La madre de mi cachorro es una... ¿humana?

6 Sobre los escombros

Era casi medianoche, Lyra había logrado conciliar el sueño, había estado muy cansada. Estaba en la habitación con Mara. De pronto comenzó a mover su cabeza a los lados con inquietud. Oía una voz que susurraba su nombre.
—Lyra… —susurraba desde la oscuridad del bosque. Ella se despertó sudando, con el corazón latiendo con fuerza, y un calor inexplicable en el vientre. Se sentó en la cama.
—¿Por qué oigo esa voz? —Susurró.
En la mañana, Mara la encontró sentada en el sofá, con una manta sobre las piernas, se veía cansada.
—Lyra, ¿no dormiste?
—Un poco, pero desperté oyendo esa voz.
—¿Qué voz?
—Es… es una voz extraña, jamás la había oído pero también siento que la conozco.
—Quizás es el embarazo, o la preocupación por lo que sucedió con tu esposo.
—Pensé muy bien las cosas, me iré de la ciudad cuánto antes.
—¿A dónde?
—No lo sé, no quiero verles la cara a esos sinvergüenzas, tampoco quiero que Ethan se entere que estoy embarazada, criaré a mi hijo yo sola —Se puso de pie—. Voy al apartamento a sacar mis cosas, ¿Puedo traerlas aquí?
—Por supuesto cariño. Si quiere te acompaño.
—No, quizás si Ethan aún está en el apartamento, hablaré con él y le diré que quiero vender el apartamento, y también comenzar el proceso del divorcio.
Lyra se alistó, se puso ropa sencilla y no usó nada de maquillaje, se amarró el cabello en una cola alta, después tomó su bolso. Cuando salió de la habitación, Mara le ofreció desayuno.
—No tengo apetito.
—Lyra, cariño, deberías comer algo. No has probado bocado desde ayer, recuerda que debes alimentarte por dos.
—No tengo hambre
—Ese idiota no te merece, y si no quiere ser parte de esto, mejor. Tú y ese bebé se tendrán el uno al otro.
Lyra sonrió débilmente, acariciando su abdomen todavía plano.
—No entiendo por qué siento esto, Mara… Es como si… alguien me observara. Como si una parte de mí no estuviera aquí.
—Es normal. Estás sensible, confundida, embarazada… —intentó bromear su amiga—. Ya sabes, las hormonas hacen milagros.
Lyra rió apenas, aunque la inquietud no se fue. Miró por la ventana. Afuera comenzaba a llover y una fina neblina cubría las calles.
***
A muchos kilómetros, Kael descendía de un vehículo oscuro frente a una modesta casa en las afueras del distrito humano. Su olfato no fallaba. Ese era el lugar.
Desde que había recibido los informes, algo en él había cambiado. Su cuerpo reclamaba a esa hembra como si su alma la hubiera reconocido. Y aunque su mente se negaba a aceptarlo, el instinto alfa no mentía. Ella estaba preñada de su hijo.
Riven intentó detenerlo antes de que cruzara la puerta.
—Mi señor, con todo respeto… entrar al territorio humano sin aviso podría…
—No me detengas —gruñó Kael sin mirarlo—. No voy a lastimarla. Solo necesito verla.
—No tiene necesidad de verla, déjame ese trabajo a mi, yo la encontraré y la encerraré en el harén hasta que el cachorro nazca, después la despediré con una buena suma de dinero.
—Quiero conocerla.
***
Lyra llegó al edificio donde había vivido los años de matrimonio con Ethan. Subió las escaleras del edificio con las manos temblorosas y el corazón pesado. El aire de la ciudad le sabía a polvo y a traición. Habían pasado solo tres días desde que había visto con sus propios ojos aquello que la destrozó: Ethan, su esposo, enredado entre las sábanas con su hermana menor, Celeste.
Desde entonces no había dormido más de dos horas seguidas. El insomnio la había acompañado junto al eco constante de esa imagen clavándosele como un cuchillo.
Ahora, frente a la puerta del apartamento que alguna vez fue su refugio, respiró hondo, se obligó a mantener la cabeza erguida y giró la llave. El sonido del cerrojo le pareció un final.
Adentro, todo olía distinto. No había rastros del perfume a lavanda que ella solía dejar flotando en el aire. En cambio, un aroma dulce y empalagoso, el olor a incienso barato, saturaba el ambiente. La sala estaba alterada: los cojines cambiados, los cuadros que ella compró con su propio dinero, no estaban, y sobre la mesa, dos tazas de café humeante.
Lyra apenas dio un paso dentro cuando la vio.
—Lyra… —la voz de Celeste sonó melosa, casi teatral—. No esperaba que vinieras
Mira la observó de arriba abajo, celeste tenía puesto una bata rosada de seda y chanclas de felpa.
Ethan apareció detrás de ella, descalzo, con el cabello desordenado, con ese aire de incomodidad torpe que siempre adoptaba cuando no sabía cómo justificar lo injustificable.
—¿Qué es esto? —preguntó Lyra, aunque la respuesta era evidente.
Celeste dio un paso hacia ella, tratando de sonar compasiva, pero su mirada brillaba con un descaro calculado.
—No queríamos que te enteraras así… pero ya no tenía sentido seguir escondiéndolo. Ethan y yo… nos amamos. Debes entenderlo, Lyra. El amor no se elige.
Lyra soltó una risa seca, sin humor.
—¿Amor? —repitió con una ironía gélida—. No sabía que el amor olía tanto a traición.
Ethan intentó hablar, pero ella lo interrumpió con un gesto firme.
—No me interesa escuchar ninguna de tus excusas, Ethan. Solo vine a recoger mis cosas y a dejar todo claro.
Celeste frunció los labios, como si estuviera a punto de fingir pena, pero el brillo triunfal en sus ojos la delataba.
—Ya recogí tus cosas, no te preocupes, doblé bien tu ropa, sé que te gusta todo ordenado. Ahí están tus maletas.
Lyra miró alrededor y entonces notó las maletas. Sus maletas. Todas apiladas en el pasillo. Descubrió que su hermana menor no tenía decoro, y Ethan tal vez era peor.
El aire se le atascó en el pecho por un segundo.
—Lyra, escucha, no es lo que piensas. Celeste necesitaba un lugar donde quedarse y…
—No hables —le cortó sin levantar la voz, aunque cada palabra llevaba filo—. No quiero escuchar nada de ti.
Durante unos segundos, el silencio llenó el lugar. Solo se oía el tic-tac del reloj sobre la repisa. Lyra lo observó, recordando cómo Ethan lo había colgado la primera noche que durmieron allí. Ahora el sonido del segundero le resultaba insoportable.
—Voy a pedir el divorcio —dijo finalmente, despacio, cada sílaba afilada por el orgullo—. Y voy a vender este apartamento.
Celeste arqueó las cejas.
—¿Qué? Pero… este lugar le pertenece a Ethan, tú jamás trabajaste, él se partió el lomo para comprarlo.
—Yo puse de mi dinero, aunque no lo hubiera hecho, de igual manera el apartamento es de los dos. Si quieren vivir aquí, No me opongo, solo deben pagarme lo que me corresponde. Les daré una semana para hacerlo. Después lo pondré en venta.
El silencio que siguió fue más violento que cualquier grito. Ethan bajó la mirada, incapaz de sostenerla. Celeste torció los labios, ofendida, pero sin saber qué responder.
—¿No vas a decir nada? —Celeste le reclamó a Ethan—. Dile la verdad, dile que te voy a dar ese hijo que tanto deseas.
Lyra al escuchar sus palabras miró fijamente a Ethan.
—¿Es cierto?
—Sí, Celeste está esperando el hijo que no pudiste darme.
Lyra tragó saliva con disimulo, no podía creer lo que acababa de escuchar, justo ahora que ella también estaba embarazada.
—Felicidades, al fin vas a ser papá.
Ethan no parecía estar feliz. Celeste lo agarró de la mano y con orgullo en su tono agregó:
—Ya sabes que él lo deseaba mucho.
—Por supuesto que lo sé. Qué sean muy felices, y tú Ethan, te deseo lo mejor, ojalá que de verdad logres construir un hogar sobre los escombros de nuestro matrimonio. Hoy mismo contactaré a mi abogado, quiero que el divorcio sea lo antes posible, no olviden, si quieren vivir en este apartamento deben pagarme lo que me corresponde, de lo contrario lo pondremos en venta.
Lyrae giró hacia la puerta, tomó sus maletas y, antes de marcharse, miró por última vez ese lugar donde había pasado seis años de su vida, acarició de forma inconsciente su vientre plano, sintió tristeza porque ahora su hijo no tendría el hogar que ella quiso darle.
Creía que ese hijo que crecía en su interior era de Ethan. Y sin embargo, el destino ya había trazado otra historia: la del Alfa Kael Draven.
Salió del apartamento sin mirar atrás. Y con cada paso, dejaba atrás no solo un matrimonio muerto, sino también a la mujer que había sido.




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