Raven la encontró en el corredor que daba a las galerías del harem. Libeyka lo esperaba con la paciencia del cazador. Cuando lo vio, hizo como si tropezara contra él, le rozó el brazo y susurró con voz cargada de intención:
—Raven.
Él la saludó con respeto, notando el brillo en sus ojos.
—¿Qué haces aquí? sabes que las damas del harem no pueden presentarse en los pasillos del ala administrativa del palacio.
Ella inclinó la cabeza, mostrando un gesto de confidencia.
—La Reina quiere organizar una pequeña celebración en honor a la Vientre de Luna. Algo íntimo, entre concubinas. Un gesto de integración.
Raven arqueó la ceja.
—¿Traer a la humana aquí? No sé si eso sea prudente.
Libeyka agregó:
—La reina quiere recibir a la nueva concubina, está en todo su derecho.
—Concubina.
—Si, es la madre del cachorro ¿No?
—Eh, sí.
—Bueno, ¿Hablarás con el Alfa al respecto? ¿O tiene que hacerlo la reina durante la cena? Ya sabes que al Alfa no le gusta hablar de asuntos políticos cuando come con la familia.
—El Alfa está muy ocupado, hoy no creo que le dé tiempo de llegar a cenar, mañana en la noche partiremos a la Ciudad del Norte.
—Es una lastima. La reina se va a molestar mucho.
—Dígale que llame al Alfa por teléfono y le diga su petición, sin tanta formalidad, creo que no es necesario.
Libeyka puso al tanto a la reina.
—Raven tiene razón, no es necesario pedir permiso de manera formal, llamaré a mi hijo ahora mismo. —Libeyka puso una sonrisa maliciosa.
—Su majestad, hay que hacerlo mientras el Alfa está en la ciudad del norte,
***
El auto real está avanzando entre el tráfico con escolta. Dentro, el ambiente estaba cargado de silencio y autoridad. Kael revisaba documentos en una tableta cuando el móvil personal vibró.
Raven lo notó.
Kael apenas desvió los ojos hacia la pantalla, luego dirigió el artefacto a su oído.
—Madre.
—¿Dónde estás, hijo? —la voz de la reina sonaba dulce, educada… estratégicamente maternal.
—Me dirijo a las oficinas del Ministerio de Salud —respondió sin rodeos, sin intención de suavizar el tono—. Estoy ocupado. Espero que tu llamada sea para algo realmente importante.
Hubo un breve silencio al otro lado de la línea. Luego, la reina habló con una precisión afilada:
—Lo es. Se trata de la Vientre de Luna.
Kael tensó la mandíbula.
—¿Qué sucede con la Vientre de Luna? —Raven lo observó de reojo.
—Quiero que venga al palacio —dijo la reina, con voz decidida—. Ha llegado el momento de que el harén la conozca.
El Alfa entrecerró los ojos.
—No madre, prefiero que se mantenga al margen de las políticas del palacio y de esas… formalidades innecesarias.
—Kael —respondió la reina con un suspiro cargado de paciencia falsa—, esa humana es tu concubina. La Vientre de Luna. Si no se presenta ante las demás, si nadie la ve, si la mantienes escondida… habrá rumores. Ya los hay. El consejo preguntará.
—No me importa el consejo.
—Pues debería. —La voz de la reina adquirió filo—. Es tu obligación legitimar el linaje. Debe aprender modales de corte, protocolo, comportamiento. Yo misma me encargaré de entrenarla para cuando llegue el momento de presentarla ante el consejo.
Kael cerró los ojos un breve segundo, exasperado. La reina sabía exactamente qué cuerdas tocar.
—Debe estar preparada, hijo —insistió—. No puedes seguir tratándola como un… secreto.
Raven no se movió, pero su mirada evaluaba cada palabra con cautela.
Larga pausa. La decisión pesaba como plomo.
Finalmente, Kael cedió.
—Está bien, madre. Solo será para cumplir formalidades. Asígnele a un eunuco que la eduque y le enseñe cómo comportarse dentro del palacio.
—Perfecto —respondió la reina satisfecha—. Me encargaré de todo.
La llamada se cortó.
Kael exhaló con fuerza, como si la conversación le hubiese arrancado algo importante. Agarró el puente de su nariz, fastidiado.
Raven, sentado a su lado, rompió el silencio:
—¿Te hizo la petición de llevar a la Vientre de Luna al palacio?
Kael lanzó una mirada helada al frente.
—Sí. Tuve que aceptar. Mi madre piensa que esa mujer será mi concubina.
Raven alzó una ceja.
—Ignora que está casada.
Kael giró el rostro hacia él despacio, con una determinación feroz en los ojos.
—Jamás debe saberlo.
***
La reina dejó caer el teléfono sobre la mesa de mármol blanco. Su sonrisa aparece lentamente, como el filo de una espada saliendo de la vaina.
—Listo —dice, sin ocultar la satisfacción—. El Alfa aceptó.
A su lado, Libeyka, se inclina con un gesto de respeto que en realidad es complicidad.
—Sabía que las palabras correctas tocarían sus puntos sensibles —responde, sirviendo té en dos tazas de porcelana azul imperial—. Kael siempre ha sido vulnerable a su sentido del deber.
La reina toma la taza con una gracia impecable.
—Kael piensa que solo será una formalidad —dice, casi riendo—. Que la tendrá aquí, educada, lista para mostrarse cuando él lo decida.
Libeyka sonríe, fina como una serpiente satisfecha.
—¿Entonces mantenemos el plan? La fiesta de bienvenida justo el día en que él se vaya a la Ciudad del Norte para la reunión del Consejo Alfa. Así tendré dos días para arrastrar a esa intrusa.
La reina asiente, con una chispa cruel en sus ojos esmeralda.
—Exacto. Si Kael no está… ella quedará expuesta
—Y vulnerable —agrega Libeyka.
La reina dejó la taza sobre el platillo con un tic seco, casi musical.
—No será difícil. Una humana, rodeada de lobas que ansían su fracaso.
—Y lo perderá antes de darse cuenta.
Lizzandra se incorporó.
—Organiza la lista de invitados.
Invita a todas las familias que ansían ocupar un lugar cerca del Alfa. Que la observen. Que la juzguen.
Libeyka inclina la cabeza, obediente.
—Haré que parezca un acto de bienvenida… y no una ejecución social.
MANSIÓN LUNA BAJA .
SUITE PRIVADA DE LA “VIENTRE DE LUNA
Celeste está recostada en un diván, envuelta en una bata ligera de seda.
Una sirvienta cepilla su cabello con sumo cuidado, mientras otra acomoda un servicio de té sobre la mesa baja.
La puerta se abre con un golpe suave, es el eunuco.
—Señora, ha llegado correspondencia oficial del Palacio.
Celeste levanta el mentón con una lentitud estudiada. No responde; se limita a extender la mano con la palma abierta, esperando.
El eunuco se acerca y le entrega un sobre grueso, color marfil, sellado con cera roja y el emblema real en relieve: un lobo aullando bajo una luna ascendente.
Sobre el frente, en escritura caligráfica impecable:
A la Vientre de Luna, Lyra Ellis.
Celeste siente cómo ese nombre, que no es suyo, le estremece la piel.
Pero no duda. Rompe el sello con un movimiento firme.
La sirvienta más cercana contiene la respiración, como si fuera testigo de algo sagrado.
Celeste lee en silencio:
“Por mandato de Su Majestad, la Reina de la manada Luna de Plata, se convoca a la Vientre de Luna a su presentación formal en Palacio. Su presencia es requerida para el acto de bienvenida ante la nobleza y la corte.”
En la parte inferior, el sello real en tinta plateada.
Celeste baja lentamente la carta.
La sirvienta pregunta con respeto:
—¿Buenas noticias, mi señora?
Celeste endereza la espalda. Su voz es suave, pero afilada:
—El palacio desea mi presencia.
Las sirvientas intercambian miradas entre asombro y temor reverente.
Nadie debe contradecir a la futura madre del heredero del Alfa.
—Prepare un baño de leche y flores para mañana al amanecer —ordena Celeste— y contacten a la boutique. Necesitaré un vestido apropiado.
La sirvienta se inclina profundamente.
—Enseguida, señora.
Celeste observa la carta nuevamente, disfrutando del peso de esas palabras.
Vientre de Luna.
No Lyra. Ella. Se toca el vientre y arquea sus labios.
A unos pasos, se abre la puerta y aparece Ethan, perfectamente vestido con ropa formal, representando el papel de "hermano protector".
—¿Qué sucede? —pregunta él con voz baja.
Celeste le muestra la invitación sin siquiera sonreír, pero sus ojos brillan con triunfo.
—Seré presentada a la corte —dice, como si fuera inevitable—.
El reino entero sabrá quién soy.
Ethan la mira, y su expresión es calculadora.
—Recuerda lo que acordamos —le dice en un susurro—. Si fallas, si te descubren, ambos estaremos acabados.
Celeste se acerca, muy segura de sí misma.
Sus labios rozan su oído mientras murmura:
—Nunca fallaré. Este lugar… —apoya la mano sobre el sello real— me pertenece por los próximos meses, además, mira mi cabello, lo he arreglado igual que el de mi hermana.
***
APARTAMENTO DE ALMA — TARDE DE SÁBADO
El pequeño apartamento huele a café recién hecho y a la mezcla de perfume floral que Alma siempre usa. Ella sostiene el teléfono en una mano mientras camina de un lado a otro por la sala.
Lyra observa desde el sofá, inquieta, con las piernas recogidas y un cojín entre los brazos, como si fuera un escudo.
—Sí, claro… —dice Alma al teléfono—. Te mando los datos por mensaje. Sí, es una arquitecta muy talentosa. Gracias, querida. —Hace una mueca simpática, como si estuviera hablando con alguien que no le cae bien—. Perfecto. Pendiente al correo, bye.
Alma cuelga.
Lyra contiene el aliento.
—¿Y…?
Alma deja caer el teléfono sobre la mesa y levanta los brazos triunfalmente.
—¡Listo! Te conseguí suplencia lunes y martes. Vas a ser la asistente de un arquitecto que parece ser la versión humana de un reloj suizo: estricto, preciso, y siempre ocupado. Pero paga bien.
Lyra pestañea, sorprendida.
—¿De verdad aceptaron? ¿Tan rápido?
—Amiga, cuando yo llamo, las puertas se abren. —Se señala a sí misma—. Carisma, influencia… y un poco de manipulación emocional.
Lyra ríe, aliviada.
Alma da dos palmadas y la mira de arriba a abajo, analítica.
—Ahora, falta lo más importante: ropa elegante. —Hace un gesto teatral como si ya estuviera viendo el cambio—. El lunes debes parecer arquitecta profesional, no ama de casa de comercial de detergente.
Lyra baja la mirada hacia su ropa sencilla y sus jeans gastados.
—Sí… creo que necesito algo más… formal.
—Necesitas dejar de verte como la esposa abnegada y cornuda.
Lyra agacha la mirada.
—Alma…
—¿Qué? Corrijo: exesposa abnegada y cornuda. —Encoge los hombros—. Es la verdad.
Lyra aprieta los labios, y aunque intenta sonreír, el dolor asoma.
—Fui una tonta.
Alma se detiene frente a ella y su expresión cambia. Se agacha para quedar a la altura de su amiga, le toma las manos con suavidad.
—Perdón… —dice en voz baja—. A veces hablo antes de pensar. No debí decirlo.
Lyra suspira. Cierra los ojos un instante.
—Pero es cierto. Me perdí en una vida que no era para mí.
Alma aprieta sus manos, firme.
—Escúchame, Lyra. —Su voz se vuelve cálida, sincera—. No estás acabada. Estás empezando. Estás joven. Aún estás a tiempo de recuperar tu vida, tus sueños… tu identidad.
Lyra la mira, y algo dentro de ella se enciende. Pequeño, débil… pero vivo.
Alma mira la hora en su teléfono y luego carraspea, nerviosa.
Lyra levanta la vista.
—¿Qué pasa?
Alma aprieta los labios antes de hablar.
—Lyra… hay algo más que debo decirte.
—Dime.
—El lunes habrá una importante reunión en la oficina de juntas.
Lyra asiente, aliviada.
—Está bien. Si el CEO necesita que llegue más temprano, lo haré.
Alma niega lentamente con la cabeza.
—No… tú no vas a estar en esa reunión. —Suspira—. En realidad, no vas a trabajar en la oficina.
Tu trabajo será acompañar al jefe a un evento público en el hotel Hamilton.
Lyra parpadea, confundida.
—Creí que iría a la oficina a cargar carpetas de un lado a otro…
—Sí cargarás carpetas. Pero en ese evento habrá una reunión privada, y vas a acompañar al jefe y a su esposa. Estarás ahí para lo que ellos necesiten.
—Está bien. Supongo que debo usar traje de etiqueta. —Se mira las manos, como midiendo su propia preparación—. Debo elegir unos zapatos que no me molesten los pies y me permitan aguantar la faena.
Alma respira hondo. Lo que sigue, sabe que no le gustará.
—Bueno… solo me falta decirte algo más. —frota las manos con nervios—. En ese evento habrá hombres lobo.
—Hombres lobo.
—Sí. De hecho, vendrá nada más y nada menos que el Alfa Draven y su ministro.
Sus ojos brillan como si hablara de celebridades de una revista.
—¡Son tan guapos!
Lyra deja caer la mirada y su rostro cambia. Se tensa. Retrocede casi imperceptiblemente hacia el sofá.
—Sabes que no me gustan los licántropos —dice en voz baja, casi como una confesión.
—Tienes que dejar esa actitud, Lyra. —Alma se acerca y se sienta a su lado—. Pertenecemos al mismo mundo.
—Sí, pero…
—Sientes hacia ellos un miedo que no es tuyo. —La mira con seriedad, sin burlas—. Ese miedo viene de tus padres adoptivos, no de ti. Lyra… tú tienes desde que naciste viviendo a través de lo que otros creen, lo que otros dicen. Primero tus padres, luego Ethan.
Lyra traga saliva, como si esas palabras la golpearan por dentro.
Alma sostiene su mirada, firme pero suave.
—¿No crees que ya es hora de decidir por ti misma lo que es bueno o malo?
Lyra baja la vista, los ojos se le llenan de una tristeza vieja.
—Tienes razón… —susurra—. He vivido a través de los seres que he amado, siguiendo sus reglas, sus miedos —Levanta el rostro, y aunque hay dolor, también hay determinación—. Pero es hora de decidir qué sí y qué no quiero para mí.
Alma sonríe, orgullosa.
Lyra respira hondo, como quien abre por primera vez una ventana hacia el mundo.
Editado: 24.11.2025