La luz de tu recuerdo

Capítulo IX

Llevo semanas viniendo a este lugar y aún no me adapto a escuchar los libros en vez de leerlos. La dinámica consiste en escuchar audiolibros mientras tomamos un jugo o nos acostamos en el suelo y escuchamos atentamente un capítulo nuevo de la historia que queremos. Yo estoy escuchando una novela romántica, Buscando a Alaska de John Green. La historia está entretenida y llega a ser hasta cómica a veces pero las palabras no me llegan a atrapar. No es un problema del escritor sino mío que no me logro concentrar. 

Por momentos es como si me fuera de este lugar e hiciera un recorrido por toda mi vida. Por mi infancia, mis primeros pasos, mis primeros besos. Al final siempre llego a la misma encrucijada donde el recorrido se detiene y todo se vuelve cada vez mas ocuro hasta el punto de no recordar nada. Sólo voces y conversaciones.

Cada minuto que pasa es una cuenta regresiva. Estoy luchando conmigo misma. Me encuentro en una batalla constante con mi cuerpo, mis miedos y mis frustraciones. A veces me entran ganas de pedirle a Mía o a mis padres que me lleven al hospital para estar con él pero no lo hago. Algo me detiene y simplemente me quedo donde estoy, o mas bien donde debo estar. Fue suficiente ya todo lo que destruí. Las historias a veces solo dejan de ser historias, se detienen de pronto y dejan de existir. O quizás sólo se transforman en pequeños recuerdos cada ves mas añorados para mí.

Tomo mis audífonos y me los quito de una forma torpe. 

Estoy cansada ya de finjir como si no me fuera a ir y lo fuera a dejar. Le prometí que no me iría. Le juré que jamás estaría sólo y no lo voy a cumplir. Me siento egoísta por no luchar por lo nuestro.

—¿Mía crées que estoy haciendo lo correcto con irme sin saber si Daniel va a estar bien o no?. 

Mis palabras quedan suspendidas en el aire. Ahora que lo pienso Mía está muy callada últimamente. Es como si su mente estuviera en otro lugar.

—Mía, ¿estás ahí?

—Si. Si...estoy aquí. ¿Ya te quieres marchar?.

—Si ya estoy cansada, vámonos ya. 

Ambas nos ponemos de pie y después de unos minutos estamos en el auto. Me llama la atención que no nos hemos puesto en marcha. Mia sólo se subió a mi lado y se quedó callada. 

—¿Te pasa algo?, ¿le sucedió algo a alguno de tus hermanos?.

—No no es eso. —Suspira y siento que da un pequeño golpe en alguna parte —¡ Dios esto es muy difícil !. Legna tengo que contarte algo.

De inmediato mis brazos se tenzan. Su tono de voz me hace dudar de si es una mala noticia o no.

—¿Qué pasó?.

—Es sobre Daniel. Tus padres me hicieron prometer que no te diría nada pero...

Todo se detiene en ceco. Mi respiración. Mis pensamientos, todo deja de existir por un instante. 
—¿Que le paso a Daniel?.

—Él...ayer cuando fui al hospital me informaron que despertó. Ya despertó del coma y está consciente. 

Hay diversidad de sentimientos que experimentamos a medida que vamos creciendo. Está la alegría, la tristeza, la desilusión, el miedo,  entre otros. Cada uno es diferente pero nada se compara con lo que siento en este momento. Las lágrimas se escapan de pronto de mis ojos. Un peso se me quita de encima y me siento libre. Una alegría mezclada con agradecimiento se esparce por mi cuerpo. Agradecimiento a la vida por darle otra oportunidad. Al fin siento que aún pueden suceder cosas buenas en este mundo. 

—Esto..esto es increíble. —Me quito las gafas oscuras y las lanzo a un lado. Las manos me tiemblan y el corazón me late con fuerza. —¿Puedes llevarme con él?, quiero ir con él...

—Lo siento pero no puedo. Me duele en el alma pero tus padres no quieren que vallas al hospital. Ellos no querían que supieras. Saben que mañana tienes que tomar un vuelo para lo de tu operación y si sabías esto no te ibas a querer ir. 

—No, yo no me puedo ir sin asegurarme que está bien...

—Él no puede hablar aún, no se sabe en las condiciones en la que se encuentra su cuerpo. Sólo abrió los ojos pero aún no puede hablar. Está en un período complicado donde se está recuperando lentamente. Además los médicos dicen que debe de estar lo más calmado posible.

No digo nada. Me paso las manos por mi cabello frotándolo con fuerza y las palabras de su madre aquel día me devuelven a la realidad. No soy buena para él. Le hago daño a todos los que me rodean. 

 Por fin al ver que no insisto ni digo nada pone el auto en marcha y nos vamos para mi casa. 

Me paso la tarde en en mi habitación. No salgo ni siquiera para la cena. Estoy agotada ya de toda mi vida y por otro lado nerviosa por lo de la operación. Si todo sale bien en un mes podré estar bien ya y volveré a ver aunque sin Daniel conmigo no será lo mismo. Ya nada será igual.

Tock, tock...

El sonido de la puerta me sorprende y me saca de mis pensamientos. 

—Adelante. 

Abren la puerta y escucho unos pasos débiles.

—¿Puedo entrar?.  

—Si. Pasa.

—Vine porque tu mamá me llamó y me dijo que me querías ver...

—Si Clara, yo te mandé a buscar. Se que eres la única que me puede ayudar. 

—¿En qué?, dime cómo te puedo ayudar. Sabes que puedes contar conmigo para lo que sea. —Su voz sale de inmediato con más seguridad que cuando entró.

—Necesito que me acompañes al hospital. Quiero estar con Daniel unos minutos antes de irme mañana. 

Guarda silencio unos segundos. 
 —¿Por qué me pides eso a mí y no a tus padres o a la otra chica que vi el otro día contigo?. 

—Mis padres no quieren que yo esté con Daniel en estos momentos, ni ellos ni la madre de Daniel. Y Mía es mi amiga pero también trabaja para mis ellos y no quiero meterla en problemas.

—Entiendo. Legna tú sabes que yo quiero hacer las paces contigo. Por eso vine el otro día. Si esto sirve de algo para que me perdones y me des una oportunidad cuenta conmigo. 

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