La moral es una trampa que nos colocan en la boca, como si fuera un manjar, como si fuera lo que da sentido a nuestra existencia. Pero esa moral no es más que el disfraz con el que los conquistadores se visten para justificar su pillaje, su destrucción. Nos dicen que la moral es universal, que todos debemos adherir a un conjunto de reglas impuestas, pero esas reglas fueron escritas por los que ya estaban en la cima, por aquellos que decidieron qué era bueno y qué era malo según sus propios intereses. Nos dicen que debemos ser buenos, que debemos ser justos, pero la justicia no es más que un concepto inventado por aquellos que tienen el poder de decidir qué significa ser justo. La moral no es algo divino, es algo humano, algo creado por los mismos que controlan las masas. Nos dicen que la moral es lo que nos eleva, lo que nos convierte en seres superiores, pero lo único que hace es mantenernos en la caja que ellos han preparado para nosotros. La moral, esa gran mentira, es lo que nos separa, lo que nos hace mirar al prójimo con desdén, con juicio. Nos dicen que si no seguimos las reglas, seremos castigados, pero ¿quién establece las reglas? Los mismos que se enriquecen con el sufrimiento de los demás. Nos dicen que la moral nos salva, pero es la moral la que nos condena, la que nos mantiene en una prisión de convenciones vacías. La moral es el verdugo disfrazado de ángel, es la cuerda que nos atan al cuello mientras nos dicen que volamos.