La llorona versión argentina

Epílogo – El eco del río

Han pasado meses desde mi desaparición.
O al menos, eso es lo que dicen los registros.
No hay noticias, no hay cuerpos, ni señales claras de lo que ocurrió.
Pero yo sé la verdad.
Sé que el llanto sigue vivo, resonando en cada charco, en cada reflejo, en cada sombra que toca el agua del Riachuelo.

La ciudad nunca olvida.
Vecinos hablan de noches en que un llanto largo y profundo recorre la ribera, mezclándose con la bruma y los caños.
Algunos dicen ver una figura blanca flotando sobre el río, con los ojos huecos fijos en la ciudad, esperando.
Otros escuchan pasos pequeños, risas apagadas o sollozos que vienen desde las alcantarillas, los pasillos, los hospitales antiguos.

No hay explicación lógica.
Nadie puede probarlo.
Pero quienes hemos sentido su presencia, quienes hemos visto la sombra de la Llorona, sabemos que no es solo un fantasma.
Es un dolor vivo.
Una herida abierta que arrastra a los vivos hacia la memoria de los muertos.

Yo la veo aún.
A veces, en el reflejo de los charcos después de la lluvia, su rostro me mira.
El cabello mojado, los brazos extendidos, los ojos negros llenos de lamento.
Y cada vez que la veo, escucho el eco de los niños, sus voces suspendidas entre el agua y la nada, reclamando, buscando, esperando.

El río sigue corriendo, sucio y profundo.
Y en sus aguas, La Llorona sigue esperando.
Esperando que alguien la vea, que alguien la escuche…
Esperando que alguien pague el precio de su llanto eterno.

Y yo… sigo siendo parte de ese llanto.
Testigo y prisionero.
Uno más entre los lamentos que flotan sobre el Riachuelo.

Porque algunas tragedias no terminan.
Solo esperan.
Para llorar otra vez.




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