo el odio que creía sentir hacia ella.
—Es tan hermosa como tú, tiene tu cabello, mis ojos, es tan perfecta —volvió a estrecharla contra su pecho—. Lo siento. No debí dejarte ir. No debí irme. No debí dudar de ti, pero todo fue tan real y doloroso.
Con fuerza lo apartó, pero Amir se negó a soltarla, lo que desató una serie de golpes a su pecho, como si quisiera permitirle desahogarse. Amir lo permitió.
—Idiota, idiota, idiota —le gritaba con cada golpe que le soltaba—. Me dejaste sola. Me rompiste al irte. No luchaste por mí.
Sus lágrimas se desbordaron. Amir la sujetó y la abrazó tan fuerte como pudo.
—Fui un cobarde, lo sé. Pero te vi. Lo vi, Abril. Me rompió el corazón. Tú te fuiste. Ya no volví a saber de ti. Zaren me lo confirmó todo. Me enseñó el anillo. Dijo que se comprometerían. Cuando se fue, supuse que lo hiciste con él.
—Lo sabías, Amir. Sabías que tus padres jamás lo aceptarían. Quisieron matar a mi bebé, como lo hicieron con mis padres, como lo hicieron con mi amor —se limpió las mejillas con frustración—. Es por eso que quiero que te vayas. Lia no te necesita y tú, tú no podrías protegerla contra ellos, contra tu familia…
La silenció poniendo su dedo sobre sus labios. Más decepcionada que antes, Abril le apartó la mano con brusquedad. Cuando quiso enseñarle la salida, Amir, de una zancada, la alcanzó y la atrajo contra él.
—Mírame a los ojos. Mírame y dime que todo fue su plan, y te juro que será diferente esta vez.
—No voy a jurarte nada. Tú lo sabes bien, Amir. Sabes que tus padres son capaces de todo…
Hizo una pausa, suspiró su dolor y continuó. No solo le explicó lo pasado esa noche, lo que aconteció con sus padres, buscó los documentos que aún conservaba de su estado esa noche, de la causa de muerte de sus padres.
—El rey cree que estoy en mi país o quizás sin vida. Es mejor que siga pensando así. No puedes reconocer a Lia. No es tu hija, Amir. Nunca lo será.
Molesto, dolido, asombrado y avergonzado por los planes de sus padres, Amir permaneció en silencio unos segundos. Luego caminó hasta la incómoda cama y observó a Lia. Pensó en lo que su madre quiso hacer, miró las condiciones en las que vivían y apretó los puños.
—Tienes que irte, Amir. Es lo mejor. Es por su seguridad.
Amir se giró, la miró de arriba abajo.
—No voy a dejarte esta vez. No voy a dejarlas, Abril. No lo haré. Renunciaré a mi apellido, a todo, pero no me pidas renunciar a ella, a ti.
—No. No vas a hacer nada. Amir, solo vete.
—No esta vez. Te sigo amando. Aunque sentí odiarte, Abril, te he odiado cada segundo de mi vida —se acercó y sujetó su mentón—. No es cierto. No puedo odiarte y en el fondo era lo que más me molestaba de todo: imaginarte en sus brazos, siendo feliz.
—¿Cómo pudiste dudar de mí? —con dolor en su voz, Abril soltó un poco de su resentimiento.