El sábado llegó más rápido de lo que esperaba, y me encontré ansiosa y emocionada por el encuentro con Mateo. Había algo en el aire, una mezcla de expectativa y nerviosismo que no podía ignorar. Pasé la mañana intentando concentrarme en mis deberes, pero mis pensamientos volvían una y otra vez a la tarde que me esperaba.
Cuando finalmente llegó la hora, me vestí con mi atuendo más cómodo y me dirigí al parque. El sol brillaba cálidamente, y el cielo azul claro parecía prometer un día perfecto. Cuando llegué, vi a Mateo ya esperando cerca de la cancha de básquetbol, driblando la pelota con una destreza que me hizo sonreír.
-¡Hey! - saludé, acercándome a él.
-¡Hola! - respondió él, devolviéndome la sonrisa. - ¿Lista para un poco de acción?
-Nacida lista - respondí, tratando de sonar confiada.
Comenzamos a jugar, lanzando la pelota, corriendo y riendo. Me sorprendió lo fácil que era estar con él, lo natural que se sentía. No importaba si fallaba un tiro o si él anotaba una y otra vez, estábamos simplemente disfrutando el momento.
Después de un rato, nos sentamos en un banco cercano, jadeando y riendo, tratando de recuperar el aliento.
-Eres mejor de lo que pensaba - dijo Mateo, inclinándose hacia atrás y dejando que el sol bañara su rostro.
-Tú tampoco eres tan malo - respondí, sonriendo.
Nos quedamos en silencio por un momento, disfrutando de la tranquilidad del parque. Había otros niños jugando, familias haciendo picnics, y el sonido distante del tráfico. Pero en ese momento, todo parecía distante y ajeno.
-Oye, hay algo de lo que quiero hablar contigo - dijo Mateo de repente, rompiendo el silencio.
-Sí, claro - respondí, sintiendo un ligero nudo en el estómago.
-Es sobre lo que te dije el otro día, ya sabes, sobre que sé que te gusto - comenzó, mirándome directamente a los ojos.
-Sí... - respondí, tratando de mantener la calma.
-Verás, no fue solo una suposición. - continuó él, desviando la mirada momentáneamente. - He notado cómo me miras, cómo actúas cuando estoy cerca. Y también, Mariana me dijo algo.
Mariana. De repente, todo tenía más sentido. Mi amiga más cercana había sido mi confidente, y aparentemente, también la fuente de información de Mateo.
-Oh... - fue todo lo que pude decir.
-Pero no te preocupes, no estoy molesto ni nada. Solo quería aclararlo y ser honesto contigo. - dijo él, volviendo a mirarme.
-Gracias por decírmelo - respondí, sintiendo una mezcla de alivio y vergüenza.
-Y hay otra cosa... - continuó él, esta vez con una sonrisa juguetona. - Creo que tú también me gustas.
Mi corazón dio un vuelco. No esperaba eso. No sabía qué decir, así que simplemente me quedé mirándolo, tratando de procesar lo que acababa de escuchar.
-Entonces, ¿te gustaría salir conmigo? - preguntó, su tono ligero pero sus ojos llenos de sinceridad.
-Sí, me encantaría - respondí finalmente, sonriendo ampliamente.
El resto de la tarde pasó en un borrón de felicidad. Caminamos por el parque, hablando de todo y de nada, riendo y compartiendo historias. Mateo me llevó a una pequeña heladería cerca del parque, donde nos sentamos a disfrutar de un par de conos de helado, hablando sobre nuestras películas y series favoritas, nuestros sueños y planes para el futuro.
La conexión entre nosotros se sentía natural, como si siempre hubiera estado allí, esperando a ser descubierta. Había algo en Mateo que me hacía sentir segura, aceptada y entendida. Y mientras caminábamos de regreso al parque, nuestras manos se encontraron y se entrelazaron de manera casual, pero significativa.
El sol comenzó a ponerse, pintando el cielo con tonos de naranja y rosa. Nos sentamos en uno de los bancos, observando cómo el día se desvanecía lentamente. Había una paz en el aire, un sentimiento de plenitud que nunca había experimentado antes.
-Gracias por esto, Mateo. Ha sido un día increíble. - dije, mirando hacia él.
-Yo también lo he disfrutado mucho. Me alegra que hayamos podido pasar este tiempo juntos. - respondió él, apretando ligeramente mi mano.
Pasaron los días, y nuestra relación continuó creciendo. Había algo mágico en la sencillez de nuestras interacciones, en la forma en que nos entendíamos sin necesidad de palabras. Nos enviábamos mensajes durante las clases, nos encontrábamos en los pasillos entre clases y pasábamos tiempo juntos después de la escuela.
Un día, mientras estábamos sentados en el césped del parque después de la escuela, Mateo me miró con una seriedad inusual.
-He estado pensando en nosotros. - comenzó, jugando con una hoja de hierba.
-¿Sí? - pregunté, un poco preocupada por el tono de su voz.
-Sí, y me di cuenta de que realmente valoro lo que tenemos. Quiero que sepas que me importas mucho y que estoy aquí para ti, pase lo que pase. - dijo, mirándome directamente a los ojos.
Sus palabras me conmovieron. Sentí una oleada de emociones, y supe en ese momento que Mateo no solo era alguien que me gustaba. Era alguien en quien podía confiar, alguien con quien podía ser yo misma.
-Gracias, Mateo. Significas mucho para mí también. - respondí, apretando su mano.
Nuestra relación continuó evolucionando, pasando de la emoción inicial a una conexión más profunda y significativa. Mateo me enseñó a confiar en mis propios sentimientos y a ser honesta conmigo misma. Con él, aprendí que estaba bien ser vulnerable, que estaba bien abrirme y dejar que alguien más entrara en mi vida.
A medida que el año escolar avanzaba, enfrentamos desafíos juntos, desde exámenes difíciles hasta conflictos con amigos. Pero a través de todo, nuestra relación se mantuvo fuerte, y salimos fortalecidos de cada situación.
Un día, después de un examen particularmente difícil, estábamos sentados en nuestro lugar favorito del parque, compartiendo una bolsa de papas fritas.
-¿Cómo crees que te fue en el examen? - preguntó Mateo, metiéndose una papa frita en la boca.