La iglesia del fin

CAPÍTULO 2: "LA VISITA DE ESTEBAN"

Tres días después de la visita en la celda, Eliseo Montero fue liberado.

La noticia llegó a las seis de la mañana, cuando el guardia Vargas abrió la puerta de su celda con una expresión que era parte alivio, parte resignación—el rostro de un hombre que sabía que estaba perdiendo a un preso que había sido infinitamente más fácil de manejar que el borracho violento en la celda contigua.

"Montero. Recoja sus cosas. Su abogado está en recepción con los papeles de liberación."

Eliseo se sentó en la litera, desorientado por un momento. Había dormido mal—otra noche de duermevela interrumpida por los ronquidos del borracho, el llanto de alguien en una celda lejana, y sus propios pensamientos circulares. Los últimos seis días habían desarrollado su propia rutina, y parte de él—la parte que reconocía el peligro del martirio como identidad—se había acomodado demasiado cómodamente al rol de profeta encarcelado.

"¿Ya se pagó la fianza?"

"No necesitaron. El juez desestimó los cargos por falta de mérito. Aparentemente su abogado presentó algo anoche que lo convenció."

Eliseo no tenía muchas "cosas" que recoger. Su Biblia. Un cepillo de dientes. Tres mudas de ropa interior que Miriam le había traído. Las metió en la bolsa de plástico transparente que le habían dado en su ingreso y siguió a Vargas por el pasillo familiar.

Fernando Rivas lo esperaba en la sala de procesamiento, su traje ligeramente arrugado—evidencia de una noche sin dormir—pero con una sonrisa de triunfo genuino.

"Pastor. Lo logramos."

"¿Qué pasó?"

"La Dra. Sandoval de la Universidad Nacional no solo aceptó testificar—amenazó públicamente con retirar todos los programas de prácticas estudiantiles de cualquier instalación gubernamental si continuaban con el caso. Y resulta que ella está en el consejo asesor del Ministerio de Educación. El fiscal Paz llamó a mi oficina a las diez de la noche para informar que estaban retirando todos los cargos 'en interés de la justicia pública'."

Fernando lo dijo con comillas audibles alrededor de "interés de la justicia pública"—el tipo de frase que los burócratas usan cuando quieren decir "nos dimos cuenta de que íbamos a perder públicamente y preferimos retirarnos antes de la humillación total".

"¿Y el programa?"

"Completamente vindicado. De hecho, el juez incluyó en su orden de desestimación un comentario—completamente innecesario legalmente pero muy bienvenido—sobre cómo 'las iniciativas ciudadanas efectivas no deben ser obstaculizadas por interpretaciones excesivamente restrictivas de regulaciones diseñadas para contextos diferentes'. Es básicamente una reprimenda judicial al gobierno."

Mientras firmaba los papeles de liberación, Eliseo podía escuchar el ruido afuera del edificio—la manifestación que había crecido cada día. Cuando las puertas automáticas de vidrio se abrieron, fue golpeado por una pared de sonido.

Habían cerrado la Avenida Libertadores. Completamente. Había fácilmente mil personas—quizás más—y cuando lo vieron emerger del edificio, el rugido fue ensordecedor.

"¡PASTOR MONTERO! ¡PASTOR MONTERO! ¡PASTOR MONTERO!"

No era un cántico religioso. Era algo más primario—el grito de victoria de una comunidad que había enfrentado a un goliat burocrático y había ganado.

En primera fila estaba Miriam, con lágrimas corriendo por sus mejillas pero sonriendo. A su lado, Miguel Ángel Soria con su bata blanca de veterinario. Docenas de estudiantes con batas idénticas. Ancianos con sus perros rescatados. Familias con niños que sostenían carteles con dibujos de perros y gatos con corazones.

Y allí, organizando todo con la precisión de un director de orquesta, estaba Esteban Morales.

Tenía un megáfono en una mano y su teléfono en la otra. Cuando vio a Eliseo, hizo una señal con la mano y la multitud comenzó a apartarse, creando un pasillo. Otro gesto, y el cántico cambió a algo más estructurado—un himno que Eliseo reconoció: "Grande es Tu Fidelidad".

Era teatral. Era calculado. Era perfectamente ejecutado.

Y funcionó.

Para el momento en que Eliseo llegó al vehículo que lo esperaba—un SUV negro que reconoció como perteneciente a Esteban—, las cámaras de al menos tres canales de noticias habían capturado la escena. El pastor liberado, caminando entre su pueblo que cantaba, el contraste visual perfecto entre el edificio gris del gobierno detrás de él y el mar de color de la manifestación alrededor.

Esteban abrió la puerta trasera personalmente.

"Pastor. Bienvenido de vuelta."

Eliseo entró, Miriam deslizándose junto a él, y Fernando subiendo al asiento del pasajero. Esteban tomó el volante con la misma eficiencia con la que hacía todo.

"Tenemos una conferencia de prensa programada en la iglesia en dos horas," dijo mientras navegaba cuidadosamente a través de la multitud. "Medios locales y tres nacionales confirmados. La Dra. Sandoval hablará primero, estableciendo el valor educativo del programa. Luego usted, con un mensaje preparado que enfatice la victoria de la eficiencia ciudadana sobre la burocracia gubernamental. Luego preguntas y respuestas—he preparado respuestas sugeridas para las diez preguntas más probables."

Eliseo miró a Miriam, quien encogió los hombros con una expresión que decía claramente: Así es Esteban. Ya lo conoces.

"Esteban, aprecio la organización, pero acabo de salir de prisión. ¿Puedo al menos ducharme primero?"

"Por supuesto. Por eso programé la conferencia para dentro de dos horas, no una. Eso le da tiempo para ducharse, cambiarse, comer algo—Miriam preparó su desayuno favorito y está en el termo aquí—y revisar las notas de la conferencia durante el trayecto."

Entregó hacia atrás una carpeta impecablemente organizada. Eliseo la abrió y vio un documento titulado "Puntos de Conversación para la Conferencia de Prensa: Narrativa de Victoria y Vindicación".

Era exhaustivo. Cada punto estaba respaldado con estadísticas, cada posible contra-argumento anticipado y refutado, cada oportunidad para reforzar el mensaje central identificada y maximizada.




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