Nos venden esperanza como si fuera un producto en una estantería, envuelta en celofán brillante, lista para ser consumida. Dicen que la libertad es un derecho, que todos tenemos la oportunidad de salir del fango, que todo se soluciona con una sonrisa y una palmadita en la espalda. Pero la verdad es que la libertad es un lujo que solo los que ya están libres pueden permitirse. La máquina de la esperanza funciona a la perfección. Giran las ruedas de los discursos vacíos, suena la música y el aplauso retumba en los oídos de los que viven fuera de la prisión. Pero dentro, la esperanza no es más que un cadáver cubierto de polvo. ¿Cómo pueden esperar a alguien que se ahoga a que respire en un charco de mentiras? Nos dicen que si trabajamos lo suficiente, si mostramos buena conducta, si nos conformamos con lo que nos dan, entonces alcanzaremos la libertad. Pero lo que no nos dicen es que esa libertad no es más que otra celda con puertas más anchas, con paredes más altas y con la misma niebla en los ojos. Nos enseñan a esperar la luz al final del túnel, pero nunca dicen que esa luz es solo el reflejo de los focos que iluminan el circo que montan. En la prisión, no hay puertas que se abran por milagro. Hay puertas que se abren cuando los que están afuera dejan de mirar, cuando la máquina de la esperanza deja de funcionar, y cuando finalmente entendemos que la libertad nunca fue un destino, sino una mentira que se vende por pedazos. Nos dicen que hay una salida. Pero esa salida es una ilusión, una burla que hace eco en el viento. Y el que cree en ella, simplemente sigue dando vueltas en círculos, buscando una puerta que nunca estuvo ahí