La iglesia del fin

 CAPÍTULO 1: "EL MÁRTIR EN LA CELDA"

La celda no era como las que aparecían en las películas. No había barrotes oxidados ni paredes húmedas con grafitis obscenos tallados por prisioneros desesperados. Era, en cambio, una habitación administrativa de tres por cuatro metros en el Centro de Detención Preventiva del Distrito Judicial Norte—aséptica, iluminada por fluorescentes que zumbaban con un tono constante de mi bemol, con una pequeña ventana de vidrio reforzado que daba a la Avenida Libertadores.

Eliseo Montero llevaba setenta y dos horas mirando por esa ventana.

Había aprendido a distinguir los ritmos de la manifestación que bullía al otro lado de la calle. Por las mañanas, llegaban primero los ancianos—los madrugadores crónicos de la fe evangélica—con sus termos de café y sus carteles escritos a mano en cartulinas que se combaban con la humedad. Alrededor de las nueve, se sumaban las familias jóvenes, muchas trayendo a sus mascotas como evidencia viviente: perros de razas mixtas con cicatrices de esterilización apenas sanadas, gatos en transportadores con etiquetas que decían "SALVADO POR EL PROGRAMA DEL PASTOR MONTERO". A mediodía, los estudiantes universitarios tomaban el relevo—jóvenes con batas blancas de veterinaria de la Universidad Nacional, la Universidad del Valle, incluso algunos de la prestigiosa Universidad Autónoma que habían viajado cuatro horas para estar allí.

Los carteles habían evolucionado con los días. Los primeros eran urgentes, casi histéricos: "¡LIBERTAD INMEDIATA!" y "¡JUSTICIA PARA EL PASTOR MONTERO!". Pero con el paso de las horas, a medida que la indignación colectiva encontraba su voz, los mensajes se habían vuelto más articulados, más acusatorios:

"ÉL SALVÓ A MI PERRO CUANDO EL GOBIERNO NO HIZO NADA"

"LAS UNIVERSIDADES APOYAN AL PROGRAMA—¿POR QUÉ LA FISCALÍA LO PERSIGUE?"

"HIPÓCRITAS: CONSTRUYEN HOSPITALES PARA RICOS, ENCARCELAN AL QUE AYUDA A POBRES"

"$45 MILLONES EN HOSPITAL PÚBLICO = 0 EMERGENCIAS ATENDIDAS"

"PROGRAMA DEL PASTOR: $0 DEL GOBIERNO = 12,847 ANIMALES AYUDADOS"

Y el que más le dolía porque sabía que era devastadoramente cierto:

"JUSTICIA SELECTIVA: RICOS PASEAN PERROS DE $5,000, POBRES VAN A PRISIÓN POR AYUDAR A LOS CALLEJEROS"

Eliseo tenía cincuenta y dos años, pero en ese momento se sentía simultáneamente más viejo y más joven. Más viejo porque los huesos le dolían de dormir en el colchón delgado de la litera metálica, porque la comida institucional le había dado acidez crónica, porque cada vez que cerraba los ojos veía los rostros de su congregación y se preguntaba si los estaba fallando. Más joven porque la indignación que sentía era la misma que había experimentado a los diecisiete años, recién convertido, cuando descubrió que el mundo estaba estructurado para recompensar la apariencia de virtud sobre la virtud misma.

Pasó la mano por su rostro sin afeitar. Tres días de barba incipiente—gris mezclada con negro, como todo en su vida últimamente. Su esposa, Miriam, le había traído una maquinilla de afeitar en su última visita, pero no había tenido energía para usarla. ¿Para qué? No había nadie a quien impresionar aquí, y la vanidad le parecía obscena en las circunstancias.

Afuera, un grupo de jóvenes había comenzado a cantar. No un himno evangélico—eso habría sido predecible—sino "El Pueblo Unido Jamás Será Vencido". La ironía le arrancó una sonrisa amarga. Hacía tres décadas, cuando era estudiante de seminario, ese canto era anatema en círculos evangélicos, demasiado asociado con la izquierda política, con movimientos que los conservadores consideraban peligrosos. Pero ahora, sus propios hermanos en la fe lo cantaban porque habían descubierto lo que él había sabido siempre: que los verdaderos fariseos rara vez están donde la iglesia tradicional los busca.

Se sentó en el borde de la litera, tomó el ejemplar gastado de su Biblia—Miriam se la había traído el primer día—y lo sostuvo sin abrirlo. No necesitaba leerla en ese momento. Las palabras ya estaban grabadas en su mente, especialmente las que lo habían llevado a este lugar.

Mateo 25:35-36: "Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí."

La ironía no se le escapaba. Estaba en la cárcel, sí, pero no porque alguien lo hubiera visitado allí en el sentido que Jesús pretendía. Estaba en la cárcel porque había tomado demasiado literalmente la parte sobre los hambrientos, los sedientos, los enfermos.

Los perros callejeros eran todo eso. Y nadie más parecía importarle.

El día que comenzó el programa—cuatro años atrás, aunque parecían cuarenta—Eliseo había estado parado en una esquina de Colonia Esperanza, uno de los barrios más pobres de la ciudad, observando a una perra mestiza agonizar en el borde de la carretera. Tenía una pata trasera destrozada, probablemente atropellada hacía días, y las moscas ya habían comenzado su trabajo en la herida gangrenada. Sus cachorros—tres, quizás cuatro semanas de edad—intentaban amamantarse de un cuerpo que ya no tenía leche que dar.

Había llamado al número del "Hospital Público Veterinario para el Bienestar Animal"—ese monstruo burocrático de nombre que el gobierno había inaugurado con bombos y platillos seis meses antes. La operadora le había dado un turno para dentro de tres semanas. Tres semanas. Para una emergencia.

"¿Y mientras tanto?", había preguntado, sabiendo la respuesta.

"Puede traer al animal a nuestras instalaciones durante el horario de admisión, de lunes a viernes, de 8 AM a 12 PM. Necesitará llenar los formularios de ingreso, presentar identificación oficial, comprobante de domicilio..."

"El animal está muriendo ahora", había interrumpido, tratando de mantener la voz calmada. "Está a veinte minutos de sus instalaciones. ¿No tienen servicio de emergencia?"

Una pausa. El tipo de pausa que significaba que la operadora estaba consultando un manual, buscando la respuesta oficialmente aprobada para una pregunta que evidentemente nadie había considerado relevante.




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