La madre de mi cachorro es una... ¿humana?

3 El eco del vínculo

La lluvia no había parado en toda la noche. Lyra se refugió en la casa de su mejor amiga. Mara.

Las gotas golpeaban los ventanales con un ritmo constante, como si el cielo quisiera acompañarla en su llanto. Lyra estaba sentada en el sofá de la pequeña sala, envuelta en una manta que olía a flores secas. Frente a ella, una taza de té humeaba sobre la mesa.

Su amiga Mara la observaba en silencio desde la cocina. Había escuchado la historia completa —o al menos lo que Lyra pudo articular entre sollozos—: la cena, la ilusión, el descubrimiento, la traición.

Mara era el tipo de mujer que hablaba poco, pero cuyos ojos lo decían todo. Y ahora, aquellos ojos estaban llenos de una tristeza profunda, la tristeza de quien ve derrumbarse a alguien que no merecía ese destino.

—¿Quieres que llame a tu madre? —preguntó en voz baja.

—No… —Lyra negó, limpiándose las lágrimas—. No quiero que sepa nada. No podría soportar su compasión, cuando se enteren que estoy embarazada de ese traidor.

—Lyra, lo que hiciste fue por amor. Nadie puede juzgarte por eso.

—¿Amor? —su voz se quebró, casi en un suspiro—. Soy una idiota, no quise darme cuenta de la verdad.

Mara se acercó y le tomó las manos.

—Él no te merecía. Ningún hombre que humilla a una mujer así lo hace.

—Pero lo amaba… —Lyra apretó los labios—. Y ahora me siento vacía. Todo lo que hice, cada esfuerzo, fue para salvar algo que ya estaba muerto. Él me traicionó con mi propia hermana.

El silencio se extendió entre ellas.

Afuera, el viento silbaba entre las ramas, trayendo consigo el olor de la lluvia. Lyra bajó la mirada hacia su abdomen. Su mano se posó sobre la tela de su blusa, acariciando con suavidad la curva apenas perceptible.

—Al menos tengo a mi bebé —murmuró—. No importa cómo llegué aquí, este niño… este niño es lo único real que me queda.

—Entonces agárrate de eso —respondió Mara con firmeza—. No pienses en lo que perdiste, piensa en lo que ganaste. En ti. En la fuerza que aún tienes.

Lyra la miró, los ojos húmedos, y asintió. Pero en el fondo, había algo que no sabía cómo explicar: una sensación extraña, como si su cuerpo estuviera cambiando. A veces, en la madrugada, sentía un calor que le subía desde el pecho hasta la nuca, un pulso nuevo, distinto. Y en sus sueños… siempre había lobos. Oía aullidos, veía la luna enorme, y una silueta en la oscuridad que la observaba sin rostro, pero con una mirada que quemaba.

***

El aire dentro del despacho de Kael Draven era pesado, casi eléctrico.

Desde hacía días, algo perturbaba sus sentidos. No podía dormir.

El instinto, esa voz salvaje que había estado en silencio durante años, rugía en su interior sin descanso.

Caminaba de un lado a otro frente al ventanal, mientras su asistente lo observaba con cautela.

—¿Está todo bien, mi señor?

Kael se detuvo, girando lentamente.

—No. Hay algo… algo que no entiendo.

—¿La manada del este? ¿Los cazadores?

—No —interrumpió Kael, llevando una mano a su pecho—. Es más profundo. Es interno. Es… un olor.

Riven frunció el ceño con extrañeza.

—¿Un olor?

Kael cerró los ojos, intentando describirlo.

Era un aroma tenue, como el de la lluvia al caer sobre tierra caliente, mezclado con algo dulce, puro, imposible de olvidar.

Cada vez que respiraba, lo sentía acercarse, como un hilo invisible que lo llamaba desde muy lejos.

—Es el aroma de una hembra —murmuró Kael, apenas consciente de sus propias palabras.

—¿De alguna de las concubinas?

—No. Ninguna de ellas. Es… distinto. Antiguo.

—¿Podría ser la elegida para la inseminación? Quizás haya funcionado.

Kael lo miró con frialdad.

—La concubina aún no ha sido llamada. La clínica dijo que los resultados tardan 21 días.

—Entonces, ¿de dónde viene ese olor que describes?

Kael no respondió.

Su respiración se había vuelto agitada, y su mirada, más oscura.

Ese olor lo enloquecía. Lo hacía sentir vivo, pero también fuera de control. Su lobo interior, dormido durante años, despertaba con un rugido que no podía contener. Cada fibra de su cuerpo le decía que algo suyo estaba fuera de su alcance.

Algo vital. Algo que debía encontrar.

—Aún faltan algunos días para que en la clínica me den los resultados que si la concubina está preñada o no, pero quiero que mañana la traigas al palacio y la lleves a mis aposentos.

—¿Vas a verla con tus propios ojos? dijiste que no querías conocerla.

No pienso conocerla, solo voy a examinarla, necesito entender qué sucede, si quizás lo que siento es porque ella está preñada, siento como si… cómo cuando la diosa revela a tu pareja.




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