La Institutriz

Capítulo 3

Sam la condujo con paso discreto hasta el salón principal.

—Por aquí, señorita. Avisaré a la señora de que ha llegado —dijo con una sonrisa educada—. La está esperando.

Marina se quedó sola.

No miró de inmediato a su alrededor. Permaneció unos segundos inmóvil, como si necesitara tomar aire antes de avanzar. Vestía un traje de chaqueta azul petróleo, sin blusa, que dejaba intuir una seguridad poco común. Botas negras de caña alta, un bolso colgado al hombro con estudiado descuido. El cabello rojizo, cortado a la altura de los hombros, enmarcaba un rostro de piel morena y mirada color miel. Apenas maquillaje: una sombra suave y un delineado sutil que alargaba sus ojos.

Parecía más una actriz esperando una prueba de casting que una candidata a institutriz.

El salón era amplio, luminoso, elegante sin ostentación. Sofás generosos, sillones profundos, cuadros antiguos, lámparas de araña que caían como promesas sobre alfombras espesas. Todo respiraba comodidad, riqueza, estabilidad...

Nada de aquello la impresionó.

Lo que sí la tensó fue el sonido de unos pasos ligeros acercándose.

—Buenos días.

Marina se giró.

Mimsy Berger la observaba desde el umbral con una sonrisa abierta. Alta, esbelta, de gestos suaves.

Y entonces lo vio.

El parecido.

No sabía cómo, ni cuándo, ni por qué, pero en ese instante un nombre le atravesó la mente como una herida antigua.

Lex.

Los rasgos eran distintos, pero había algo en la boca, en la forma de sostener la mirada. En Mimsy todo era delicado, casi ingenuo. En él… no. En él había peligro.

—¿La señorita Marina Lozano? —preguntó Mimsy, acercándose.

Marie avanzó un paso.

—Sí, señora.

—Soy Mimsy Berger, esposa de George Robinson —le tendió la mano—. Bea me ha hablado mucho de usted.

—Es muy amable —respondió Marina, estrechándole la mano—. Fue amiga de mi madre. Yo le pedí este favor.

—Lo sé. ¿Puedo llamarla Marina? —sonrió—. Pase, por favor. Si se queda o no con nosotros, considérese bienvenida por ser amiga de Beatriz.

Se sentaron frente a frente.

—Hablaremos con calma —continuó Mimsy—. Luego, si llegamos a un acuerdo, llamaré a Janet. Es una niña encantadora, aunque algo caprichosa. Hasta ahora ha tenido profesores por horas. No hemos querido imponerle demasiadas normas, pero creemos que ha llegado el momento de educarla con más constancia.

Marina asintió sin interrumpirla.

—Es usted muy joven —añadió Mimsy tras una pausa—. Y muy hermosa.

Marina sonrió con educación.

Sabía lo que había vivido.
Sabía por qué estaba allí.
Y también sabía que no pensaba marcharse.

—Gracias, señora Berger, pero no soy tan joven. Tengo veintitrés años.

—¿Le parecen muchos?

—Para la publicidad, sí.

—Bea me ha dicho que habla varios idiomas. Podría aspirar a algo mejor.

—Ser institutriz me parece un trabajo muy digno.

—Lo es —concedió Mimsy—. Pero… ¿no tiene ambiciones?

—Me gusta enseñar —respondió Marina sin vacilar—. Siempre quise dedicarme a eso. No tuve la oportunidad de estudiar magisterio, pero la vocación sigue ahí.

Mimsy la observó con una mezcla de sorpresa y aprobación.

Era inteligente. Discreta. Elegante sin esfuerzo. Demasiado perfecta para ser casual.

—Si está decidida a quedarse con nosotros —dijo al fin—, hablemos de las condiciones.

—La escucho.

—¿Está segura?

—Completamente. He venido convencida de que este empleo me interesa. Tanto, que recurrí a Bea a por una recomendación… y no fue fácil para mí hacerlo.

Mimsy aceptó la respuesta, aunque algo en ella seguía despertándole curiosidad.

—De acuerdo —sonrió—. Hablemos entonces. Marina sostuvo su mirada. Había dado el primer paso.

Y nada ni nadie iba a apartarla de ese camino.

—El sueldo será este —dijo Mimsy, mencionando la cifra con naturalidad.

Marina asintió. No le pareció ni alto ni bajo. Justo.
Aunque habría aceptado menos sin pensarlo.

—Se ocupará de Janet desde que se levante hasta que se acueste. Es una niña… intensa. Tiene carácter y caprichos. Espero que sepa manejarla.

—Haré todo lo posible —respondió Marina con serenidad.

—Mi vida es bastante social por los negocios de mi marido. A veces estamos aquí, otras en Salamanca, otras en Madrid… incluso fuera de España.

—Lo comprendo perfectamente.

—Hasta ahora Janet se quedaba con la niñera, pero ya tiene siete años. Necesita a alguien estable, responsable. Alguien de confianza.

—Espero estar a la altura de lo que espera de mí.

—Estoy segura de que sí. Tendrá un día libre a la semana y las tardes de los domingos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.