La luz de tu recuerdo

Capítulo I

Como polvo en el viento fueron esparcidos mis recuerdos. Entre incertidumbre y dudas se que estás ahí. Te siento, siento el olor de las flores que magistrales desprenden su fragancia para que un leve recuerdo te traiga de vuelta. Existes aún en algún lugar de mi devastado mundo. Aún te puedo encontrar y sellar nuestro destino. Se que el cristal que nos mantiene alejados no significa nada. Se que tan solo con una lágrima se desvanecerá para siempre  como la primera vez y veré a través de la luz de tus recuerdos para mantener en secreto todo lo que vivimos...

 


Nada es más difícil que despertar en las mañanas, saber que abrirás los ojos y nada pasará. No verás la luz filtrada por la ventana, no verás el cielo azul ni a las personas caminando por la calle. No serás libre de ir a donde quieras.

 

Toco a mi derecha y encuentro mis gafas oscuras, como si fueran la justificación para no poder ver las coloco en mi rostro y entonces abro mis ojos. Camino libremente, ya conozco al detalle mi habitación y no me es difícil transitar de un lado a otro.

 

A lo lejos escucho el sonido de los frenos de un auto y una punzada se hace presente en mi estómago. Me recuesto de la pared del baño y me deslizo hasta el suelo. Me quito las gafas y abro los ojos. Nada sucede y me duele saber que esto puede ser para siempre.

 

<<Aprende a vivir así>> me dice mi madre. Pero ella puede verme aún, ella puede salir sin necesidad de una compañía. Ella puede trabajar y viajar a donde quiera. Yo no, yo estoy presa en esta oscuridad y si sigo así siempre lo estaré.

 

Una lágrima se resbala por mi mejilla lentamente produciendo una leve cosquilla.

 

—Legna, ya Mía te está esperado.

 

Escucho la voz de mi madre y me pongo de pie. Me hecho agua en el rostro y recuerdo la última vez que estuvo ella en mi casa. Escuché cuando le pedía a mi madre el salario del mes. Eso es lo que soy, una carga para ella. En verdad creía que ella era mi amiga y que la conexión que teníamos era verdadera. Todo era mentira, ella es sólo una empleada pagada por mi familia para mantenerme vigilada.

 

Salgo de la habitación ahogando un suspiro.

 

—¿Estás lista? —Me pregunta Mía y asiento sin saber si me está observando o no. Hoy no estoy de ánimos para fingir que no se que solo es una empleada.

 

Salimos de mi casa en su auto o en el de mis padres. A estas alturas no se que creer. En el camino ninguna de las dos dice palabra alguna. Yo solo pongo mi brazo en la ventanilla del auto y me recuesto sintiendo el aire batir contra mi rostro y el calor del sol choca mis mejillas.

 

Frenamos lentamente y un olor familiar llega a mis fosas nasales. El olor de las margaritas. El sonido de las ruedas del auto llegan a mi mente y a mis oídos como algo lejano.

 

—¿Fue aquí verdad? —Mi voz suena quebrada. Estoy a punto de llorar.

 

—¿Qué? —Me pregunta Mía.

 

—Ese olor, recuerdo haber sentido ese  olor cuando tuve el accidente. Es algo lejano pero lo recuerdo.

 

—No pienses en eso. Ven vamos que ya llegamos.

 

—No tengo ganas de escuchar esos estúpidos audiolibros. ¿Crees que no se que todo esto es mentira?. Los escuché, a ti y a mi madre hablar de tu salario, mierda por qué no me lo contaron.

 

—Legna las cosas no son como tú crees. Dejame explicarte.

 

—¿Explicarme qué? —La interrumpo— ¿Que soy una estúpida niña que ni siquiera supo hacer amigos cuando podía verlos y por eso sus padres tuvieron que engañarla y hacerle creer que la empleada era su amiga?

 

—Claro que soy tu amiga, lo soy y te quiero como tal. Legna yo sabía que si me acercaba a ti como una empleada me habrías rechazado, por eso se nos ocurrió fingir que te conocí de casualidad. Al principio fue un trabajo pero te cogí mucho cariño. ¿Te has preguntado por qué con esta edad que tengo estoy trabajando?

 

Me quedo en silencio pensando y tiene razón, Mía tiene mi edad, debería estar estudiando en vez de trabajar.

 

—Legna conocí a tus padres en la clínica donde estabas internada. Mi madre estaba en la otra sala.

 

—¿Estaba?, ¿qué le pasó?

 

Siento como suspira y empieza a hablar con la voz entrecortada —Mi madre padecía de cáncer. Murió hace un mes y tuve que ponerme a trabajar para mantener a mis dos hermanos. Por eso cuando tu madre se acercó a mí y me habló del trabajo no dudé ni un segundo en aceptar. Necesito ese dinero, más allá de nuestra amistad. Tengo que ayudar con los gastos de la casa, fue por eso. Tú te quejas porque te quedaste ciega en ese accidente pero tienes a tus padres vivos, yo ni conocí a mi padre y mi madre murió. Desearía ser tú, desearía quedar ciega si con eso me devolvieran a mi madre.




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