La madre de mi cachorro es una... ¿humana?

19 Dia de trabajo

LUNES EN LA MAÑANA
Torre del Grupo Arquitectónico AURELION DESIGN & BUILD
El amanecer del lunes es fresco, con un ligero olor a lluvia.
Lyra se despertó antes del sonido de la alarma.
Se miró en el espejo del baño del pequeño apartamento de Alma.
Respiró profundo.
—Hoy empieza mi nueva vida —susurra.
Estaba entusiasmada, aunque el trabajo sería solo un par de días, pero para ella, era como una puerta que se abría ante sus ojos. Habían sido años donde su vida se detuvo como una ama de casa, pero ahora, se sentía como una mujer empoderada, capaz de tomar el control de su vida y tomar sus propias decisiones
Se puso un pantalón de gabardina color crema y una blusa de seda turquesa claro, cuello alto, botones pequeños en la espalda. El conjunto abraza su figura elegante y esbelta sin esfuerzo. Su vientre aún es pequeño; apenas una curva suave.
Con el cabello en ondas ligeras, maquillaje natural y una carpeta en mano, toma el transporte con Alma.
Al llegar a la Torre Aurelion, un edificio de vidrio azul espejo que retiene la luz de la mañana, Lyra se queda sin palabras.
—¿Este lugar es… real?
—Bienvenida al mundo corporativo, cariño —dice Alma—. Aquí nadie te conoce como “la esposa cornuda”. Aquí eres Lyra Whitmore, arquitecta.
Suben al piso 32. Al abrirse el ascensor, un recepcionista se queda mirándola un segundo más de lo socialmente aceptable.
—Buenos días —dice Lyra con una sonrisa tímida.
Él tartamudea.
—B-buenos días, señora… digo… señorita.
Alma se inclina hacia Lyra y murmura:
—Te lo dije: nuevo look, nueva energía. Están cayendo como moscas.
Lyra contiene la risa.
Dentro de la oficina, hay un caos organizado: planos extendidos sobre mesas enormes, maquetas, tazas de café, reuniones bajo cristales transparentes, llamadas, teclados sonando. Un ambiente creativo y vivo.
Alma avanza con rapidez.
—Jefe, aquí está la suplente.
El arquitecto Adrian Kessler, un hombre alto con gafas delgadas, expresión concentrada y un metro colgando del cinturón, levanta la vista de unos planos.
—Lyra Whitmore, ¿correcto?
—Sí. Mucho gusto —dice ella con firmeza y voz clara.
—Necesito que me apoyes en logística hoy. Mi esposa te va a explicar.
Aparece Elena, una mujer elegante, seria y eficiente. No lleva maquillaje; no lo necesita.
—Bienvenida, Lyra. Hoy revisaremos la presentación final del proyecto —dice mientras le entrega una carpeta—. Necesito que imprimas estas seis versiones, verifiques los códigos de colores, prepares las muestras de materiales y reserves traslado de planos al hotel esta tarde. ¿Puedes?
Lyra mira la carpeta.
Respira.
Sonríe.
—Puedo.
La mañana transcurre en un torbellino de actividades:
Lyra imprime planos gigantes que casi le tapan la vista.
Optimiza una presentación digital con movimientos exactos de manos.
Corre con muestras entre mesas de arquitectos.
Se desliza por la oficina con cajas de maquetas como si fuera experta en equilibrio olímpico.
Cada tanto, alguien la observa pasar con evidente admiración.
—¿Quién es la nueva? —susurra una diseñadora.
—No sé
Alma, radiante de orgullo, le guiña un ojo.
***
Alfa Kael Draven
El avión del Alfa atravesó las nubes como un lobo que corta la nieve y aterrizó en el aeropuerto más importante de Ciudad del Norte.
Kael se puso de pie y, apenas la escotilla se abrió, un viento cargado de humedad invade la cabina.
Y con él… un aroma. Dulce. Fresco. Tan familiar que la sangre le hierve.
“Lyra”
También percibió el aroma de un cachorro.
Su cachorro.
La respiración de Kael se cortó. Se dijo en sus adentros:
“Eso no es posible, ella está en mi mansión”
Dio un paso hacia la escalinata del avión, pero se quedó un instante quieto, como atrapado entre dos mundos.
—¿Alfa, qué sucede? —preguntó Raven, su ministro.
Kael parpadeó, recuperando el hierro de su expresión.
—No es nada —gruñe, bajando las escaleras.
Pero su corazón comenzó a latir con fuerza dentro del pecho.
HOTEL HAMILTON
El hotel resplandecía bajo luces doradas, lujos discretos y ventanas como espejos. El piso donde se encontraba la suite presidencial, había sido totalmente reservado para ellos.
Kael entró a la suite acompañado del ministro. Los guardaespaldas se quedaron en el pasillo.
Adentro, en la privacidad de la suite, Kael caminó en medio del recibidor y se quedó parado junto a una cómoda, se veía pensativo, como si algo le preocupara.
Raven se había sentado y puesto sobre la mesa el portafolio, lo abrió, sacó de allí las carpetas.
—¿Qué tienes? ¿No te agrada la suite? —pregunta Raven.
—No es eso.
Kael paseó la mirada por la habitación, como si buscara algo… o a alguien.
—¿Entonces?
Kael cerró los ojos un segundo.
—Siento el aroma de esa mujer… y del cachorro, lo siento muy cerca.
Raven se quedó inmóvil.
Kael apretó los dientes.
—Pero eso es imposible.
—Sí, ella está en tu mansión, a lo mejor extrañas el aroma de tu cachorro.
—Lo más extraño es que su aroma me llegó cuando salí del avión, es como si me hubiera recibido.
—No le hagas caso a esas cosas, en un par de días regresaremos al sur y la tendrás cerca. —Kael con un hilo de su voz agregó:
—Desde que está en la mansión, siento que está muy lejos, pero ahora, siento que está muy cerca.
—Son sensaciones nuevas las que estás experimentando, es la primera vez que una hembra está preñada de tu cachorro, es eso. No sabes cómo manejar ese sentimiento de ser papá.
—Tienes razón. Mejor voy a prepararme.
***
Habían pasado varias horas desde el aterrizaje. Kael se había trasladado a un complejo habitacional que estaban construyendo para familias de escasos recursos.
Desde allí dio una rueda de prensa y habló frente a las cámaras acerca del proyecto dirigido a beneficiar a familias de escasos recursos.
Revisó cada plano, exigió eficiencia a los encargados, aprobó comisiones y créditos. También atendió quejas del personal de los obreros y ordenó soluciones.
Kael se mantuvo muy ocupado, pero… durante todo ese tiempo…
Ese aroma tan único, lo persiguió.
Dulce.
Suave.
Femenino.
Lyra.
Y junto a él, la nota cálida e inconfundible de su cachorro.
Kael lo sintió incluso entre el olor del cemento fresco.
Cuando regresó al hotel, después de una comida rápida con ejecutivos, caminó con pasos tensos. Se quitó el saco del traje, aflojó el nudo de la corbata.
Estaba irritado. Demasiado irritado para no sospechar.
Raven, sentado en un sillón frente a la mesa de trabajo, lo observa con cautela.
—Sigues oliéndola, ¿cierto?
Kael no respondió, se quedó de pie frente al ventanal, contemplando la ciudad al atardecer.
La voz del Alfa finalmente rompe el silencio, baja, ronca.
—Estás seguro… de que la mujer que llevaste a mi mansión es la que espera mi cachorro?
Raven se acomodó la chaqueta jalando las solapas, un poco incómodo con el tono.
—Por supuesto. Hablé con su esposo, hice negocios con él. El hombre aceptó guardar silencio a cambio de una buena remuneración.
Kael giró apenas su cabeza.
—¿La viste a ella?
Raven parpadeó.
—Bueno… realmente no me fijé bien. No sé cuál es su aroma, pero estaba con él. Son esposos. Ella también aceptó entregar al cachorro.
Kael cerró los ojos lentamente, como quien lucha contra un impulso agresivo.
—¿Nunca la viste? —dijo con la voz ronca y lenta.
Raven abrió las manos en gesto defensivo.
—Pero lo importante era negociar con el esposo. Ella no tenía que ver…
Kael se giró por completo.
Su voz se tornó grave, peligrosa.
—No es ella.
El ministro se quedó inmóvil.
—¿Estás diciendo —Raven baja el tono— que la mujer que está con el señor Ethan… no es la esposa?
Kael caminó hacia él, sin apartar la mirada, cada paso cargado de autoridad.
—Es posible… que Ethan esté protegiendo a otra mujer. O mintió sobre quién es ella. —Frunció el ceño— O quizás fueron con otro Ethan, no el esposo de Lyra.
Raven negó con la cabeza, nervioso.
—Eso es imposible. La dirección era clara, el apellido coincidía, el contrato está firmado. Ethan y su esposa: Lyra Ellis.
Kael cerró la mano en un puño.
—Debiste ir tú mismo a buscarlos.
—Kael, amigo, cálmate —dijo Raven, levantándose de golpe—. Es imposible que exista otro Ethan con el mismo apellido y que, casualmente, tenga una esposa con el mismo nombre que la madre del cachorro.
Kael se acercó más, su sombra proyectándose sobre su ministro.
—Yo siento a mi cachorro… en esta ciudad.
—Te estás volviendo loco.
Un silencio cayó sobre la suite presidencial.
Kael respiró profundo, lento, como si intentara contener una tormenta interna.
—Quizás tengas razón —su voz salió ronca, casi en un susurro—. Tal vez estoy perdiendo la razón.
—O quizás tu lobo está jugando a encontrarla —Raven tomó aire—. Voy a ordenar que te traigan un té tranquilizante —dijo, buscando su teléfono—. Intenta dormir media hora. Esta noche tenemos ese gran evento… y necesitas estar en tu mejor estado.
Kael caminó hacia la mesa baja y se dejó caer en el sofá de cuero.
Sus dedos temblaban, aunque jamás lo admitiría.
—No es estrés —murmuró, casi para sí mismo—. No es ansiedad. No sé qué demonios me pasa.
Raven ya estaba marcando el número del asistente personal del Alfa.
Kael respiró hondo, intentando recuperar la compostura. El salón estaba en silencio, apenas roto por el sonido del reloj de pared y el murmullo lejano de la servidumbre en el pasillo.
—Algo te sucede, Kael —dijo Raven en voz baja, intentando sonar razonable—. Te estás negando al vínculo… es eso. Estás en guerra contigo mismo, y por eso todo se intensifica. Tus sentidos están confundiendo la realidad con tu obsesión… tu lobo quiere reclamar a esa humana, como no la has hecho, te está haciendo jugarretas. Es una obsesión.
—¿Obsesión? —Kael levantó la mirada, peligrosa, como un animal acorralado.
—Sí —Raven retrocedió un paso—. Te estás volviendo loco.
Kael respiró por la nariz, una vez, dos. Intentaba calmarse, pero sus ojos tenían una mirada intensa, brillando con ese poder que sólo los Alfas tenían cuando percibían a su pareja destinada.
Hubo silencio.
Luego, Kael dejó caer la cabeza hacia atrás en el sillón, derrotado.
—Quizás tengas razón…
Raven soltó aire aliviado. Llamó al asistente.
—Traigan un té tranquilizante para el Alfa. Uno fuerte.
Kael cerró los ojos, sin fuerzas para discutir.
—Intenta dormir media hora —insistió Raven, arreglándose el saco frente al espejo—. Esta noche nos espera ese gran evento, y más te vale estar impecable. No puedes ir oliendo a… ansiedad e instinto.
Kael ni siquiera se movió. Raven sonrió con arrogancia y añadió:
—Y recuerda, esta noche todos te observarán. Nadie puede sospechar que algo está fuera de control.
El sirviente llegó con una bandeja de plata y dejó la taza frente a Kael. El Alfa abrió los ojos y observó el vapor del té, como si fuera un enemigo al que debía vencer.
Pero en cuanto acercó la taza, sus fosas nasales volvieron a dilatarse.
Ese aroma.
Esa presencia.
Esa mujer.
Lyra.
El corazón le golpeó el pecho.
Raven ya caminaba hacia la puerta.
—Duerme, Kael —dijo con una sonrisa nerviosa—. No hagas nada… impulsivo.
Kael no respondió.
Solo murmuró, con voz grave, ronca, casi animal:
—Ella está aquí.
Y la taza tembló entre sus dedos.
***




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