La verdad, dicen, está escrita en las estrellas, en las leyes, en los documentos firmados con sangre ajena. Pero esa verdad no es más que un reflejo en un espejo empañado, una sombra que se estira y se retuerce hasta perder su forma original. La verdad nunca fue tan pura como nos la pintan, y mucho menos la verdad que el poder necesita para seguir alimentándose de su propia mentira. Hablan de justicia como si fuera un objetivo que se puede alcanzar, como si fuera una línea recta que siempre lleva a la salvación. Pero la justicia no es una balanza equilibrada, es una rueda que gira con la sangre de los que caen, y siempre se detiene cuando los que la controlan ya han sacado su parte. Los que reclaman justicia no son más que marionetas en un teatro de sombras, y los que dictan la justicia son los titiriteros que manejan los hilos. La verdadera verdad no se encuentra en las palabras de los que tienen el poder. La verdad está en los ojos de aquellos a quienes han condenado al olvido. La verdad se esconde en las grietas de la sociedad, en los susurros de los que ya no tienen voz. La justicia no es el resultado de un juicio, es el reflejo de un sistema que sólo castiga a los que no pueden defenderse. El juego de la verdad es un juego sucio, un juego donde las reglas son hechas para que siempre ganen los mismos. Y aquellos que creen que la verdad es algo que se puede encontrar, simplemente siguen dando vueltas en el laberinto que ellos mismos han construido.