El desvío lo señalan como error, ser diferente como inadecuación, y si no encajamos en su molde, somos un problema, un riesgo. Nos dicen que hay un solo camino, uno que se traza con reglas y normas, uno que nos lleva a un destino que ya está decidido antes de nacer. Pero el desvío no es el error, es el único camino que lleva a la verdad. Nos dicen que lo común es lo correcto, que la masa es la medida de lo que está bien, que la individualidad es una amenaza, una extravagancia peligrosa. Nos dicen que debemos ajustarnos a la norma, que debemos ceder a la uniformidad, pero ¿qué queda cuando todos somos iguales? La vida se convierte en una máquina, una máquina sin alma, donde lo que nos diferencia es lo que nos mata lentamente. El desvío es la única resistencia que nos queda, la única manera de escapar de la locura colectiva. Nos dicen que debemos seguir el camino, que debemos adherirnos a las reglas, pero las reglas siempre fueron creadas por los que quieren dominar, por los que se benefician del conformismo. El desvío es el grito, es la verdad desnuda que no se esconde tras la mascarada del "orden". Nos dicen que debemos seguir las normas, pero lo que no nos dicen es que las normas son las cadenas con las que nos atan. El desvío es la libertad de pensar, de cuestionar, de romper con el molde. Es el acto de desobedecer, de no conformarse, de ser el caos que desafía el orden impuesto. La conquista de la desviación no es una lucha por la resistencia, sino por la vida misma, por la dignidad de ser uno mismo en un mundo que se esfuerza por hacernos desaparecer.