La realidad nunca es lo que parece, y la verdad siempre tiene un precio. No importa cuántas veces tratemos de vestirla con ropas bonitas o de esconderla en un rincón oscuro. La realidad siempre regresa, más fuerte, más salvaje, más brutal. Nos dicen que el conocimiento es poder, pero lo que realmente tenemos es el poder de crear mentiras más elaboradas, más convincentes. Esos que hablan de la paz, de la armonía, de la unidad, ¿dónde están cuando llega la guerra? ¿Dónde están cuando la sociedad se desmorona bajo el peso de su propio ego? La paz es solo una palabra, una idea que se arrastra por el barro, esperando ser atrapada por aquellos que han aprendido a manipularla. La realidad no tiene compasión por los que se venden a la mentira, no perdona a los que se creen inmunes a su crudeza. A medida que nos sumergimos más en el sistema, la verdad se convierte en un juego peligroso. Cuanto más tratamos de entenderlo todo, más lejos quedamos de lo que realmente importa. La vida no es algo que se pueda comprender completamente, ni mucho menos controlar. Nos dicen que con esfuerzo y dedicación todo tiene solución, pero lo que realmente sucede es que el sistema simplemente se vuelve más sofisticado en su manipulación. Los que piensan que todo tiene un propósito olvidan que la única ley que rige este mundo es la ley del más fuerte, la ley que nunca te dice lo que realmente pasa detrás de las cortinas. La venganza de la realidad es que siempre nos arrastra a la verdad, esa verdad que tememos, esa verdad que está más allá de todo lo que creemos saber