Mimsy y su esposo no habían salido aquella tarde. Permanecían en casa por una única razón: esperaban a Lex.
El día era espléndido, de esos que parecen detenidos en una eterna calma. El cielo lucía limpio, el aire denso y quieto, sin una sola brizna de viento que alterase la serenidad del entorno. Ambos descansaban en sendos sillones de mimbre, dispuestos frente a una pequeña mesa donde reposaban varios refrescos fríos, brillando al sol que comenzaba a declinar.
—También puede ocurrir —comentaba George en ese momento, con tono despreocupado— que no llegue hoy y nosotros nos hayamos perdido la fiesta de los Micawber.
Mimsy sonrió, satisfecha, sin el menor atisbo de arrepentimiento.
—No me pesa —respondió—. Las fiestas de los Micawber resultan siempre sosas y sin gusto.
—Pero no olvides, querida mía —replicó él con cierta sorna—, que son nuestros mejores proveedores.
Antes de que Mimsy pudiera responder, algo llamó su atención. A lo lejos, por la carretera particular que conducía a la mansión Berger, apareció un automóvil gris perla, con capota negra, avanzando con suavidad entre los árboles.
—Me parece que es el Mercedes de Lex —susurró Mimsy, con un súbito brillo en los ojos, aferrando la mano de su esposo—. Me parece que es su coche, George.
Él entrecerró los ojos y observó con atención.
—Creo que sí.
El sol comenzaba a ocultarse lentamente, tiñendo el paisaje de tonos dorados. La tarde seguía sin una sola ráfaga de aire. El automóvil tomó una curva, enfiló el sendero principal y se deslizó con elegancia hasta la verja de la mansión.
—¡Es él! —exclamó Mimsy, incapaz de contener la emoción—. ¡Es él…!
Ambos se levantaron al unísono.
—George —dijo Mimsy en voz baja, con una seriedad inesperada—, no se te ocurra mencionar que Eduardo sale con la institutriz de Janet. Ni la nombres, siquiera. Cuando lleguen los tres, Lex los verá por sí mismo. ¿Está claro, mi amor?
—Por supuesto, querida mía —asintió él,divertido.
Lex acababa de saltar de su coche de línea deportiva.
Era alto, firme, de complexión fuerte. No poseía una elegancia refinada ni académica; nada de eso. Su atractivo residía en una masculinidad directa, casi provocadora, ajena a cualquier sofisticación anticuada. Tenía el cabello castaño, los ojos azules y la piel intensamente morena, como si acabara de regresar de África o de algún safari exótico. El rostro, bien rasurado, conservaba la sombra cerrada de la barba.
Vestía pantalón blanco, polo del mismo color y una chaqueta deportiva azul oscuro, abierta y desabrochada, que acentuaba aún más su aire despreocupado y seguro.
—¡Familia! —gritó con voz potente.
Subió las escalinatas de dos en dos, con una energía contagiosa.
—¡Cuántas ganas tenía de veros!
Besó a Mimsy dos veces en cada mejilla, con aquel afecto exagerado tan suyo, tan cautivador como egoísta, algo que ella conocía demasiado bien. Luego abrazó a George, dándole varias palmadas en la espalda, y comentó entre risas, sin dejar de mirarlos alternativamente:
—Vosotros siempre al pie del cañón, ¿eh? —giró la cabeza, buscando—. ¿Y Janet? ¿Dónde anda la niña bonita?
—Ha salido —respondió Mimsy—. Ven, siéntate. No tardará en volver.
—¿Con quién ha ido? ¿Hay alguna fiesta?
—Tiene institutriz —dijo ella con estudiada indiferencia, guiñándole un ojo a su marido—. Ha ido con ella.
—¡Ah! ¡Bueno! —Lex se dejó caer en el sillón frente a ellos, se sirvió un refresco y bebió con avidez—. Qué sed tenía. Decidme… ¿qué tal todo por aquí? ¿Y mi eterno rival? —rió—. ¿Sigue multiplicando los millones de euros ? ¿Se ha casado, al fin? ¡Cielos! No me digáis que se ha casado, porque entonces tendré que quitarle la esposa y eso me costará mas.
—¡Cafre! —rezongó George—. No, no se ha casado.
—Menos mal —dijo Lex con burla—. Tengo demasiada prisa y no quisiera entretenerme por culpa de Ed. Voy de paso, ya lo sabéis. Mañana vuelvo a la carretera. En realidad, solo he venido a daros un abrazo y a pediros hospitalidad por esta noche. Me marcho al Canadá.
—Pero al menos —intervino Mimsy con dulzura calculada— podrías quedarte una semana.
—Imposible. Tengo mis planes —bebió de nuevo y chasqueó la lengua—. Está sabroso este refresco, pero… ¿no tendréis un poco de whisky?
George se levantó de inmediato.
—Ahora mismo, Lex. ¿Con soda?
—Solo. Sin hielo ni soda.
—Como siempre.
—Sí —rió Lex—. Como siempre. Soy un hombre de ideas fijas. Me aferro a mis viejas costumbres.
George se alejó, y Mimsy se inclinó hacia su hermano.
—Lex… ¿sigues soltero?.
—Célibe hasta la muerte, querida Mimsy —respondió con ironía—. Tu hija será una de las herederas más ricas de España. Heredará de su padre, de su madre… y de su tío soltero.
—No me entusiasma esa perspectiva —replicó ella—. Janet no necesita tanto dinero. No sabes lo que te pierdes renunciando al matrimonio.