Flashback: Tres años antes del encarcelamiento Segunda noche de la Conferencia de Convergencia Misional
La sesión plenaria de la noche había terminado hace una hora, pero el bar del hotel todavía estaba lleno de pastores y misioneros en conversaciones intensas. No era el tipo de ambiente donde uno esperaría encontrar líderes evangélicos—el bar servía alcohol, había música de jazz en vivo en un rincón, y el ambiente era decididamente secular. Pero los organizadores de la conferencia habían elegido intencionalmente este espacio neutral, argumentando que las conversaciones más honestas a menudo ocurrían fuera de contextos religiosos formales.
Eliseo estaba sentado en una mesa redonda con cinco otros líderes que había conocido en las sesiones de discusión del día anterior. Habían formado una especie de grupo de afinidad—todos pastores de iglesias medianas (100-300 miembros), todos luchando con las mismas preguntas, todos sintiendo que las respuestas fáciles que funcionaban una generación atrás ya no eran suficientes.
A su izquierda estaba Patricia Moreno, una pastora de una iglesia en Bogotá, una de las pocas mujeres líderes en la conferencia. A su derecha, Marcus Chen, un pastor de segunda generación de inmigrantes chinos en Perú. Frente a él, tres hombres: Javier Ruiz de México, Samuel Osei de Ghana (que había volado específicamente para esta conferencia), y Diego Fernández de Argentina.
Todos tenían bebidas—algunos cafés, algunos jugos, y Marcus había ordenado una cerveza, lo cual había generado una breve discusión sobre libertad cristiana versus testimonio público que se había resuelto con un encogimiento colectivo de hombros. El tiempo para debates sobre alcohol parecía trivial comparado con las cuestiones más grandes que enfrentaban.
"Entonces," dijo Patricia, sus dedos tamborileando en su taza de café, "pregunta honesta para el grupo: ¿Cuántos de ustedes realmente creen que la Gran Comisión está cumplida?"
Silencio incómodo. Era la pregunta que todos habían estado bailando alrededor por dos días.
Samuel fue el primero en responder, su voz con el acento melódico de África Occidental.
"Yo creo que sí. Y lo digo como alguien cuyo abuelo fue alcanzado por misioneros británicos en los años 40. Mi iglesia en Accra tiene 2,000 miembros. Enviamos misioneros a Europa—sí, a Europa, que solía enviarnos misioneros. La iglesia africana está viva y creciendo explosivamente. Entonces, ¿qué estamos esperando? ¿Conversión del 100%? Eso nunca fue el estándar."
"Pero," objetó Javier, "¿qué pasa con los grupos no alcanzados? Todavía hay tribus en el Amazonas, comunidades en Asia Central..."
"42 grupos," interrumpió Marcus, claramente habiendo memorizado los números de la presentación del Dr. Okonkwo. "42 de 10,786. Eso es 0.4%. Y la mayoría están en regiones donde la presencia cristiana está prohibida legalmente. ¿Vamos a esperar hasta que China, Arabia Saudita y Corea del Norte permitan evangelismo abierto antes de decir que la comisión está cumplida?"
"Mateo 24:14 dice 'para testimonio'," añadió Diego. "No dice 'para conversión total'. No dice 'hasta que cada individuo haya escuchado'. Dice para testimonio. Y si defines testimonio como presencia verificable del evangelio y de comunidades cristianas, entonces sí, hemos llegado."
Patricia asintió pero con expresión preocupada.
"Entonces si aceptamos eso—si aceptamos que hemos cruzado el umbral—la pregunta sigue siendo: ¿Y ahora qué? No podemos simplemente dejar de hacer evangelismo. No podemos simplemente sentarnos y esperar el rapto."
"No se trata de dejar de hacer evangelismo," dijo Eliseo, hablando por primera vez en esta conversación particular. "Se trata de reconocer que entramos en una fase diferente. Como construcción—hay fase de cimientos, fase de estructura, fase de acabado. Cada una requiere herramientas diferentes."
"Continúa," dijo Patricia, inclinándose hacia adelante.
Eliseo organizó sus pensamientos, consciente de que estaba articulando algo que había estado gestándose en su mente por meses pero que nunca había puesto en palabras coherentes.
"Durante los últimos 2,000 años, la iglesia ha estado en modo de expansión. Plantar iglesias donde no hay. Traducir la Biblia a lenguas sin Escrituras. Llevar el evangelio a los confines de la tierra. Y eso era correcto para esa fase."
"Pero, ¿qué pasa si ahora estamos en la fase de consolidación? No porque el evangelismo ya no importe, sino porque la pregunta ha cambiado de '¿cómo llegamos a más personas?' a '¿están las personas que ya alcanzamos realmente preparadas?'"
"Preparadas para qué?" preguntó Samuel.
"Para el regreso de Cristo. Para la tribulación. Para persecución real. Para distinguir entre fe genuina y entusiasmo emocional temporal."
Eliseo se inclinó hacia adelante, con intensidad entrando en su voz.
"Piensen en esto: hemos bautizado millones—decenas de millones—en las últimas décadas. Especialmente en el movimiento carismático y pentecostal. Conversiones masivas, cruzadas evangelísticas, crecimiento explosivo. Pero, ¿cuántos de esos convertidos tienen raíces profundas? ¿Cuántos conocen realmente las Escrituras? ¿Cuántos pueden distinguir entre doctrina sana y herejía? ¿Cuántos tienen comunidad real versus simplemente asistir a servicios?"
"La parábola del sembrador," continuó, "nos advierte sobre diferentes tipos de suelo. Algunos producen crecimiento rápido pero sin raíz. Cuando viene el sol—persecución, dificultad—se marchitan. ¿No hemos creado exactamente eso? ¿Una iglesia de un kilómetro de ancho pero de un centímetro de profundidad?"
Marcus tomó un sorbo de su cerveza, procesando.
"Entonces estás diciendo que necesitamos cambiar de plantar a regar. De expansión a profundización."
"Exactamente. Y si Cristo regresa pronto—no en siglos sino en años o décadas—entonces el tiempo limitado debe invertirse donde produce el mayor fruto eterno. ¿Qué tiene más impacto en el Reino: alcanzar a mil personas más con evangelismo superficial que probablemente no sobrevivirá la primera prueba real de fe? ¿O tomar las comunidades que ya existen y profundizarlas, consolidarlas, prepararlas para estar de pie cuando Cristo regrese?"