Cuando el auto se detuvo frente al portón de la vieja casa familiar, el corazón de Lyra volvió a temblar.
Abrió la puerta y, al subir los escalones, escuchó voces en el interior. Celeste estaba allí.
Su tono era dulce, pero su voz tenía la falsedad de quien sabe manipular.
—No lo entienden —decía entre sollozos fingidos—. Yo estoy embarazada, mamá… ¿y Lyra? Solo piensa en dinero, en vender el apartamento sin importarle que voy a tener un hijo. ¡Es tan egoísta!
Lyra se quedó inmóvil en el marco de la puerta, escuchando. Su madre la miró desde la sala, sorprendida, con un gesto confuso entre preocupación. Celeste, al verla, bajó la cabeza… pero una sonrisa breve, casi imperceptible, se dibujó en sus labios.
—Qué bueno qué llegaste, a ver si mis padres logran hacerte entender que no puedes ser tan egoísta y vender el apartamento. —Briam y Elizabeth no podían creer en el drama que se había armado con sus hijas.
Briam con una voz cargada de dolor y a la vez de vergüenza comentó:
—No puedo creer que te hayas embarazado del esposo de tu hermana.
—¿Vas a juzgarme papá? ¿te pondrás de parte de ella como siempre?
—¿Te parece correcto lo que hiciste? ¿No podías fijarte en otro hombre sino que tenía que ser Ethan?
—Sé que no me entienden ahora, pero lo harán más adelante. Ethan estaba sufriendo, Lyra fue incapaz de darle un hijo, él merece ser feliz, yo lo haré feliz. Y tú, Lyra, no puedes seguir siendo tan egoísta, después de que él soportó tus fracasos como esposa, lo mínimo que puedes hacer es darle todo el apartamento para que los dos podamos rehacer nuestras vidas con nuestro bebé. —Se tocó el vientre.
Elizabeth le dijo a Lyra.
—¿Es cierto que humillaste a tu hermana reprochándole que ese apartamento no le pertenece?
—No, mamá —repitió Lyra, esta vez con más fuerza, aunque la voz le ardía de tanto contener el llanto—. No es cierto lo que está diciendo.
Celeste se giró despacio, con el rostro empapado de lágrimas que parecían sinceras.
—Claro que lo es. —Su tono se quebró justo en la medida exacta para despertar compasión—. Yo sólo le pedí que no vendiera el apartamento… ¿es mucho pedirle eso a mi hermana, sabiendo que voy a tener un bebé?
—¡Tu bebé! —Lyra rió, pero fue una risa rota, vacía—. ¿Y qué hay de mi vida, Celeste? ¿Qué hay de mi matrimonio, de mis años con Ethan? ¿Te parece justo haberme quitado todo?
Su padre se dirigió a Celeste.
—¿No te da vergüenza, vas a tener un hijo del esposo de tu hermana?
Celeste dio un paso al frente, fingiendo dignidad.
—No lo planeamos, papá. No fue culpa de nadie. Ethan estaba solo… Lyra siempre estaba ocupada, distante. Él necesitaba cariño.
—¡Cállate! —gritó Lyra, con la voz quebrada por la rabia—. ¡No te atrevas a justificar lo que hiciste!
Sus manos temblaban, los ojos brillaban con lágrimas contenidas.
—Yo te habría perdonado cualquier cosa, Celeste, pero no esto. Me quitaste al hombre con el que iba a formar una familia.
—No era tu destino —susurró Celeste con frialdad, la máscara cayéndose por un segundo—. Él y yo nos amamos, y ahora vamos a tener un hijo. Tú jamás pudiste, eres infértil.
La madre rompió a llorar, llevándose las manos al rostro.
—¡Por Dios, Celeste! ¿Qué hiciste, hija?
El padre se enojó.
—¡Fuera de mi casa! —rugió, señalando la puerta con el rostro enrojecido—. ¡No quiero escuchar más mentiras!
Celeste retrocedió, asustada por primera vez.
—¡Papá, por favor! ¿Me estás echando?
—¡Fuera! —repitió él, con una voz que no admitía réplica.
Lyra permaneció quieta. No quería mirar más, no quería escuchar.
Solo sentía que algo dentro de ella había muerto definitivamente esa tarde.
La madre la abrazó, temblando.
—Hija, lo siento tanto. —susurró entre lágrimas—. No sabíamos nada.
Lyra cerró los ojos y dejó que las lágrimas corrieran sin resistencia.
—Ya no importa, mamá. Ya no hay nada que salvar.
A lo lejos, Celeste subía las escaleras llorando, gritando que todos la odiaban, que ella solo había seguido su corazón. Pero Lyra ya no escuchaba. Solo sentía el vacío, un silencio tan hondo que dolía.
***
Lyra se quedó en casa, estar cerca de sus padres le daba consuelo, en la noche fue a la habitación de su infancia, Lyra se quedó despierta mirando el techo. Se quitó el anillo de bodas y lo dejó sobre la mesa de noche, no pensaba volver a usarlo jamás.
En su pecho, el dolor palpitaba junto a algo nuevo… una sensación extraña, tibia, que no podía explicar.
Como si en medio del sufrimiento, una fuerza invisible la estuviera llamando desde algún lugar lejano.
Una presencia que aún no conocía.
Un destino que comenzaba a despertarse.
Lyra tenía las emociones fuera de control, su cuerpo comenzó a enfermarse y le dio fiebre, desde niña fue así, desde que cruzaron el portal del mundo de donde provenía.
Elizabeth preocupada le preparó una sopa mágica, aunque Lyra no sabía nada acerca del origen de la receta, sólo sabía que la había obtenido de un recetario licántropo. No entendía como una mujer que rechazaba tanto a los hombres lobo, amaba su gastronomía, desde que ella tenía uso de memoria, su madre siempre frecuentó restaurantes especializados en platos mágicos para licántropos.
Elizabeth preparó una sopa lunaria. Era una receta antigua, traída desde los tiempos en que los lobos aún caminaban bajo la luna sin esconder su naturaleza. Se preparaba con harina de maíz dorado —pero no cualquier maíz—, sino uno mezclado con un polvo plateado que las mujeres del clan, Luna azul llamaban polvo de luna. En realidad eran semillas trituradas de una planta que sólo crecía en los claros iluminados por la luna llena: la Lunaria alba.
Mientras se cocinaba, el aire se impregnaba de un aroma dulzón y terroso, mezcla de pan tostado y flores nocturnas. Las semillas que se añadían —de amapola, lino y una diminuta variedad de ajonjolí oscuro— crepitaban suavemente, como si emitieran un susurro, un latido.
El resultado era una sopa dorada por fuera, al paladar suave y ligeramente aterciopelada. Se servía tibia, con manteca de nuez en el centro, y se decía que tenía el poder de calmar la angustia, de recordar a quien la comía quién era, de reconectar con la fuerza de su manada, incluso si había olvidado su origen.
En el mundo humano, parecía solo una simple pero deliciosa sopa de maíz con semillas y miel —algo sencillo, hogareño—, pero para quienes conocían su verdadero nombre, Lunaria, era un alimento sagrado: la comida de los hijos de la luna.
Lyra probó algunos bocados, de inmediato me cobró fuerzas su alma se fortaleció, estaba sorprendida, desconocida del origen de esa sopa, no podía creer la capacidad que tenía su madre de ayudar no sólo su cuerpo sino también su alma.
—Gracias mami, no recordaba que existía esa sopa, desde que me fui a la universidad no volví a probarla. —Elizabeth le agarró la mano y sonrió.
—Ojalá pudiera ayudarte a recobrar tu matrimonio y arreglar tus problemas con Ethan, sé que eso te haría feliz. Tú hermana no debió meterse en el medio.
—No mamá, el culpable es Ethan, él ya demostró que no vale como hombre. Ahora que puedo ver todo con claridad, me doy cuenta que me hizo una mujer desdichada, es un ser narcisista, ahora siento que abrí los ojos. Todos estos años me hizo sentir mediocre, que no valía nada, cuando en realidad era él quien estaba fallando. Celeste piensa que va a ser muy feliz, la pobre no sabe lo que le espera, me da lástima con Celeste, siendo hacia ella la misma lástima que siento hacia la Lyra que fuí al lado de Ethan.
—¿Entonces no piensas intentar salvar tu matrimonio?
—No. Hay algo más que quiero que papá y tú sepan.
Brian fue con ellas, Lyra les contó que estaba embarazada.
—No quiero que Ethan lo sepa, celeste tampoco debe enterarse.
—¿Cómo lo vas a ocultar? —dijo Brian—. La panza te va a crecer.
—Me iré de la ciudad, ya compré los pasajes del avión. Me iré en la mañana, hoy vine a despedirme.
Editado: 27.10.2025