La Lluvia no Atraviesa el Concreto

XXV. EL MUSEO DE LOS OLVIDADOS

No hay monumentos para ellos. No hay placas conmemorativas, ni estatuas en las plazas, ni nombres grabados en mármol. No hay calles que los recuerden ni libros de historia que los mencionen. Los que desaparecen tras los muros simplemente dejan de existir. Se convierten en fantasmas sin epitafio, en sombras sin testigos, en un error estadístico que a nadie le importa corregir. Pero la cárcel sí es un monumento. Un museo de los olvidados, un mausoleo donde se exhiben vidas truncadas, sueños asfixiados, voluntades reducidas a polvo. La entrada es gratuita, pero la salida cuesta la cordura, la piel, la sangre. Las visitas guiadas las ofrecen jueces de traje impecable, políticos con sonrisa de cartón, periodistas que escriben crónicas de horror con el entusiasmo de quien narra un partido de fútbol. Dicen que es un lugar necesario, un mal menor, una pieza fundamental del equilibrio social. Y mientras repiten su guion con voz solemne, el museo sigue llenándose de nuevas exposiciones. Cada celda es una vitrina. Cada reja, un marco. Cada pared manchada, una obra de arte en la galería del sufrimiento. Aquí no hay pinceles ni lienzos, solo uñas desgastadas rascando el concreto, gritos atrapados entre los barrotes, pieles tatuadas con cicatrices que nadie se molestará en interpretar. Y cuando la lluvia cae, no lava nada. Solo resbala por las paredes como si supiera que aquí la suciedad es parte del diseño. Porque este museo no cierra, no se renueva, no cambia de temática. Es el mismo desde siempre: un monumento a la brutalidad disfrazada de justicia. Un homenaje eterno a los que no debieron ser olvidados.



#362 en Joven Adulto

En el texto hay: cerdopoesia

Editado: 16.09.2025

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