La madre de mi cachorro es una... ¿humana?

25 Policias

El apartamento estaba en silencio, apenas iluminado por la luz azulosa que entraba desde la calle. Lyra estaba sentada en el borde de la cama, con las rodillas juntas, los dedos apretando el dije protector contra su pecho como si temiera que el aire mismo pudiera arrebatárselo.

El vestido turquesa, aquel que la hacía ver reluciente, caía sobre sus muslos como un recuerdo incómodo. Sus pies descalzos se apoyaban en el suelo frío. Se sentía fuera de lugar, fuera de sí… fuera de cualquier refugio seguro.

La habitación no era grande, pero parecía demasiado grande para una sola persona. Demasiado grande para tanto miedo.

Respiró hondo, tomó el teléfono del pequeño mueble junto a la pared y marcó el número de Alma.

Finalmente, la voz de su amiga irrumpió con urgencia al otro lado.

—¿Lyra?

—Sí, soy yo.

—¿Por qué te fuiste del evento? ¡Te hemos estado buscando! No te imaginas lo que sucedió. Estaba muy preocupada por ti.

Lyra se llevó una mano al cabello, masajeando su cuero cabelludo, intentando pensar, intentar respirar.

—¿Qué sucedió?

Se hizo un breve silencio, uno de esos que solo anuncian algo grave.

—Aún no está claro —dijo Alma al fin, bajando la voz—, pero, al parecer atacaron al Alfa de la manada. Lo llevaron al hospital.

El corazón de Lyra se sacudió como si se hubiese soltado dentro de su pecho. Se puso de pie de golpe; el vestido se agitó alrededor de sus piernas. Sintió frío, un frío profundo, como si todo el aire del cuarto hubiera desaparecido.

—¿Le pasó algo malo? ¿Él está bien? —preguntó, temblando.

—No se sabe —respondió Alma, frustrada—. Es información reservada. Pero aquí hay un revuelo, hay guardias por todas partes. El ministro mandó a rodear todo el hotel y están buscando a la persona que atacó al Alfa.

Lyra se quedó quieta, mirando la pared pero sin verla. Un nudo se le hizo en el estómago.

—Lyra, te dejo —continuó Alma—. Gracias por llamar, ahora estoy un poco más tranquila. El ataque fue en el jardín y creí que te había pasado algo, porque tú estabas allá.

Lyra cerró los ojos. Sí, había estado allí. Muy cerca de él… demasiado cerca.

—Por cierto —añadió Alma con un tono que Lyra no supo descifrar de inmediato—, la policía va a ir a hacerte preguntas. Es posible que lo hagan esta misma noche.

Lyra abrió los ojos de golpe.

—¿Les dijiste que yo estaba en el jardín?

—No —respondió Alma—. Pero están revisando los videos de las cámaras de seguridad. También la lista de invitados y tú estás en ella. Nadie se salvará de las preguntas de la policía real.

La llamada se cortó.

El silencio volvió a caer sobre el apartamento como una manta pesada.

Lyra dejó el teléfono en su lugar. Sus manos temblaban. Respiró hondo, una, dos veces, como si quisiera convencerse de que tenía control sobre algo. Pero no lo tenía.

Lo último que deseaba en ese momento era enfrentar a la policía de la manada. Ella estaba huyendo de los lobos y ahora, en cualquier momento, dos de ellos tocarían su puerta.

Lyra apretó el dije entre sus dedos.

—No —susurró para sí misma—. No puede estar pasándome esto, no otra vez.

🐺🐺🐺

El pitido del monitor cardíaco era constante, monótono, irritante.

Kael abrió los ojos como si hubiera salido de una pesadilla o entrado en una. La habitación olía a desinfectante y a metal. El techo blanco lo cegó por un instante, y cuando intentó incorporarse, un dolor agudo le atravesó el costado.

—Kael, no —Raven se abalanzó hacia él, sujetándolo por los hombros—. Tranquilízate. Estás muy débil.

El Alfa gruñó, una mezcla de frustración y miedo primitivo. Intentó levantarse otra vez, pero sus piernas temblaron sin obedecerle.

—Tengo… que salir de aquí —jadeó—. Debo encontrarla antes de que el vínculo se debilite más.

Raven negó con firmeza, aunque la preocupación le tensaba la mandíbula.

—No puedes levantarte. Tus piernas no tienen fuerza, Kael. Aún deben hacerte algunos estudios. Apenas estás respirando bien.

Pero Kael no escuchaba. Sus manos temblorosas intentaron quitarse los cables del pecho.

—Ella no sabe que es una loba —murmuró, casi desesperado—. Piensa que es humana. Lyra y mi cachorro están en peligro, debo protegerlos.

Raven abrió los ojos, sorprendido por el temblor en la voz del Alfa. Nunca lo había visto así: incontrolable, agitado, vulnerable.

El doctor entró apresurado, seguido por dos enfermeros. Todos con el mismo gesto preocupado.

—Alfa, por favor, recuéstese —pidió el médico, pero Kael volvió a intentar incorporarse, respirando acelerado.

—No puedo quedarme aquí —insistió, aferrándose al borde de la camilla—. Lyra… ¡tengo que ir por ella!

Raven, angustiado, trató de detenerlo.




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