En el hospital, Verónica se acercó furiosa a Tomás. Él intentó decir algo, pero ella lo interrumpió sin siquiera querer oír una explicación.
―Yo a vos te conozco, vos sos el pibe degenerado que estaba en el patio de mi casa con mi hija. ¿Ya estás feliz? Ella está como está por culpa tuya.
―No señora yo... ―Intentó decir Tomás en defensa propia.
―¡Callate! Primero te encuentro abusando de mi hija, segundo anda a las piñas en la escuela y ahora esto. No quiero volver a verte cerca de mi hija, ¿escuchaste?―Manifestó furiosa Verónica mientras las lágrimas caían de sus ojos.
―Disculpe señora, pero él no hizo nada malo, no puede hablarle así.―Defendió Soledad.
―Vos también la metiste en esto. Todos ustedes tienen la culpa, son una mala influencia para ella.
Soledad bajó la cabeza, no podía responder a eso. Luís la abrazó.
―¡Ya basta amor! Dejalos en paz, es nuestra culpa, debimos prestar mayor atención a lo que a nuestra hija le sucedía, fallamos como padres.―Se rebeló Daniel.
Verónica de Morales, dio un sobresalto del susto. No esperaba oír a su marido en su contra, si alguien le hubiera dicho mucho antes que esto ocurriría, de seguro ella se hubiera reído de aquella persona.
Antes de que Verónica diga cualquier otra cosa, el doctor Rivero llamó a la pareja Morales desde su consultorio. Éstos fueron enseguida.
Tomás quebrantado y con la cabeza gacha empezó a orar, no era algo que hiciera todos los días, pese a proceder a una familia catolica, pero, ya no sabía que más hacer. Solo quedaba dejar a Ángela en manos de Dios.
Empezó a susurrar sus oraciones. Solo restaba confiar en Él. Porque santa es su misericordia, amén. Nunca se lo perdonaría si llegara a pasarle algo a Ángela. Estaba convencido de ello.
―Tranca bro, Ángela va a mejorar, ya vas a ver.―Animó su amigo Luís.
―Disculpame Tomás, todo esto es culpa mía, soy una pelotuda. Las cagadas que me mando.―Mencionó Soledad angustiada.
―No, fue la mía. Debí ir con ustedes... que boludo que soy por Dios.
―Escuchame boludo, si alguien tiene la culpa en todo esto, son esas decerebradas de mierda, ¿me entendés? Lo que pasó es un garrón de la gran flauta, pero vos no te hagás manija, el daño ya está hecho guste o no, ahora solamente hay que esperar que Ángela salga de esta. Pero yo confío que se va a recuperar, va a estar mejor que nunca.―Mencionó Luís para luego darle un puñetazo de ánimo a su gran amigo.
Ángela va a estar mejor que nunca... le costaba creerlo.
Al doctor Rivero, lo que le costaba, era decir lo que ellos tenían que saber, pues él tenía mujer y tres hijos. Y su hija mayor, Zoe, había tenido problemas alimenticios como ángela. Por lo tanto, él sabía lo delicado y doloroso del problema. Tomó un sorbo de su vaso de agua y respiró hondo para soltar lo que tenía que decir.
―¿Y qué espera? ¿La tercera guerra mundial? ―Preguntó Verónica con impaciencia.
Daniel Morales sintió deseos de decirle a su mujer que se tranquilice, pero se aguntó.
―Bueno, temo decirles que su hija...
―¿Mi hija qué? ¿Puede ir al grano? No tenemos todo el día.―Ordenó irritada Verónica.
―Tranquilizate mi amor, ¿podés dejarlo hablar por favor?―Preguntó Daniel por fin.
―Si, te atrevés a decirme "mi amor" después de haberme avergonzado delante de esos pendejos maleducados.
Daniel se sintió molesto, tenía ganas de decirle que la maleducada era ella. Trataba mal a los chicos que ya estaban mal, y no dejaba poder hablar al doctor que tenía que decirles una data crucial sobre el estado actual de su hija.
―Su hija... Ángela Morales... creemos que tiene transtornos alimenticios. Aunque ésta información podría ser erronea, por ende, queremos hacerle un estudio de sangre y con esto más su peso y estatura. Podremos determinar si es verdad o no.
Verónica sintió una punzada muy dolorosa, justo debajo de su corazón. Y un gran nudo en la garganta que la impedía articular palabra alguna.
―Bueno doctor, por favor haga lo posible para que nuestra hija se recupere.―Rogó Daniel.
―Es lo que voy a hacer, hay que tener paciencia.
Sin más nada que agregar, Daniel y Verónica se levantaron y se marcharon sumisos. Ella se sintió como una idiota, su propia hija, la que parió, cuidó y amó; le mintió descaradamente y ella se tragó esa mentira quedando como una completa ilusa. Se sintió la peor madre del mundo.
Ángela todavía se hallaba inconciente, con gasas por el cuerpo y respirando a duras penas a través de la mascara de óxigeno del hospital. Tan indefensa, frágil como pétalo de rosa. La enfermera le había inyectado hace poco en el brazo calmantes e incluso, ventiló la habitación. Había trabajado de enfermera hace más de seis años y visto un montón de pacientes en aquél deplorable estado, pero todavía la afligía aquello. Intentaba sin falta todos los días, hacer que los pacientes se sintieran cómodos. Muchas veces resultaba.
Cuando se enteró del lamentable caso de Ángela... la curiosidad la atrapó como mosca pegada en una vil telaraña. No entendía como una muchacha tan joven y bella se hacía tanto mal.
¿Qué pasaba en su cabeza?
Una semana después, ya habían determinado el peso, la altura de Ángela y los resultados del análisis de sangre ya estaban listos. En definitiva, Ángela era bulímica para casi rozar la anorexia. Gracoas a Dios, a ella le estaban aportando los nutrientes necesarios. No obstante, ella se hallaba... en coma. Verónica siempre que la visitaba se llevaba una mano a la boca, al ver a su hija ser alimentada a través de los pequeños tubos. No resistía aquello, sentía que falló como madre.
Más que una buena madre, se sintió como una bruja de una telenovela, al igual que aquellas que pasan por la tarde. También sintió una creciente rabia que se apoderaba de su cuerpo.
A pesar de todo, Ángela no enseñaba mejoría. Lo que más temían sus amigos, familiares, era que tal vez no sobreviva. Heridas leves por el fémur, golpes en el cráneo, un esguince en el tobillo. Su historial decía que fue encontrada en estado de shock.