La iglesia del fin

CAPÍTULO 3: "EL JUICIO MEDIÁTICO"

El artículo apareció tres días después de la conferencia de prensa.

No en un medio sensacionalista—eso habría sido más fácil de desestimar—sino en El Observador, el periódico de mayor circulación en la región, conocido por su periodismo investigativo riguroso. La reportera era la misma mujer joven de la conferencia, la que había hecho la pregunta incómoda sobre los ex-miembros. Su nombre, descubrió Eliseo mientras miraba la página impresa en su escritorio, era Valeria Ochoa.

El titular era cuidadosamente neutro pero devastador en su simplicidad:

"EL COSTO HUMANO DE LA EFICIENCIA: Ex-Miembros de Iglesia Renovación Hablan Sobre Presión, Control y Quiebre"

Debajo, un subtítulo:

"Mientras el Pastor Montero es celebrado por su victoria legal en el caso de maltrato animal, algunos que dejaron su congregación cuentan una historia diferente sobre mayordomía, medición y el precio de no cumplir estándares"

Eliseo había leído el artículo tres veces ya. Cada lectura era más dolorosa que la anterior.

Valeria Ochoa había hecho su tarea. Había entrevistado no solo a Roberto Guzmán y las familias que se fueron, sino también a dos psicólogos especializados en trauma religioso, un profesor de sociología de la religión, y—esto era lo que más le dolía—había conseguido citas anónimas de "miembros actuales que pidieron no ser identificados por miedo a represalias".

El artículo estaba meticulosamente balanceado. Comenzaba reconociendo los logros genuinos de la iglesia: el programa de animales, el colegio de alta calidad, los ministerios de apoyo mutuo, el énfasis en vida comunitaria profunda. Incluía citas de miembros satisfechos—la Dra. Sandoval hablaba del "liderazgo visionario" del Pastor Montero, y varios miembros de la iglesia testificaban sobre cómo la comunidad los había transformado.

Pero luego venía la otra mitad.

Extracto del artículo:

Roberto Guzmán, 41, dejó la Iglesia Renovación hace siete meses después de cinco años como miembro activo. Sentado en la sala de su modesto apartamento, rodeado de libros de teología que aún estudia a pesar de su salida, habla con una mezcla de dolor y alivio sobre su experiencia.

"Cuando llegué a Renovación, estaba en el punto más bajo de mi vida. Depresión severa, recién divorciado, sintiendo que Dios me había abandonado. El Pastor Montero fue amable, acogedor. Me dijo que la iglesia era un hospital para pecadores, un lugar de gracia."

"Los primeros años fueron buenos. Encontré comunidad, propósito. Pero gradualmente, el tono cambió. Ya no era suficiente simplemente estar presente—tenías que estar creciendo, mejorando, demostrando fruto. Y ese fruto tenía que ser visible, medible, verificable."

Guzmán describe el sistema de "Las Doce Tribus" implementado hace dos años, donde los miembros son asignados a grupos basados en compatibilidad y dones. "En teoría, suena maravilloso. Eficiencia, usar bien los dones. Pero en práctica, creó una jerarquía. Algunas tribus eran obviamente más prestigiosas—Leví (enseñanza), Judá (liderazgo). Otras eran para 'los que no encajaban'. Y si no podías contribuir al nivel esperado de tu tribu, te sentías constantemente como si estuvieras decepcionando a todos."

Su depresión empeoró bajo la presión. "Me dijeron, no directamente por el pastor sino por líderes bajo él, que mi depresión era probablemente espiritual. Que si orara más, ayunara más, sirviera más, probablemente mejoraría. Cuando les dije que mi psiquiatra había recomendado reducir actividades estresantes para manejar la carga cognitiva, me dijeron que confiaba más en la 'sabiduría del mundo' que en el poder del Espíritu."

"El punto de quiebre llegó cuando un líder—no quiero nombrar nombres—me dijo que mi incapacidad de participar en todas las actividades de la tribu era 'enterrar mi talento'. Que en el juicio final, Dios me pediría cuentas por mi mayordomía, y la depresión no sería excusa válida. Que los siervos inútiles son echados a las tinieblas, y que si no podía servir ahora, ¿cómo demostraba que tenía 'el aceite'?"

"Esa noche," continúa Guzmán, su voz quebrándose, "tuve mi primera ideación suicida seria en años. Porque si mi valía ante Dios dependía de mi capacidad de ser productivo, y mi cerebro químicamente no podía producir la energía o el optimismo que se esperaba de mí, entonces estaba condenado."

Dejó la iglesia al día siguiente. "Algunas personas me contactaron, pero no para preguntar cómo estaba. Para decirme que estaba cometiendo un error, que estaba 'abandonando mi tribu en tiempo de necesidad', que me arrepentiría en el juicio. Nadie preguntó qué había pasado. Nadie preguntó qué necesitaba."

Eliseo tuvo que detenerse después de esa sección. Puso el periódico boca abajo en el escritorio, cerró los ojos, y respiró profundo.

La ideación suicida. Roberto había estado contemplando suicidio y nadie—nadie—se había dado cuenta. O peor, se habían dado cuenta y lo habían interpretado como "ataque espiritual" que requería más compromiso, no menos presión.

El artículo continuaba con testimonios similares de las otras familias:

Extracto continuado:

Los Martínez, una pareja con tres hijos adolescentes, cuentan una historia diferente pero igualmente preocupante. Su hija de dieciséis años, Lucía (usamos solo su nombre por ser menor), desarrolló un trastorno de ansiedad severo que su terapeuta vinculó directamente con lo que describió como "escrupulosidad religiosa inducida por ambiente de alta evaluación".

"Lucía es perfeccionista por naturaleza," explica su madre, Carmen Martínez. "En el colegio de la iglesia, eso fue inicialmente una ventaja. Sacaba excelentes calificaciones en el currículum académico y en el cristiano avanzado. Pero cuando la iglesia implementó lo que llamaban 'preparación para los últimos tiempos'—énfasis intenso en tener experiencias espirituales verificables, en demostrar 'frutos del Espíritu' tangibles—Lucía comenzó a espiral."




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