El sonido del timbre quebró el silencio del apartamento dónde Lyra vivía con su esposo, antes de descubrir su infidelidad.
Era un timbre seco, impaciente, que resonó tres veces antes de que Ethan pudiera levantarse del sofá. Había estado revisando unos papeles, intentando distraerse, pero en cuanto escuchó el tono autoritario al otro lado de la puerta, un mal presentimiento le erizó la piel.
—¿Quién es? —preguntó, acercándose con cautela.
—Guardia Real del Norte. Abra la puerta.
Nadia estaba en la cama matrimonial, durmiendo, a pesar de que ya era casi medio día. Desde la habitación oyó la voz del lobo.
—¿Guardia real? —susurró ella, temblando—. ¿Qué quieren con nosotros?
Ethan giró el cerrojo con manos tensas y apenas abrió unos centímetros la puerta. En el pasillo había tres hombres vestidos con los uniformes negros y plateados de la guardia del Alfa Draven, altos, imponentes, con la insignia de la luna sobre el pecho. Sus ojos, de un tono grisáceo casi metálico, parecían brillar incluso en la penumbra.
—¿Usted es el señor Ethan Ellis? —dijo el que iba al frente, con voz grave.
—Eh, sí, ¿qué se les ofrece? Mi esposa pagó los impuestos.
—Usted y su esposa han sido convocados por orden del Ministro River. Deben acompañarnos al palacio inmediatamente.
—¿Convocados? ¿Por qué? —preguntó Ethan, intentando mantener la calma, Nadia apareció detrás.
—No hemos hecho nada, ni siquiera vivimos en el territorio real.
—Las explicaciones se darán en el despacho del ministro, no se preocupen , no es nada malo, el alfa quiere proponerle un jugoso negocio a usted y a su esposa. Solo eso puedo decirle. No estamos autorizados a decir más.
Ethan sintió un vacío en el estómago. Había escuchado rumores sobre el ministro: que era un hombre frío, temido incluso por los del Consejo. Si River los estaba llamando, algo grave debía haber ocurrido. No creyó que se tratase de un negocio como lo dijo el guardia.
—La verdad es que no tengo un negocio por hacer con el Alfa. —Uno de los guardias extendió un papel con el sello real: una luna dorada rodeada de inscripciones antiguas.
—Su traslado es obligatorio. Cualquier intento de resistencia será considerado desacato al Alfa —dijo, con una firmeza que helaba la sangre.
Nadia agregó:
—Yo soy la esposa, denos unos minutos para prepararnos, con gusto haremos negocios con el alfa. Seguramente es algo de tu oficina. —miró a Ethan.
Ethan alzó las manos, resignado.
—Está bien. Iremos con ustedes.
Nadia tomó su abrigo y se ciñó. Cuando salieron del apartamento, dos de los guardias se quedaron atrás, asegurándose de cerrar y sellar la puerta con un emblema metálico. Nadie debía entrar. Nadie debía saber.
En el ascensor, el silencio era casi insoportable. El zumbido de las luces, el reflejo de los uniformes, el olor metálico de las armas que llevaban al cinto… todo les recordaba que no estaban siendo invitados, sino llevados.
Afuera, un vehículo negro con emblemas reales los esperaba. El motor rugía con una potencia grave, casi animal. Subieron a la pareja.
El trayecto hacia el palacio fue largo, y cada kilómetro se sintió como un paso más hacia una verdad que ninguno estaba preparado para escuchar. Desde la ventanilla, Ethan veía cómo las torres plateadas del palacio se levantaban entre la neblina de la madrugada.
Eran hermosas, sí, pero también amenazantes, como si cada piedra guardara secretos antiguos. Nadia apretó la mano de Ethan.
—Ethan… tengo miedo.
Él la miró, intentando darle una seguridad que no sentía.
—No te preocupes. Solo responderemos unas preguntas y volveremos a casa… supongo.
Cuando llegaron a los portones del palacio, la guardia los escoltó hasta una gran entrada custodiada por lobos en armadura negra. Los ojos les brillaban como brasas en la oscuridad. Eran intimidantes.
Las puertas de hierro del Ministerio Lunar se abrieron con un crujido solemne. Dos guardias de armadura negra escoltaban a una pareja temblorosa.
Ethan sostenía la mano de Lyra.
El eco de sus pasos resonaban por los pasillos de mármol hasta que un secretario los hizo detenerse frente a las puertas del despacho del ministro Riven.
—Esperen aquí —ordenó.
Los guardias se cuadraron y abrieron las puertas.
Riven estaba de pie, leyendo junto a una mesa repleta de documentos y sellos oficiales. Al verlos, levantó la vista.
—Pasen.
La pareja entró. El aire del despacho era frío, cargado con el perfume de incienso y tinta. Las puertas se cerraron tras de sí.
—¿Usted es Ethan Ellis? —preguntó Riven, sin levantar demasiado la voz, pero con una autoridad que los hizo tensarse.
—S-sí, señor —respondió ella con una voz contenida, dulce.
Riven asintió, revisando el informe.
—Lamento la manera en que fueron traídos. Comprendo que debe haber sido confuso. Pero es necesario que entiendan la gravedad del asunto.
Dejó el expediente sobre la mesa y los miró de frente a Ethan, no le interesaba hablar con Nadia, sino que pretendía negociar con él esposo.
—Seré breve con ustedes, hubo un error médico en la Clínica de Fertilidad H&S, lugar dónde su esposa se hizo un tratamiento de fertilidad para quedar embarazada. Durante el procedimiento de inseminación, se equivocaron de donante… la semilla implantada no era la suya, sino la del Alfa Kael Draven, soberano de este reino.
Nadia al oír sus palabras se llenó de asombro. Ethan parpadeó, boquiabierto.
—¿Qué... qué está diciendo? —tartamudeó Ethan, de inmediato supo que se trataba de Lyra.
—Que el hijo que espera su esposa —dijo Riven con calma gélida— lleva la sangre del Alfa. No es su hijo.
Ethan giró la cabeza y miró a Nadie con asombro. Luego volvió a mirar a Riven. Sus párpados se tensaron.
—¡¿Mi esposa está embarazada de un lobo?!
—Del Alfa Kael. —Ethan estaba muy asombrado, primero, porque no sabía que al final, Lyra se había hecho la inseminación después de todo, segundo, no podía creer que en esa clínica se hubieran equivocado de semejante manera.
—Eso debe ser una… equivocación, si mi esposa está embarazada, eso significa que ella…
—Si, estoy embarazada. —intervino Nadia y se puso la mano sobre su vientre, Ethan se quedó mirándola.
—¿Qué dices?
—Callate. —susurró.
El ministro agregó:
—El Palacio necesita asegurar el bienestar del cachorro y de la madre. Tendrán protección, residencia y una compensación económica por las molestias. —Nadia respondió:
—¿Entonces el negocio del que habló el guardia es este?
—Si, le pagaremos mucho dinero, además de regalos y una mansión, el alfa estará muy agradecido si le entregan al cachorro sin hacer ruido, él necesita mucha discreción, nadie debe saber que está casada… usted deberá asistir al harén, como una concubina más.
—Mi esposa no será concubina de nadie, Lyra jamás lo aceptará.
—Le prometo señor Ethan, que él Alfa jamás va a tocar a su esposa, ella portará título de concubina, solo por cuestiones legales del palacio. Deberá asistir a eventos y rituales de la manada donde las mujeres del palacio suelen estar presentes, pero eso es todo, su trabajo será cuidar el embarazo.
Ethan bajó la vista, a Nadia le brillaban los ojos de codicia, fingió llevarse una mano al pecho, en una actuación casi perfecta.
—Esto… es un error —murmuró—. Pero si Su Majestad así lo desea… obedeceremos.
Riven asintió.
—Se les asignará una mansión bajo vigilancia, será de inmediato. Nadie debe saberlo. En cuanto nazca el cachorro, ustedes podrán continuar con sus vidas, el cachorro se quedará en el palacio. Ustedes se irán siendo un matrimonio con mucho dinero, serán muy ricos. Y usted, señora Ellis, será llamada a los eventos del palacio cuando el alfa o la madre lo requieran.
Nadia arqueó la comisura de sus labios.
Ethan apenas contenía una sonrisa fingida, pero por dentro estaba conmocionado, pues ahora sabía que su verdadera esposa estaba embarazada y no se lo había dicho.
Cuando salieron del despacho, las puertas se cerraron tras ellos con un sonido seco.
Ya en el pasillo, Nadia lo tomó del brazo y le susurró al oído:
—No digas una palabra. Si creen que yo soy Lyra… lo seré.
—¿Qué dices? —Ethan frunció el ceño, aún tembloroso.
—¿No lo entiendes? Nos están ofreciendo una vida de lujos. Palacios, dinero, poder. Tú solo sonríe y di que soy tu esposa.
Ethan la observó unos segundos, dudando. Luego asintió con una media sonrisa, vencido por la ambición.
—De acuerdo… “Lyra”.
Nadia sonrió, con un brillo frío en los ojos. El destino acababa de abrirles una puerta dorada. Lo que ninguno sabía era que, tras esas puertas, la Reina y Libeyka estaban planeando cómo hacer que ni la madre ni el cachorro, llegaran con vida al final del invierno.
Editado: 27.10.2025