La Lluvia no Atraviesa el Concreto

III.CARNE PARA LAS RATAS.

El aire aquí no se respira, se mastica. Es espeso, fermentado, cargado de sudor viejo y orina añeja. No importa cuánto abran las ventanas—cuando las hay—, el hedor de los muros se pega a la piel como una segunda condena. Afuera, la gente se tapa la nariz y dice que los presos huelen a mierda, pero nunca se preguntan quién les construyó la cloaca. Cada celda es un matadero sin sangre visible. Los cuerpos se descomponen sin desangrarse, se pudren en cámara lenta. La humedad hace su trabajo, convirtiendo la piel en papel arrugado, en costras de un tiempo que nunca avanza. La carne aquí no envejece, se marchita. Las ratas lo saben. Merodean como herederas de la muerte, esperando la señal para reclamar su festín. No temen a los vivos, porque los vivos aquí tienen el mismo olor que los muertos. Hay quienes las alimentan con migajas, hay quienes despiertan con mordidas en los dedos. Algunas aprenden a sobrevivir compartiendo el espacio con ellas, otras se convierten en carroña antes de tiempo. No hay desinfectante que borre el hedor del encierro. La peste se infiltra en los huesos, en los pulmones, en la memoria. Quienes logran salir siguen oliendo a prisión, aunque se bañen con perfumes caros y agua bendita. Porque la verdadera inmundicia no está en las paredes, está en la idea de que un ser humano pueda ser encerrado como un perro sarnoso, en la creencia de que la venganza es justicia y la tortura es castigo. Aquí todo huele a muerte, menos los que la administran. Esos siempre huelen a limpio, a colonia barata y billetes sin mancha.



#362 en Joven Adulto

En el texto hay: cerdopoesia

Editado: 16.09.2025

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