La luz de tu recuerdo

Capítulo IV

De las aguas cristalinas emerge un cuerpo conocido. Dos ojos se abren y como un estrellas se esparcen mis recuerdos. Cada imagen se torna real y verdadera. He vivido todo esto, los primeros besos, las primeras caricias, el color del cielo en una tarde soleada y el verde de las plantas en primavera. Llena de esperanzas elevo mi vuelo sabiendo que pase lo que pase no volveré a tocar la oscuridad, no con el alma, no con el corazón, veré esta vez con la luz de sus recuerdos.


Era sábado por la noche y yo quería salir con Daniel a una fiesta en casa de un amigo. Al principio mi madre no me quería dejar ir pero tanto la persuadí que terminé convenciéndola.

 

En cuanto escuché el claxon del auto frente a mi casa salí corriendo. Ahí estaba él, Daniel, el chico más apuesto y tierno que jamás conocí. Ambos llevábamos casi un mes saliendo y después de su llegada a mi vida todo era tan perfecto que a veces no me lo creía.

 

Al verme me dio una sonriza y sus ojos azules se iluminaron. Al acercarme a él sentí ese olor que tanto me gustaba y sacó un ramo de margaritas. Él sabía que esas eran mis flores preferidas.

 

Un beso selló nuestra distancia. Ambos éramos como una granada de hormonas y romance a punto de estallar. Lo amaba y deseaba tanto que en ocasiones creía que estaba perdiendo la cordura.

 

Daniel era un espíritu libre, de esos chicos que todo el tiempo tienen una sonriza plasmada y un chiste que contar. Y de las personas que en cuanto llegan a un lugar se vuelven el centro de atención.

 

De la nada lo empecé a besar mientras conducía. Lo amaba demasiado. Él había llegado en el momento preciso para llenarme de afecto, algo que necesitaba mucho en aquel entonces.

 

Me miró con esos hermosos ojos y me dio una sonriza, luego un beso y me susurró <<Te amo>>. Esas fueron las últimas palabras que salieron de su boca y no me dio tiempo a responderle. Una luz nos sorprendió y un auto que venía en sentido contrario impactó contra el nuestro. Si no lo hubiera  distraído, si hubiera escuchado a mi madre, si me hubiera quedado en casa. A lo mejor nada de esto hubiera sucedido. El sentimiento de culpa me invade por completo después de saber la verdad.

 

Sólo bastó un segundo para cambiar muestra historia. Yo desperté días  después sin visión y sin poder recordar nada. Lo había olvidado a él, a Daniel el chico que tanto amaba. El chico que me enseñó a ser feliz. El chico que siempre me regalaba margaritas porque un día en una conversación al azar le dije que eran mis favoritas.

 

¿Cómo lo pude olvidar?, ¿cómo pude borrar tantos momentos vividos a su lado?. Ahora, después de recordar todo me encuentro peor que antes. No quiero recuperar la vista. Me niego a ver un mundo en donde él no va a estar como antes. Quisiera que todo esto acabara de una vez por todas, que él volviera a estar a mi lado y me sorprendiera una vez más con una margarita. Quisiera tantas cosas pero todo es imposible. Tengo que seguir mi vida. Tengo que continuar como si nada hubiera pasado. Solo me queda el consuelo de que a veces  vuelvo a sentir su presencia pero esta vez con la luz de sus recuerdos, esos que jamás serán borrados porque siempre hay esperanza de volverlos a vivir una vez mas.

 

Ahora voy en el auto con Mía, ella me va a acompañar al lugar donde él se encuentra. Mi corazón late desesperado. Estoy muy nerviosa. En el camino casi no cruzamos ni media palabra, ella sabe que no es el momento para hablar y respeta mi silencio. En mi regazo traigo conmigo un ramo de margaritas, sentir su olor me traslada al pasado. Siento su precencia y es como si lo estuviera observando. Corremos por la arena de la playa y el azul de sus ojos es más profundo que antes pero esta vez por alguna razón lo idealizo como un ángel que llegó para hacerme compañía.

 

—Ya llegamos —La voz de Mía sale en un susurro casi imperceptible. Abro la puerta a mi derecha y bajo con cuidado.

 

—¿Estás lista? —Me pregunta y después de un suspiro profundo asiento.

 

Me toma del brazo y a medida que avanzamos lo voy recordando en sus disímiles facetas. Primero como un niño cuando jugaba con la comida y me lanzaba palomitas de maíz en el cine. Luego como adulto cuando enfrentaba los problemas familiares como la vez que su madre estuvo enferma y se quedó en casa a cuidarla. Por último como el chico del cual me enamoré, el romántico, el tierno, el divertido. Daniel es tantas cosas, tantas personas a la vez, tantos matices que es imposible etiquetarlo.

 

Mía me aprieta la mano con fuerza y entramos a la habitación.

 

A mis oídos llega el bip, bip, bip del aparato al que está conectado.

 

—Quiero tocar su mano... —Le imploro a Mía y después de quitarme las margaritas de las manos para colocarlas en algún lugar me acerca a él.

 

El contacto con su piel es torpe pero logro entrelazar nuestros dedos.




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