La luz de tu recuerdo

Capítulo VII

Camino despacio por un lugar completamente oscuro. De pronto me invade el miedo como un torbellino. El agua se escucha a cada paso que doy pero no la logro ver. Sin previo aviso una luz llega a mis ojos. Un brillo segador invade mis pupilas y entre la incertidumbre y el miedo lo logro ver. Daniel está a sólo unos metros de mí. Corro intentado alcanzarlo y estira su mano, la intento tomar pero la luz es demasiado fuerte. Me cubro el rostro con el antebrazo y mis pasos se tornan pesados. Una corriente me impide continuar. La oscuridad espesa regresa y dejo de ver lentamente. Escucho su voz a lo lejos. Me llama y cada ves se escucha mas alto. Legna, Legna, Legna...

—Legna. —Despierto de golpe y regreso a mi amarga realidad. Mi corazón late con fuerza. Tuve una pesadilla. Por unos segundos no recuerdo en donde estoy pero el olor a hospital me ubica. Hace una hora que llegué. Mi madre me trajo en su auto y me dejó aquí en la habitación a donde trasladaron a Daniel. Los médicos dicen que hay altas probabilidades de que despierte aunque no saben en las condiciones que lo haga. Por eso estoy aquí. Ahogo un bostezo sintiendo los dedos de él en mis manos. Me había quedado dormida a su lado y después de un suspiro me recuesto del asiento donde estoy.

—Disculpa que te desperté. —Laura, la madre de Daniel me está hablando. Cuando llegué ella no estaba aquí. Llevo días viniendo pero hasta ahora sólo se limitaba a saludarme y la entiendo completamente. No es fácil ver a la persona que casi le arrebata la vida a tu hijo. Ella sabe que yo tuve la culpa de aquel accidente por eso casi no me dirige la palabra.

—No, no importa. Sólo estaba aquí en silencio y me quedé dormida. Sólo fueron unos segundos. —Legna, quiero ser directa contigo. Me duele lo que te voy a decir pero es necesario. —Por el tono de su voz percibo que lo que me va a decir no es nada bueno. —No es necesario que vengas todos los días a verlo.

—Si es necesario, —La interrumpo— él puede despertar en cualquier momento. Quiero estar presente cuando eso suceda.

—Creo que no me estás entendiendo.

—Me parece que no. —Niego a la vez que me acomodo las gafas en mi rostro. Ella hace una pausa y percibo como toma una bocanada de aire.

—¿Sabes una cosa?. Me acuerdo muy bien del día en que ustedes dos tuvieron el accidente. Mi hijo estaba triste, no quería ir a aquella fiesta. Temíamos problemas familiares en casa pero tú incististe y te fue a buscar. El corazón me da un vuelco. Me empieza a faltar el aire y no logro decir nada. —Por ti salió aquella noche. Para cumplir otro de tus caprichos. ¿No te diste cuenta que Daniel no estaba bien en esos días?. —Sus palabras me hieren y se sienten como dagas en mi pecho.

—Yo...yo no sabía nada. —Mi voz sale temblorosa. Algo me impide hablar.

—¿Cómo ibas a saber?. Sólo pensabas en ti y en nadie más. Te crees que tienes el derecho de venir ahora y hacerte la víctima por haberte quedado ciega. No deberías estar aquí. Mi hijo está aquí por tu culpa. No eres capás de imaginar el dolor que siente una madre al ver a su hijo postrado en una cama y ver como el tiempo pasa y no se recupera. No vuelve a ser el mismo de antes. Todo por un capricho de la chica que amaba.

—Se lo juro, yo no quería que esto hubiera pasado. No tenía como saber que algo así podría suceder. Si pudiera regresar el tiempo yo..

—No puedes. —no me deja continuar— No me puedes regresar a mi hijo. Sólo un milagro puede. —Sus palabras son frías y esconden odio. Me odia y lo peor de todo es que la entiendo. Yo también me odio. Odio ser quien soy. Odio mi vida y odio no ser yo la que esté en esa cama en lugar de Daniel.

—Lo mejor es que te alejes de Daniel. Ya sufrió bastante por ti. Ahora dejalo en paz. Me pongo de pie después de darle un beso en la mano a Daniel y sentir su piel junto a mis labios por última vez. Tropiezo con mi bastón y cae al suelo. Las lágrimas cruzan mi rostro y caen por debajo de mis gafas mientras sollozo. Intento tomar mi bastón pero no lo encuentro.

—Vete de aquí. Ya nos hiciste suficiente daño. Eres como una granada que destruye todo a su paso.

Tropiezo varias veces hasta que logro tocar a duras penas la puerta de la habitación y salgo. Escucho el ruido de las personas en el pasillo contrastado con diversos sonidos que se opacan con el dolor de mi corazón. Todo fue mi culpa. Ahora si está claro. Estaba tan ocupada como siempre en mi vida que no percibía que Daniel tenía la suya. Necesitaba de mí y no estuve para él. Nunca me lo perdonaré. ¿Cómo pude ser tan egoísta con la persona que amaba?.

—¿Legna, estás bien?. —Escucho los pasos apresurados de Mía. Mi madre le avisó al dejarme en el hospital para que viniera a buscarme. Yo no contesto. Sólo me abrazo a ella. —¿Le sucedió algo a Daniel?.

—No, no preguntes por favor. Necesito salir de aquí.

Ella no responde, sólo me toma de la mano y me conduce por un pasillo que parece interminable hasta que por fin siento el calor del sol en mis mejillas. El aire cálido choca contra ambas y entramos al auto. Me siento al lado de ella en la parte delantera. Por unos minutos sólo lloro con la cara pegada a la ventanilla.

—Por primera vez desde que nos conocimos él necesitaba de mí y no fui capas de darme cuenta. —Mis palabras salen y duelen mientras son pronunciadas.

Soy una persona horrible. A veces me preocupo tanto por mis problemas que olvido que las personas a mi alrededor también tienen los suyos. No puedo sostener las lágrimas y me quito las gafas de un tirón. Mía guarda silencio. Una de sus mejores cualidades es que es de esas personas que saben cuando hablar y cuando escuchar a los demás.

—¿A donde quieres ir?. —Su voz vuelve a salir, esta vez con una pregunta que no puedo responder. No hay ningún sitio al que pueda ir y aliviar el dolor que estoy sintiendo.

—Sólo llevame lejos de aquí... —Murmuro entre lágrimas. Mía pone el auto en marcha y el ruido del motor me traslada al día del accidente. A ese instante en el que él se volteó hacia mí y me dijo que me amaba. Me duele recordar el accidente. Me duelen las palabras de Laura que resuenan en mi mente como un eco. <eres como una granada que destruye todo a su paso>. Me duele ser yo.




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