El avión descendió entre un mar de nubes grises, y el rugido de los motores se confundió con los latidos del corazón de Lyra.
Habían pasado horas desde que dejó el Sur, y ahora, a través de la ventanilla, la ciudad del Norte se extendía ante ella: fría, envuelta en un velo de neblina, con luces que titilaban como pequeños destellos de esperanza.
Era su nuevo comienzo.
Cuando sus pies tocaron el suelo del aeropuerto, respiró hondo. El aire olía diferente: más limpio, más helado… más libre. Por un momento, imaginó que el bebé en su vientre también lo sentía.
—Aquí estaremos bien —susurró con una sonrisa frágil, acariciando su vientre redondo mientras avanzaba entre la multitud.
Había elegido ese lugar por una razón: allí había vivido durante sus años universitarios. Tenía recuerdos hermosos de las risas en los pasillos, del aroma a café y lluvia, de las tardes de estudio junto a sus amigas. Ahora, una de ellas, Alma, la esperaba en su apartamento.
Era su refugio temporal, el primer paso para reconstruirse.
Salió al exterior, donde un viento frío azotó su rostro y le erizó la piel. Alzó la mano para detener un taxi y subió con torpeza, sujetando su maleta.
El conductor tenía encendida la radio, Lyra sentía que la ciudad la recibía con una linda canción que sonaba.
Por varios minutos el chofer condujo, de repente la música fue interrumpida, llegó la sesión de noticias.
La voz del locutor llenó el interior del vehículo:
“Continúan las repercusiones por el escándalo en la clínica H&S, especializada en tratamientos de fertilidad en la ciudad del Sur. Fuentes confiables confirmaron que se trata de una humana, la mujer que por equivocación le implantaron la semilla del Alfa, en vez de hacerlo con una mujer lobo que seguramente recibió el implante del donador humano.
El Consejo ha emitido órdenes de investigación. El médico responsable fue arrestado esta mañana…”
Lyra sintió preocupación, pues se trataba de la misma clínica donde se hizo el procedimiento.
—¿Qué... qué dijo? —preguntó con un hilo de voz.
El taxista subió el volumen.
“...se desconoce la identidad de la humana, pero se confirmó que está embarazada. El Alfa ha sido notificado y se espera una respuesta oficial del palacio real.”
Lyra se llevó la mano al pecho.
El nombre “Kael Draven” resonó dentro de ella como un eco antiguo, una vibración que no debería reconocer… pero que su alma sí reconoció.
El taxi avanzaba por la autopista entre montañas cubiertas de nieve, y ella se quedó mirando el reflejo de su rostro en la ventana: pálido, asustado, incrédulo.
“Debe haber muchas mujeres humanas sometidas al mismo procedimiento”, pensó tratando de calmarse.
“Eso no me incluye. No puede incluirme. El Alfa ya me habría encontrado si fuera yo…”
Sus palabras eran un murmullo débil, más un intento de consuelo que una afirmación. Aun así, el miedo comenzó a crecer dentro de ella como una sombra. Se llevó una mano al vientre, lo acarició con ternura y cerró los ojos.
—Tú eres hijo de Ethan. —murmuró con voz trémula.
Pero, en lo más profundo, un instinto que no entendía le susurraba que mentía. Porque cada célula de su cuerpo ya estaba enlazada a un destino que no podría evitar: el del Alfa que, sin saberlo, buscaba el rastro de su segunda alma.
El ministro Riven estaba solo en su despacho, afuera dos guardias cuidaban la puerta, un oficial del palacio llegó a entregarle el informe completo acerca de Lyra que él había ordenado.
El portero llamó a la puerta.
—Pase.
Uno de los guardias abrió la puerta.
—Su excelencia, el oficial principal solicita hablar con usted.
—Dígale que pase. —El oficial entró e inclinó la cabeza con una leve reverencia.
—Su excelencia, te tengo recopilada toda la información que solicitó.
Le entregó una carpeta marrón con un sello sello oficial.
—Los resultados del rastreo, señor. El procedimiento se hizo discretamente.
—Gracias, puedes retirarte.
Riven aguardó a que el guardia se retirara y abrió la carpeta. Su mirada, entrenada para no inmutarse ante los secretos más oscuros del reino, se endureció poco a poco. Las páginas estaban llenas de fotografías, documentos médicos y transcripciones y, el acta de matrimonio de Lyra con Ethan Ellis.
La línea siguiente bastó para que Riven soltara un suspiro entre dientes.
—Seis años de matrimonio con Ethan Ellis —murmuró—. Está casada, esto está peor de lo que pensé.
Cerró el informe con un golpe seco, apoyándose en el respaldo del sillón. Su rostro, iluminado por la luz fría del ventanal, reflejaba una mezcla de fastidio y preocupación. Meneó la cabeza con gesto grave y exhaló despacio, como si quisiera expulsar el peso de aquella noticia antes de llevarla al trono.
—Al Alfa no le va a agradar esto… —dijo finalmente, en voz baja, como si hablara consigo mismo—. Esa humana está casada. No me quiero imaginar a la reina.
El eco de sus palabras se perdió entre las columnas de mármol.
Se puso de pie, alisó su capa y se encaminó hacia el pasillo principal. Mientras cruzaba los corredores del palacio, el sonido de sus botas resonaba con la autoridad de quien sabía que cargaba con una verdad incómoda.
Kael Draven no toleraba las imperfecciones del destino, sin embargo, Riven presentía que esta vez el destino no le dejaría opción, todo estaba al revés.
***
La luz de la mañana se filtraba a través de los ventanales altos, tiñendo de oro las columnas de piedra y el metal bruñido del emblema real: la luna sobre una imponente montaña.
Kael estaba de pie, observando los jardines desde su balcón. Vestía su abrigo negro de mando, y la brisa movía apenas el cabello oscuro que le rozaba la nuca. Desde abajo, los lobos guardianes montaban guardia, sus presencias mezcladas con el eco de los cantos de entrenamiento del patio real.
Cuando Riven entró, se detuvo a dos pasos del umbral y bajó la cabeza.
—Mi señor.
Kael no se volvió enseguida.
—¿Traes lo que pedí?
—Sí, Alfa. El rastreo fue completado. Encontramos a la mujer… y toda la información acerca de ella —Riven avanzó y colocó la carpeta sobre la mesa de cristal.
Kael giró lentamente. Sus ojos, fríos como acero bajo la sombra, se clavaron en el ministro.
—Habla, ¿qué es lo que leíste en ese informe?
Riven dudó un instante. Abrió la carpeta, extendió una de las páginas y respiró hondo antes de decir:
—La humana que lleva la semilla… no está sola.
—¿Eso qué significa?
—Está casada.
El silencio que siguió fue tan denso que el aire pareció perder temperatura.
Kael no movió un músculo. Solo sus pupilas se estrecharon, y sus manos se cerraron detrás de la espalda.
—¿Casada? —repitió con una voz baja, como si la palabra misma le quemara la lengua.
—Sí, señor. —Riven tragó saliva—. Seis años de matrimonio con un hombre llamado Ethan Ellis. Tenemos registros civiles, fotografías, una dirección confirmada. Viven juntos en un edificio ubicado en el distrito mixto del este.
Kael apartó la mirada, caminó hacia la ventana y apoyó las manos en el marco. Afuera, el cielo se cubría de nubes grises.
—Una humana con dueño… —murmuró, casi con desprecio—. Por lo visto el destino tiene un humor cruel, Riven.
—Puedo arreglarlo, Alfa —dijo el ministro con cautela—. Podemos ofrecer dinero al esposo, trasladarlos discretamente a una de las mansiones. La prioridad es el cachorro, no la mujer.
Kael guardó silencio.
Su mandíbula se tensó, y sus colmillos brillaron un segundo, apenas visibles.
—No quiero verla —dijo finalmente—. Que se encargue el ministerio. Solo asegúrense de que el cachorro nazca sano.
—Así se hará, Alfa.
Riven se inclinó, pero no se movió todavía. Había algo más, algo que no se atrevía a decir. Kael lo notó.
—Habla.
—Usted percibe el aroma de la humana, no entiendo por qué, ella está casada, no te pertenece.
Kael entrecerró los ojos, respiró hondo. Y allí estaba otra vez: ese olor leve, cálido, mezclado con jazmín y luna. Un aroma que lo había perseguido en sueños, que despertaba algo primitivo y dulce en su pecho.
Se apartó bruscamente del ventanal.
—Es el cachorro —dijo con voz dura—. Mi sangre lo llama. Nada más.
Pero Riven supo que mentía.
El Alfa no miraba como un guerrero; miraba como un hombre herido por algo que no entendía.
Kael giró sobre sus talones y entró al despacho. Riven cerró el informe con discreción, presintiendo que ese aroma —esa humana corriente— pronto alteraría aún más la tranquilidad en el palacio.
Editado: 27.10.2025