Ethan y Celeste, fueron trasladados de inmediato. El auto blindado avanzó en silencio por el camino empedrado que conducía a la Mansión de la Luna Baja, una de las propiedades privadas del Alfa Kael Draven.
Frente a la mansión, Adira, la guardiana de la mansión, una mujer de mediana edad, seria y de carácter rígido, aguardaba por su llegada, junto a ella estaban todos los sirvientes, con sus manos agarradas al frente como símbolo de servicio y obedecía.
Adira les dio un pequeño discurso.
—En ese auto que se acerca, viene la señora Vientre de luna, ella es la concubina más importante del palacio, Nosotros hemos sido bendecidos por el alfa, al elegirnos para cuidar de ella y del cachorro que está en gestación. No comentan errores, den lo mejor de sí, luego serán grandemente recompensados por su majestad.
A medida que el auto se acercaba, los muros de la mansión se alzaban como gigantes de piedra blanca coronados por faroles de fuego azul. En el aire flotaba un aroma a jazmín y madera húmeda, mezclado con el rumor distante del arroyo y las fuentes de agua en el inmenso jardín.
Celeste pegó la frente al cristal, maravillada.
—¡Por los cielos Ethan… —susurró—. Es más hermoso de lo que imaginaba!
Ethan fingió calma, pero sus ojos brillaban con el mismo asombro y comentó:
—Ahora entiende uno por qué los lobos se creen dioses.
Los guardias abrieron la puerta del auto, La administradora del palacio, de rostro serio y traje gris los esperaba en las escalinatas, detrás de ella, una fila del personal dispuesto a servir a la concubina principal.
Adira inclinó su cabeza y dijo:
—Sea bienvenida, señora Vientre de Luna. El Ministro Riven ha dispuesto que se hospeden aquí hasta nuevo aviso.
Celeste descendió con paso elegante, ocultando el temblor de sus manos. Sentía el peso de cada mentira, pero también el poder embriagador de aquella farsa. Ethan bajó por la otra puerta.
Entraron a la mansión. Los pisos de mármol relucían bajo los candelabros; tapices antiguos narraban guerras de lobos y lunas, y una chimenea encendida proyectaba un calor dorado que hacía olvidar el frío de afuera.
—Esto… es nuestro hogar ahora —susurró a Ethan, con una sonrisa que parecía inocente, pero escondía ambición.
Una doncella se acercó, haciendo una reverencia.
—Señora Vientre de Luna, el Alfa envía sus bendiciones. Le ruega que descanse y cuide de su estado, yo estoy a sus servicios, soy su asistente personal.
Celeste parpadeó, saboreando el título de señora Vientre de Luna. Sonaba a algo que nunca había sido, pero que ahora parecía hecho para ella.
—Así que tengo asistente, qué maravilla. Necesito que me prepares un baño.
—Como usted ordene, señora. —La criada inclinó su cuerpo con una leve reverencia—. Iré enseguida.
Los criados los guiaron por el corredor principal hasta donde se encontraban dormitorios inmensos, con cortinas de terciopelo y camas más grandes que cualquier habitación que ellos hubieran soñado en su vidas.
Los porteros de la habitación no querían permitir que Ethan entrara con ella, pues todos suponían que era la nueva concubina del alfa.
Usted irá a su propia habitación de invitados. —Celeste levantó las cejas.
—Él es mi hermano, el Alfa no se opondrá si se queda conmigo —los guardias se miraron y también Adira.
—¿Quiere compartir sus aposentos con su hermano?
—No, sólo quiero que me acompañe, pero asígnele sus propios aposentos al lado del mío.
Adira con un gesto ordenó que lo dejaran entrar con ella. Raven le había dicho que dijeran que eran hermanos, ya que debían evitar a toda costa, que en la manada todos se enteraran que la Vientre de Luna, además de ser humana, también estaba casada.
Ethan dejó caer su abrigo y se volvió hacia ella.
—He reflexionado… esto es una locura.
—No, Ethan. Esto es el destino —susurró, acariciando el broche que le habían entregado con el sello del Alfa—. Mira esta habitación, mira esos acabados de oro y estos hermosos pisos de mármol. Hasta hace un par de horas estaba preocupada por el apartamento que Lyra piensa vender.
—Pero…
—Si jugamos bien nuestras cartas, seremos muy ricos. —Ethan se acercó a ella y le tocó el vientre.
—Cuando nazca se sabrá la verdad, ese bebé será totalmente humano. Además, es nuestro hijo, nuestro anhelado hijo… no voy a venderlo, lo quiero.
—No seas tonto, no entregaremos a nuestro hijo.
—Entonces, ¿cuál es tu plan?
—Tienes que buscar a Lyra, rogarle que regrese contigo.
—Lyra jamás va a perdonarme.
—Ella no tiene que perdonarte, vas a citarla en algún lugar a solas y vas a encerrarla. Usaremos el dinero que me van a pagar mensualmente para sobornar a los médicos que atenderán mi parto, el mío será antes que el de Lyra, así que toca hacerle cesárea en cuanto yo entre en labor.
—¿Vamos a robar el bebé de Lyra? —Celeste mostró una expresión fría y de maldad.
—Si, vamos a robarlo, se lo entregaremos al alfa y recibiremos millones por ese cachorro.
—No creí que… es un plan macabro. —Celeste levantó la quijada.
—Es eso, o quedarnos con la mitad de tu apartamento, y Lyra seguramente se convertirá en la Luna de la manada, tú serás un don nadie.
—Lyra, Luna de la manada.
—Esa maldita siempre tuvo más suerte que yo, sólo que es una tonta, dejó a su pretendiente súper millonario por ti.
—Lo dices como si yo no valiera nada.
—Al lado de los hombres del palacio, no vales nada, imagínate el Alfa, el padre del cachorro de Lyra, con tanto dinero, fama y poder… ella se volverá loca por él.
***
Desde la terraza más alta del palacio, Kael contemplaba la ciudad sumergida en sombras nocturnas. La luna menguante se alzaba entre nubes lentas, derramando su luz sobre los techos de teja y las torres de hierro negro.
El aire olía a lluvia… y a ella.
Él continuaba resistiéndose al llamado, al eco del vínculo que cada día se fortalecía entre él y la humana. Intentaba convencerse que sólo era el aroma de su cachorro. Cerró los ojos. Otra vez ese aroma, dulce, tibio y profundamente humano.
Le llegaba en ráfagas, como si el viento lo buscara a propósito.
—Imposible… —susurró.
Había ordenado trasladar a la madre del cachorro a una de sus mansiones, bajo protección. Lo sabía. Lo había aprobado. Y, sin embargo, su instinto lo contradecía.
Cada fibra de su ser le decía que la mujer que llevaba su sangre estaba lejos. No en la mansión. No bajo su techo.
Lejos.
Un escalofrío le recorrió el cuerpo, una punzada en el pecho que no tenía explicación lógica. Los lobos de su linaje siempre reconocían el vínculo cuando la Luna lo llamaba, y él la estaba escuchando.
Su corazón —esa parte salvaje y antigua— rugía en su interior, pidiendo que la buscara. Pero Kael reprimió el impulso.
Cerró el puño con fuerza.
—No. No más uniones —dijo entre dientes—. No volveré a atarme a nadie.
Su mirada se perdió en el horizonte, donde las montañas parecían fragmentos de plata bajo la luz lunar.
Recordó a su esposa muerta, la única mujer que había amado, la que había caído víctima de la guerra entre clanes. Había jurado no volver a sentir, no volver a entregar su alma.
El lazo de la Luna era una condena, una unión eterna entre almas gemelas. Y la idea de que su nueva compañera pudiera ser una humana —una simple mortal— le resultaba intolerable, ella moriría muy rápido, él volvería a experimentar el mismo dolor.
—El destino se equivoca —murmuró con amargura—. Una humana no puede ser mi Luna.
Pero la Luna no discute sus designios.
En ese instante, una ráfaga de viento atravesó el balcón, trayendo consigo un suspiro que no era del mundo físico. Una voz femenina, suave, quebrada, que apenas rozó sus sentidos con un susurro. Pero él no pudo comprender sus palabras, era en un idioma antiguo que no conocía.
Kael se irguió de golpe. Su respiración se aceleró. Miró alrededor, buscando el origen del sonido. No había nadie. Solo la noche. Pero su pecho ardía.Y por primera vez en años, el Alfa sintió miedo.
No por la guerra, ni por los enemigos… sino por la posibilidad de que su alma estuviera reconociendo a alguien que no conocía. A quien no debía elegir.
***
Editado: 27.10.2025