La iglesia del fin

CAPÍTULO 6: "La Nueva Visión"

Flashback: Dieciocho meses antes del encarcelamiento

El santuario de la Iglesia Renovación lucía diferente esa mañana de domingo. No porque hubieran cambiado la decoración o reorganizado las sillas—todo estaba físicamente igual. Pero había una atmósfera distinta, una tensión de anticipación que Eliseo Montero podía sentir desde el momento en que subió al púlpito.

Habían pasado tres meses desde su regreso de la Conferencia de Convergencia Misional. Tres meses de estudio intensivo, de oración, de conversaciones largas con Miriam que duraban hasta la madrugada. Tres meses procesando la pregunta que había dominado sus pensamientos desde aquella noche en el bar del hotel: Si la Gran Comisión está cumplida, ¿cuál es nuestra misión ahora?

Y finalmente, creía tener la respuesta. O al menos, el comienzo de una.

Había anunciado dos semanas atrás que iniciaría una serie de sermones titulada "Preparados para Su Regreso: La Iglesia en el Interregno Final". La respuesta había sido mixta—algunos intrigados, otros cautelosos, unos pocos abiertamente escépticos. Pero todos estaban allí, llenando las 180 sillas del santuario, esperando.

Eliseo miró el mar de rostros familiares. En la tercera fila, Esteban Morales estaba sentado con postura perfecta, libreta abierta, bolígrafo listo—la imagen misma de un alumno ansioso por aprender. Junto a él, su esposa Clara y otros dos empresarios exitosos de la congregación: Roberto Maldonado y Patricia Vega.

En el centro, la familia Sánchez—José, María y sus tres hijos—con expresiones que mezclaban interés y ligera confusión. José había comentado casualmente después del servicio anterior: "Pastor, ese título suena muy teológico. ¿Va a ser de esos sermones que necesito diccionario para entender?"

Hacia atrás, Gerardo Reyes estaba sentado solo. El ex-misionero de cuarenta y dos años había regresado a la ciudad hacía seis meses después de quince años en América Latina, esperando reclutarse para su próximo campo misionero. Pero el mundo misionero estaba cambiando—las agencias reduciendo personal, los fondos disminuyendo—y Gerardo estaba inquieto, buscando dirección.

Y en la segunda fila, Teresa Marín—viuda de cincuenta y dos años, líder del grupo de intercesión—estaba sentada con los ojos cerrados, claramente ya en oración. Teresa era intensidad espiritual personificada, y Eliseo sabía que lo que estaba a punto de enseñar resonaría profundamente con ella, aunque quizás no de las maneras que pretendía.

Don Alejandro Vargas, el anciano de setenta y dos años, estaba sentado en su lugar habitual del lado izquierdo. Su cáncer había sido diagnosticado apenas un mes atrás—etapa 3, tratable pero serio. Todavía no lucía enfermo, pero había una gravedad nueva en sus ojos, una conciencia aguda de mortalidad que cambiaba cómo escuchaba cada sermón.

Eliseo respiró profundo y comenzó.

"Hermanos, durante los últimos tres meses, he estado luchando con una pregunta que creo que define nuestro momento en la historia. No es una pregunta nueva—cada generación de cristianos la ha enfrentado de alguna forma. Pero creo que en nuestro tiempo, tiene una urgencia particular."

Hizo una pausa, dejando que la anticipación creciera.

"La pregunta es esta: Si Cristo regresa mañana, ¿estamos preparados? No estamos, como iglesia universal—sabemos que millones de cristianos profesantes no lo estarán. Sino nosotros, aquí, en esta sala. Yo. Tú. ¿Estamos preparados?"

"Y más importante: ¿Cuál es nuestro trabajo como iglesia local en este momento? ¿Seguimos haciendo lo que siempre hemos hecho—servicios dominicales, estudios bíblicos semanales, actividades sociales ocasionales? ¿O hay algo más urgente, más fundamental que debemos estar haciendo?"

Proyectó el título del sermón en la pantalla detrás de él: "La Iglesia como Sala de Preparación".

"Durante siglos, hemos usado una metáfora particular para describir la iglesia: la iglesia como hospital. Y tiene sentido, ¿verdad? Jesús dijo que no vino a llamar a justos sino a pecadores. Somos un lugar donde los quebrantados vienen a sanar, donde los enfermos encuentran medicina."

"Pero quiero proponerles una metáfora diferente, una que creo que es más apropiada para nuestro momento: La iglesia como sala de preparación."

Eliseo caminó al borde del escenario, con intensidad entrando en su voz.

"Imaginen una boda. La novia no pasa todo el día de su boda en el hospital recuperándose de alguna enfermedad. Pasa las horas finales en la sala de preparación—donde se arregla el cabello, se ajusta el vestido, se asegura de que todo está perfecto para el momento en que las puertas se abren y camina hacia su novio."

"El Apocalipsis nos dice que somos la novia de Cristo. Y Él, el Novio, regresa pronto. La pregunta es: ¿Estamos en el hospital, todavía tratando heridas viejas? ¿O estamos en la sala de preparación, haciendo los ajustes finales antes de que suene la música?"

Vio a Esteban inclinarse hacia adelante, escribiendo furiosamente. Teresa había abierto los ojos, brillantes con lágrimas—ella veía exactamente hacia dónde iba esto.

"No estoy diciendo que ya no necesitamos sanación. No estoy diciendo que la gracia ya no importa. Estoy diciendo que hay un cambio de fase. El tiempo del hospital fue necesario—todos vinimos quebrantados, todos necesitamos sanación. Pero llega un momento en el ministerio de cada creyente, y creo que en la historia de la iglesia, donde la pregunta cambia."

"Ya no es '¿Cómo me sano?' Es '¿Estoy listo?'"

Proyectó Mateo 25:1-13, la parábola de las Diez Vírgenes, en la pantalla.

"Lean conmigo. Esta parábola ha sido predicada millones de veces, pero quiero que la vean con ojos frescos hoy, porque creo que Jesús nos está dando la clave para entender nuestro momento."

Leyó la parábola completa, despacio, dejando que cada detalle se registrara.

"Diez vírgenes. Todas esperando al novio. Todas con lámparas. Todas queriendo entrar a las bodas. Pero cinco eran prudentes y cinco insensatas. La diferencia: aceite."




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