Lyra no había terminado de cambiarse ni de quitarse el vestido turquesa cuando un golpe seco retumbó en la puerta del apartamento. Era firme y autoritario.
Instintivamente llevó una mano a su vientre.
El dije protector en su cuello estaba tibio, como si respondiera a su miedo.
Tomó aire, abrió la puerta solo un poco. Dos policías de la manada, vestidos con el uniforme negro y azul, se alzaron frente a ella. Sus posturas eran rígidas; su sola presencia oprimía el ambiente.
—Buenas noches, señorita —saludó el de mayor rango—. Somos parte del equipo de seguridad asignado al evento en el Palacio de Convenciones. Necesitamos hacerle unas preguntas.
Lyra tragó saliva, sintiendo cómo el corazón le golpeaba contra las costillas.
—¿P…preguntas?
—Procedimiento rutinario —intervino el segundo policía, mostrando una tableta digital con la lista de invitados—. Está registrada en el ingreso del evento, así que debemos confirmar que se encuentra bien y si presenció algo fuera de lo común.
Lyra abrió la puerta con cautela para dejarlos pasar. Apenas entraron, el aire del apartamento se volvió más pesado.
Uno de los policías inspeccionó la sala con un vistazo, como si buscara señales invisibles. Ese simple gesto hizo que la piel de Lyra se erizara.
Se sentó en el borde del sofá, nerviosa. Sus manos temblaban. Intentó esconderlas entre las piernas.
—Señorita —comenzó el oficial—, ¿vio algo extraño en el hotel antes del ataque?
La pregunta le cayó como un golpe.
Las palabras resonaron en su mente, abriendo de golpe la tormenta de recuerdos que había intentado contener: el Alfa frente a ella mirándola con sus ojos profundos y salvajes, el gruñido que vibró contra su piel, su brazo transformándose, la fuerza abrumadora con que la sujetó.
La revelación brutal: el hijo que crecía en su vientre era suyo.
El pánico se le agolpó en el pecho.
Le faltó el aire.
El policía la observó con extrañeza, al notar que no respondía.
—Señorita —repitió, esta vez más lento, más directo—, ¿vio algo extraño esta noche? ¿Algo sospechoso en los jardines?
Lyra parpadeó, regresando al presente. Había pasado varios segundos muda, inmóvil.
Se obligó a respirar.
—No —dijo por fin, con una voz tan débil que apenas parecía la suya—. No vi nada fuera de lo normal. Regresé a casa porque tenía mucho dolor de cabeza y mareos.
El oficial anotó algo. El otro la miró más de cerca, como evaluándola.
—¿Está segura? —insistió—. La señorita alma, la que nos dio esta dirección, nos dijo que usted estaba en la zona del jardín pocos minutos antes del ataque.
Lyra sintió que la temperatura del apartamento descendía. ¿Habían visto los videos? ¿Sabían que ella había salido corriendo?
Mantuvo la mirada baja.
Sus manos se aferraron a la tela del vestido turquesa.
—Sí, estuve en el jardín, salí a recibir aire fresco; pero el dolor de cabeza era insoportable, entonces decidí venirme a casa.
El oficial asintió, aunque no parecía convencido.
—De acuerdo. Si recuerda algún detalle, por insignificante que parezca, comuníquese al número que figura aquí.
Le entregó una tarjeta.
Lyra la tomó con dedos temblorosos.
—Una cosa más —añadió el policía—. Por orden del ministro, todos los invitados serán inspeccionados nuevamente mañana. Esta investigación es prioritaria.
Lyra asintió sin poder hablar.
El miedo le oprimía los pulmones.
Si los lobos la detectaban, si olían su embarazo, si descubrían que el Alfa era el padre, estaba perdida.
Pensó en huir.
Los policías tomaron una última mirada al apartamento y se dirigieron a la puerta.
—Gracias por su tiempo, señorita —dijo el de mayor rango—. Disculpe las molestias.
Cuando la puerta se cerró, Lyra se desplomó en el sofá, dejando escapar un suspiro quebrado, se llevó las manos al rostro, sabía que nada de lo que había dicho era verdad.
Y también sabía que el Alfa iba a buscarla.
En cuanto la puerta se cerró detrás de los policías, Lyra quedó inmóvil unos segundos, escuchando el eco de sus propias pulsaciones. El silencio del apartamento era denso, casi asfixiante.
Ese lugar, que apenas hacía unas horas había sido un refugio, ahora la asfixiaba.
“Van a revisar las cámaras. Me van a encontrar. Y si me encuentran… me entregarán a ellos”.
Sintió un impulso desesperado.
No podía quedarse.
Se levantó de golpe, fue a la habitación de huéspedes y sacó la maleta. Tiró dentro lo poco que tenía, un par de mudas de ropa, documentos. Y de último, escribió una carta a Alma, agradeciendo su hospitalidad.
Editado: 24.11.2025