La madre de mi cachorro es una... ¿humana?

15 Furia

La luz menguante de la luna se filtraba por los ventanales del aposento real del Alfa. Kael se encontraba en un espacio amplio de estudio, silencioso y dominado por una gran mesa de madera oscura.
Documentos, mapas de territorio y contratos estaban esparcidos frente a él, pero ni el orden ni el trabajo parecían traerle paz.
Kael llevaba horas allí. No dormía, no comía. Su mente estaba… en otro sitio.
Las puertas se abrieron sin anunciarse. De inmediato el perfume de Libeyka precedió a su figura. Un aroma dulce, invasivo.
Ella entró con pasos suaves, con sus caderas moviéndose sensuales como cada paso.
—Kael —pronunció su nombre como una caricia e inclinó su cabeza.
Él levantó la mirada apenas, sin disimular el cansancio.
—¿Qué haces aquí, Libeyka? No te mandé a llamar.
Ella sonrió, ladeando la cabeza como si esa pregunta fuera absurda.
—¿Olvidas que hoy es sábado? —su voz era un susurro sedoso—. Hoy es nuestra noche.
Avanzó hasta quedar frente a él, apoyando los dedos sobre su pecho firme.
Kael no se movió, pero tampoco le devolvió el gesto.
—No me hagas regresar al harem —continuó ella, con una mezcla de súplica y reclamo—. Ya lo has hecho las semanas anteriores. Se supone que debo compartir los aposentos contigo dos veces por semana. Llamaste a otra concubina… pero a ella también la devolviste. ¿Qué está pasando?
Kael la miró sin expresión, como si fuera una pregunta sin importancia.
—Tengo muchos asuntos que atender.
Libeyka se inclinó un poco más, acercando su cuerpo al de él.
—¿Y qué hay de ti? —susurró—. De tus necesidades… de las mías. Sabes que te deseo. Me gusta estar contigo.
Él apartó la mirada hacia los documentos.
—El lunes viajo a la ciudad del norte —respondió, con voz seca—. Estoy alistando todo.
Libeyka dejó escapar una risa suave, incrédula.
—Por favor… no se supone que yo deba rogar. Se supone que debo complacerte.
Su mano descendió por su pecho, luego por su abdomen. Lentamente. Con la confianza de quien cree tener derecho sobre él. Su palma rozó su pierna.
Kael dio un leve brinco, un impulso involuntario que delató que su cuerpo seguía vivo… incluso si su voluntad estaba en otra parte.
Libeyka sonrió, triunfal.
—¿Ves? —susurró cerca de su oído—. Necesitas esto.
Fue entonces cuando él se levantó de golpe, la silla rechinando contra el piso.
Libeyka retrocedió un paso, confundida.
—No —dijo Kael, sin elevar la voz, pero con una firmeza que cortó el aire—. No ahora.
—¿No ahora? —ella apretó los labios—. Esto no es opcional. Soy tu concubina favorita, tu futura Luna…
—NO ERES MI LUNA.
Libeyka sintió que algo le quemaba el orgullo.
—Kael, estoy aquí. Soy real. Caliento tu cama, calmo tus noches. ¿Qué más necesitas?
Él no respondió.
—¡Mírame! —exigió ella, con un tono cargado de frustración.
Kael se giró lentamente y le dio la espalda.
—Puedes irte —dijo sin una sola grieta en la voz.
El silencio que siguió fue devastador.
Libeyka lo observó con incredulidad y vergüenza. Luego, con una sonrisa amarga en los labios, murmuró:
—Estás cambiando. Antes me buscabas tú… ahora me evitas. No sé qué es lo que te está pasando, pero… —lo miró de arriba abajo—, no ¿será esa humana?
Kael no hizo ningún gesto.
No parpadeó.
—Dije que puedes irte.
Libeyka lo miró incrédula, luego se dio vuelta se marchó.
Cuando la puerta se cerró, Kael apoyó ambas manos sobre el escritorio. La tensión en su espalda era visible.
Respiró profundo.
—¿Qué diablos quiero? —susurró para sí mismo, frustrado.
Cerró los ojos.
Lo único que apareció en su mente fue un par de ojos tristes
y una sensación inexplicable de pérdida...
como si hubiera algo —o alguien— allá afuera, esperándolo.
***
Libeyka salió furiosa de los aposentos del Alfa, conteniendo el temblor en su mandíbula. Caminó con pasos rápidos mientras el eco de sus tacones resonaba en el mármol del pasillo. Sus uñas se clavaban en la tela de su vestido, arrugándolo entre los puños.
—¿Cómo se atreve? ¿A mí?
Las lámparas de pared proyectaban sombras alargadas, y cada una parecía burlarse de ella.
Giró en la intersección del pasillo y estuvo a punto de chocar con Raven. Él llevaba una carpeta de informes bajo el brazo, pero al verla, se detuvo.
—Libeyka... ¿Qué ocurre? —preguntó con voz baja, acostumbrado a los dramas del harem.
Ella respiró hondo antes de soltarlo todo con rabia contenida:
—Me rechazó. —Escupió esas palabras como veneno—. Hoy era mi noche, la noche obligada, ya sabes, me devolvió… otra vez.
Raven frunció el ceño, sorprendido por su tono más que por la situación.
—El Alfa está cansado, Libeyka. Ha tenido demasiadas cargas últimamente. Asuntos territoriales, conflictos con las familias menores… no lo tomes como algo personal.
—¿Que no lo tome como personal? —ella apretó más fuerte las telas del vestido entre sus dedos—. ¡Soy su concubina favorita! Y aun así me está dejando de lado. ¿No lo ves? Algo está cambiando.
Raven suspiró, apoyando un hombro contra la pared, intentando hacerla entrar en razón.
—Kael no tiene cabeza para placeres ahora mismo.
Libeyka se detuvo. Lo miró fijamente, con una sonrisa amarga que no llegó a sus ojos.
—Claro que la tiene. Solo que no para mí.
Raven abrió la boca para responder, pero ella lo interrumpió, dando un paso hacia él.
—Sé que se trata de ella.
—¿Ella? —frunció el ceño.
—Esa humana —escupió la palabra como si le quemara la lengua—. Lo puedo sentir. Desde que esa mujer apareció, Kael está confundido, distante… como si algo lo estuviera arrancando de nuestro mundo.
Raven se rió con incredulidad.
—Libeyka… ¿estás diciendo que una humana está interfiriendo con un vínculo Alfa? Eso es imposible.
—No te burles de mí. —Su mirada se volvió filosa, peligrosa—. No permitiré que esa humana ponga un pie en el reino.
Raven dejó caer la carpeta contra el muslo, cansado de las exageraciones.
—No tienes autoridad para…
—¿Ah, no? —Libeyka lo interrumpió de nuevo, acercándose más—. Tú me vas a ayudar.
Raven la miró como si hubiese perdido la cordura.
—¿Por qué tendría que ayudarte?
Ella inclinó la cabeza, su voz ahora baja, venenosa.
—¿Quieres que por una humana se debilite el linaje? ¿Quieres ver cómo la dinastía se debilita porque el Alfa tuvo un hijo con ella?
Raven se quedó inmóvil.
—La dinastía.
La palabra cayó como un golpe en el aire.
Libeyka se rio por dentro, sabiendo que había logrado algo, entonces continuó.
—Un cachorro nacido fuera de la línea real puede causar caos entre las casas antiguas… los clanes están esperando cualquier signo de debilidad para atacar. —Se acercó más, casi rozando su pecho—. Si esa humana tiene un hijo de Kael… el futuro del reino, se derrumba.
Raven tragó saliva.
Por primera vez, dudó.
—Piensa en eso. —Libeyka recogió el ruedo de su vestido con gracia y dio la vuelta, despidiéndose sin mirarlo—. Y recuerda… yo no pierdo.
Sus pasos se alejaron hacia el pasillo principal que conducía al harem, dejando tras de sí un rastro de perfume y veneno.
Raven permaneció inmóvil.
Sus dedos se deslizaron a su barbilla, pensativo. Miró hacia la oscuridad del pasillo por donde Libeyka había desaparecido.
“Una humana… causando caos en la dinastía. Pondrá al Alfa en peligro, espero que eso no suceda.”
Finalmente, tomó aire, recogió la carpeta del suelo y caminó hacia sus aposentos.
***
Libeyka entró como una tormenta al salón principal del harem. Su vestido rojo, todavía desplazado de un hombro después de haber intentado seducir a Kael, parecía un recordatorio de su fracaso. Su expresión era una máscara: fría por fuera, hirviendo por dentro.
Las concubinas se enderezaron de inmediato. Algunas inclinaron la cabeza en señal de reverencia, otras retrocedieron. Todas sabían reconocer ese humor: el de Libeyka cuando no conseguía lo que quería.
—Mi señora —dijo una de ellas, su voz tembló—, ¿todo está bien?
Libeyka no contestó. Caminó hasta la mesa y, sin aviso alguno, empujó con el brazo la bandeja llena de copas de cristal. El estruendo resonó cuando las copas chocaron contra el suelo, derramando vino rojo como sangre sobre las alfombras claras.
Las concubinas se sobresaltaron.
Libeyka sonrió apenas—una sonrisa rota.
—¿Quién… —su voz cortó el aire— va a limpiar esto?
Todas se miraron entre sí, temiendo responder.
Y entonces, como si el destino hubiese señalado a la víctima, la mirada de Libeyka se clavó en una muchacha que estaba apartada, acomodando cojines con la cabeza gacha. La chica llevaba un vestido simple, casi desgastado; su belleza, aunque opacada por el maltrato, seguía siendo innegable.
Se llamaba Naisha.
Alguna vez, Kael le había mostrado interés. Solo una semana. Una semana que había bastado para despertar la furia de Libeyka.
Una semana que le costó el rostro, los privilegios… y la vida que podría haber tenido.
Naisha se congeló al sentir los ojos de Libeyka sobre ella.
—Tú —ordenó Libeyka, alargando un dedo en su dirección—. Ven y limpia.
Naisha tragó saliva, dejó los cojines y se acercó. Cuando pasó cerca, algunas concubinas se apartaron, como si por contagio pudieran recibir el odio de Libeyka.
Ella se arrodilló en el suelo, recogiendo los vidrios con las manos desnudas.
—Más rápido —espetó Libeyka.
Naisha asintió en silencio.
El vino empapó las mangas de Naisha. Su cabello, negro y largo, cayó hacia adelante mientras intentaba recoger los fragmentos sin cortarse.
Libeyka observó con deleite contenido… no por el trabajo, sino por el dolor que sabía que estaba causando.
—¿Así se mueve una concubina? Pareces una rata escarbando basura.
Naisha siguió sin contestar. Tenía la mirada baja. Sumisa. Resignada.
Eso irritó más a Libeyka.
—Mírame cuando te hablo —ordenó.
Naisha levantó el rostro. Sus ojos tenían una belleza triste, rota.
—Sí, mi señora —murmuró.
Libeyka se inclinó un poco y, fingiendo casualidad, puso su tacón sobre una de las manos de Naisha, bloqueándola contra el suelo. Primero fue una presión leve… luego más fuerte.
Naisha apretó los dientes, conteniendo un gemido.
—Qué torpe eres —susurró Libeyka, disfrutando del poder en esa frase—. Eres inútil incluso para limpiar.
El tacón hundió más la carne.
Naisha soltó un quejido:
—Mi señora… por favor…
—¿Perdón? —Libeyka arqueó una ceja—. ¿Te he dado permiso de hablar?
Naisha negó con la cabeza rápidamente, respirando entrecortado.
Una de las concubinas aliadas de Libeyka se acercó insegura.
—Mi señora… quizás deberíamos…
—¿Quieres limpiar tú? —soltó Libeyka sin quitar el tacón de la mano de Naisha.
La otra retrocedió de inmediato.
Libeyka bajó la presión un poco más, disfrutando del sonido ahogado del dolor ajeno. Finalmente retiró el pie, como si la hubiese aburrido.
Naisha quedó temblando, con el vino mezclado con una lágrima que no llegó a caer.
—Recoge todo —ordenó Libeyka—. Y deja el piso impecable. No quiero ver ni una gota.
Se giró hacia las demás, sacudiendo su falda como si llevara polvo invisible.
—Hoy, ninguna de ustedes me dirige la palabra —anunció—. No estoy de humor para mediocres.
Libeyka salió del recinto con pasos firmes, dejando atrás el silencio más duro que el vino derramado.
Naisha quedó sola en el suelo, recogiendo los restos con la mano herida, sin quejarse.
Sus labios temblaron apenas.
Pero en sus ojos no había sumisión. Por dentro rezaba a la diosa por justicia.




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