Kael Draven observaba desde el asiento trasero del auto real cómo los médicos y enfermeras de la clínica de fertilidad eran escoltados hacia las patrullas.
Había una multitud de curiosos que querían saber cuál era el motivo del arresto, pero la policía real no reveló nada. Nadie notó la presencia del alfa.
—¿Estás satisfecho? —preguntó Riven.
—¿Cómo podré estar conforme cuando la madre de mi cachorro es una humana? Eso no lo podré cambiar.
—Quizás haya una solución. —comentó Riven en voz baja.
—¿Qué?
—Un aborto. —Kael lo miró indignado y apretó los dientes.
—¡Eso nunca! oigo latir el corazón de mi cachorro, ¿cómo podría matarlo?
—Perdón, su majestad. Yo sólo propongo soluciones, ese hijo traerá consecuencias al palacio, tus tíos se van a aprovechar de esto para intentar quitarte la corona.
—No dejaré que lo hagan, son unos ineptos incapaces de cuidar nuestra manada.
—Dirán que el linaje va a debilitarse.
—Sé que mi hijo es fuerte, siento que su corazón se está formando con mucha fortaleza, es un guerrero.
—Solo por tu sangre, pero ella es una humana, no tiene linaje de guerreros.
—Mejor cállate. Cambiaré las leyes si es necesario, pero mi hijo va a vivir y será criado como mi heredero.
Kael bajó del auto, le ordenó al asistente un cigarrillo.
—Majestad… —murmuró el asistente y le acercó una pequeña bandeja con un cigarrillo y un encendedor de oro.
Kael lo tomó con calma, dio una larga calada, y exhaló el humo despacio, como si intentara quemar dentro de sí la rabia que le corroía el pecho.
El viento agitó el abrigo negro que llevaba abierto sobre la camisa. En su mirada, el fuego. En su respiración, la contención. ¿Cómo pudieron confundir el destino de su linaje? Fue una equivocación, un error médico… pero el peso de la ofensa era divino.
Riven también bajó del auto, el asistente le enseñó la bandeja con los cigarros.
—No voy a fumar. —Se paró al lado de Kael.
—Esta situación es muy complicada, jamás debí dejar que usarás este método para procrear. La reina regresó al palacio después de tantos meses y ya quiere verme. Creo que está enojada, quizás ya se enteró.
—Nadie en el palacio sabe lo que pasó.
—Las concubinas, o mejor dicho, Libeyka, ya debió contarle que elegiste a otra concubina para que fuera la madre de tu cachorro.
—Si, de eso ya debe estar enterada.
—La reina morirá y resucitará cuando se entere que la madre de tu cachorro es una humana.
—¿No entiendo por qué tenía que pasar esto?
De pronto la voz de una anciana interrumpió su conversación.
—Nada de lo que ocurre está fuera del tejido de la diosa.
Kael giró despacio. Una anciana de rostro arrugado y ojos como perlas opacas se acercaba con pasos lentos, apoyada en un bastón de madera retorcida.
Vestía un manto azul oscuro, con hilos plateados.
—¿Qué dices, anciana? —preguntó Kael con voz grave, observándola con desdén contenido.
Ella levantó la barbilla y lo miró directo a los ojos, como si pudiera ver a través del poder y la furia que lo envolvían.
—Digo que la Luna no se equivoca —susurró—. Tú crees que te han robado una decisión, pero ha sido ella quien ha escogido por ti.
Kael entrecerró los ojos.
—¿Quién eres tú para hablar del destino de los alfas?
—Alguien que ha visto más lunas llenas de las que tú recordarás —respondió con serenidad—. La semilla del alfa no se pierde, sólo encuentra el vientre correcto.
Su tono era pausado, casi dulce. Pero sus palabras dejaron un eco denso en el aire.
—El error no existe cuando la diosa interviene.
Kael reprimió un impulso de gruñido.
—¿Quieres decir que debo agradecer esta profanación?
La anciana sonrió, sin miedo.
—Agradecer… no. Comprender, sí.
Sus ojos brillaron con un resplandor húmedo, casi lunar—. A veces, lo que llamas error… es en realidad, el cumplimiento de la profecía.
—Es una humana, no es el cumplimiento de una profecía de mi manada
—Es la profecía… de otra manada.
Siguió su camino entre la multitud, que se abrió en silencio para dejarla pasar. Cuando Kael intentó replicar, ya no estaba.
Kael apagó el cigarrillo con un gesto brusco.
—¿Qué demonios quiso decir con eso?
—No le hagas caso —respondió Riven—. es una anciana que iba por la calle, nada más.
Kael resopló, tal vez Riven tenía razón, pero las palabras de la mujer resonaron dentro de su ser.
—Volvamos al palacio.
El rugido del auto real resonó por el camino empedrado que conducía al palacio. Las montañas al fondo, cubiertas de bruma, parecían custodiar el reino de los Draven como bestias dormidas.
Kael no pronunció una palabra en todo el trayecto. En su mente, la voz de la anciana aún vibraba, perturbadora, como un eco que no pertenecía a este mundo.
"La semilla del alfa no se pierde, sólo encuentra el vientre correcto"
Cuando las puertas del palacio se abrieron, la temperatura pareció descender. Kael se dirigió directo hacia el harén.
Los guardias reales bajaron la cabeza al paso del alfa, y las sirvientas y concubinas se apartaron en los pasillos, inclinándose, con miedo de cruzar su mirada. La reina lo estaba esperando en sus aposentos. Había música y fiesta en el harén por su llegada, ella con un gesto ordenó que todas las mujeres que la acompañaban salieran del aposento.
La reina estaba sentada, su cabello, largo y plateado, caía sobre un vestido azul profundo que brillaba con destellos como si guardara el reflejo de la luna misma.
A su lado, de pie, Libeyka inclinaba la cabeza, los labios curvados en una sonrisa discreta. También estaba Estrella, una esclava humana que había alcanzado el rango de sirvienta personal de la reina.
—Mi hijo —dijo Lyzzandra con voz firme—. Vuelves de una escena vergonzosa. ¿Qué explicación me darás?
Kael avanzó con paso lento, sin inclinarse ante ella.
—¿De qué hablas madre?
—De las noticias, todos los medios de comunicación sólo hablan de ti y de esa humana que está preñada con tu semilla. —Kael se puso pálido.
—¡No puede ser! ¿Cómo supieron eso?
—Alguien de esa maldita clínica lo reveló.
—Se suponía que iba a mantenerse en secreto, mandaré a arrastrar a todos, hasta que aparezca el imbécil que no mantuvo la discreción.
—¿Y la mujer que recibió tu semilla? —preguntó ella—. Dime que la ejecución ya fue ordenada.
Kael la miró fijamente. Por un instante, pensó en la anciana. En sus ojos claros. En sus palabras.
Y algo en él, que no entendía, le impidió decir que sí.
—Aún no —respondió, en voz baja.
—¿Aún no? ¿Has perdido la razón, Kael Draven? ¿Esa mujer cargará un cachorro que llevará el linaje de nuestra casa? ¡Un linaje que no debe mezclarse con sangre impura!
Libeyka bajó la mirada con falsa modestia. Kael apretó la mandíbula.
—No hay nada impuro en ella. El error fue de los médicos, no de la Luna.
Lizzandra lo observó desconcertada por esas palabras.
—¿Qué estás diciendo?
Kael respiró hondo.
—He visto a una anciana. Una… sacerdotisa, quizás. Dijo que la Luna no se equivoca, que esto no fue un accidente.
La Reina soltó una risa baja, amarga.
—¿Ahora permites que brujas callejeras te hablen del destino? Has sido entrenado para gobernar, no para escuchar profecías.
Pero Kael se mantuvo firme, su mirada como piedra.
—Lo sé, madre. Pero mi hijo nacerá.
La reina se puso de pie.
—¿Qué estás diciendo? No puedes…
—No te estoy pidiendo permiso madre, recuerda que soy el alfa. Escucho tus consejos, pero no recibo tus imposiciones, mi hijo crecerá en este palacio y será entrenado para ser mi sucesor.
—¿Y esa mujer qué?
—Es la madre, será mi… una de mis concubinas.
—Ni siquiera sabes quién es.
—No me importa saberlo, pero ya vendrá como mi esclava a este palacio y parirá en los aposentos reales.
—Sólo falta que digas que le harás a tu esposa.
—Basta madre… solo he tenido una esposa y no volveré a casarme jamás. he tomado mis propias decisiones, no te metas.
—Kael, hijo, escucha mi voz. La Luna da señales a los alfas, pero a veces lo hace para probar su fortaleza. No confundas el destino con debilidad.
Él sostuvo su mirada.
—Si es una prueba, la superaré. Pero no sé derramará sangre inocente, no mataré a mi cachorro.
Editado: 27.10.2025