La madre de mi cachorro es una... ¿humana?

27 Busqueda

La sala de reuniones del ala Este del hospital estaba silenciosa.

Raven esperaba de pie, brazos cruzados, mandíbula tensa. La noche había sido una tormenta desde que Kael recibió el ataque, y ahora, por fin, el comisionado de la Policía Real había llegado con el primer informe.

La puerta se abrió y entró el hombre, uniforme impecable, rostro pálido.

—Señor —saludó con una inclinación firme, aunque sus manos revelaban inquietud—. Traigo el informe preliminar y… la investigación ha dado un giro inesperado.

Raven alzó una ceja.

—¿Qué clase de giro?

El comisionado tragó saliva.

—Descubrimos algo en el video de las cámaras del jardín del hotel. No sé cómo decirlo.

—Explíquelo. —La voz del Beta no admitía demoras.

El comisionado titubeó, bajó la mirada un segundo y luego se atrevió a hablar.

—El video muestra… al Alfa, con una mujer, una humana y… señor… —respiró hondo— parece que él la estaba acosando.

El silencio cayó como una losa.

Raven lo miró sin parpadear.

El comisionado apretó las manos, temiendo haber cruzado un límite peligroso.

—¿Quieres decir que el estaba… perdiendo el control? —Raven murmuró, más para sí que para el otro.

Ya lo había notado días atrás, el Alfa inquieto, olfateando, tenso, distraído… siguiendo un aroma que sólo él percibía.

—Muéstrame el video —ordenó.

El comisionado colocó la tableta sobre la mesa y reprodujo el archivo.

Raven se inclinó hacia la pantalla.

La imagen era clara, el jardín estaba iluminado. Y allí, en un rincón entre los árboles, Lyra.

Una mujer delgada, vestida de turquesa, respirando con miedo.

Y Kael acercándose a ella demasiado, demasiado cerca.

Traspasando todos los protocolos.

Devorándola con la mirada como si fuera suya.

Raven apretó la mandíbula y pensó:

“Por los dioses… así comienza un vínculo”.

La mujer retrocedía, temblaba.

Kael avanzaba, casi acorralándola contra la pared de enredaderas.

El comisionado habló apenas en un susurro:

—Era evidente que ella estaba asustada, señor. Por eso pedí reforzar el análisis de identidad. La mujer se llama Lyra Ellis. Está registrada en la lista del evento como Lyra Wets, su apellido de soltera. Pero en archivos de la manada aparece registrada con el apellido de su actual esposo, el señor Ellis.

Raven levantó la mirada de golpe.

Un escalofrío le recorrió la espalda.

—¡¿Lyra Ellis?! —repitió en voz baja, incrédulo.

El comisionado afirmó con la cabeza.

—Sí, señor. Ella es la humana del video.

Raven se enderezó por completo.

El corazón le latía fuerte y se dijo por dentro:

“¿Qué demonios hace la Vientre de Luna en Ciudad del Norte?”.

Porque ahora, viendo la imagen, todo encajaba.

El aroma que Kael llevaba días persiguiendo. La obsesión. La confusión. El instinto alterado.

Era ella. La verdadera.

Y en el palacio había otra.

—¿Hay fotografías del evento donde aparezca Lyra Ellis? —preguntó Raven, intentando mantener la voz firme.

—Sí, señor —el comisionado le entregó una cámara profesional—. El fotógrafo dejó todas estas imágenes.

Raven empezó a revisarlas una por una. Caras desconocidas, ministros, empresarios, parejas.

Y entonces encontró el vestido turquesa.

Ahí estaba Lyra posando con su amiga y los jefes de la empresa.

Su cabello, su postura, sus ojos azul celeste.

Raven sintió el impacto en el pecho.

Ella no tenía nada que ver con la mujer del palacio. Era imposible confundirlas.

—¿Tiene más fotos de ella? —preguntó con un deje urgente.

—Aún no lo sabemos, señor. Estamos revisando todo.

Raven señaló la imagen.

—Conozco a estos arquitectos. Pero… ¿quién es la otra mujer?

—Una ejecutiva del grupo, se llama Alma Rey —respondió el comisionado.

—¿Dónde está Lyra Ellis ahora?

—Fue entrevistada hace un par de horas por mis hombres. Está hospedada en el apartamento de la señorita Rey. La señora Ellis nos mintió —dijo con molestia profesional—. Declaró que no había visto nada. Ya envié una patrulla para traerla de inmediato.

Raven cerró la cámara.

Su expresión se transformó en pura alerta.

—No. No la traigan aquí. Llame a sus hombres, dígales que la vigilen y que no la dejen salir. Dígales que yo voy por ella.




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