El cielo nocturno se entendía sobre la ciudad vestido de estrellas que emitían su luz, iluminando la cúspide de la montaña más alta. Allí, sobre una roca afilada, Kael estaba de pie. El viento se movía regio y azotaba su cabello.
Su pecho subía y bajaba con violencia. Sus manos temblaban por el esfuerzo de contener algo más grande que él. El mundo entero parecía en silencio, pendiente de su respiración.
—Vamos Lyra —gruñó entre dientes—. Dame tu aroma. Dame cualquier rastro.
Raven lo observaba desde unos metros atrás, sin atreverse a acercarse. Kael era una explosión contenida, un volcán a punto de partir la tierra.
Él cerró los ojos, extendió el cuello hacia el viento e inhaló.
Nada.
Inhaló de nuevo.
Hasta que una brisa distinta golpeó su rostro.
Su columna se tensó. Sus pupilas se dilataron.
Un susurro dulce, tibio, con un toque de pánico que lo atravesó como un cuchillo.
—Lyra —susurró con reverencia.
Otra inhalación profunda.
El aroma se definió: rosa silvestre, lágrimas y el pequeño latido de su cachorro.
Sus ojos brillaron de un dorado candente, luego pasaron al ámbar profundo de su forma de lobo. Sus brazos se tensaron mientras un temblor recorría todo su cuerpo.
—Raven —gruñó, sin girar la cabeza—. La encontré.
El beta abrió los ojos expectantes.
—¿Dónde?
—Está en la dirección oeste, a dos kilómetros y tiene miedo.
Un rugido salió de su pecho, rompiendo el silencio de la noche.
Kael se levantó lentamente.
La transformación empezó por sus manos: las uñas se alargaron, negras como obsidiana. El crujido de huesos acomodándose resonó en la cima. Su espalda se arqueó. La piel se estremeció y su pelaje gris emergió.
Donde había estado un hombre, ahora había un lobo enorme, de pelaje gris oscuro como un eclipse y ojos dorados que ardían con una sola misión: rescatar a su mate.
Sin esperar órdenes, sin mirar atrás, Kael dio un salto colosal desde la roca y comenzó a descender la montaña con una velocidad feroz, sus patas golpeando la tierra como truenos.
Cada paso lo acercaba más al aroma. Cada latido lo empujaba hacia Lyra. Cada respiración fortalecía su promesa.
Te encontraré.
***
Lyra tiró de la cadena una vez más, con toda la fuerza que le quedaba. El metal chirrió, pero no cedió.
Los brazos le ardían, la garganta le tenía seca, una última lágrima cayó por su mejilla mientras soltaba el eslabón con un gemido frustrado.
Se dejó caer sentada contra la fría pared, vencida.
—No puedo —susurró, sintiendo cómo la desesperanza se enroscaba en su pecho.
Cerró los ojos para olvidar lo que estaba pasando, intentaba aliviar su alma atormentada.
De repente un recuerdo llegó a su mente como un viento que atraviesa las cortinas.
Fuerte, vivo, como si el Alfa estuviera ahí, frente a ella.
Recordó lo que pasó en el jardín del hotel. El encuentro con el Alfa. Recordó su mirada intensa que la había atravesado como una llama.
—Eres tú —murmuró él, maravillado—. La madre de mi cachorro.
Lyra había sentido que el mundo entero se volcaba de lado.
—No se me acerque —había exigido, temblando.
—Lo sabía. El aroma… tu esencia… Sus pupilas se habían dilatado. —No podría confundirla jamás.
—Está equivocado. El bebé que espero es de mi esposo —intentó, aferrándose al último hilo de su certeza.
—No —él negó con calma, pasos suaves que hicieron retroceder a Lyra—. En esa clínica se equivocaron. Te implantaron mi semilla.
Había sentido un golpe helado en el pecho. Su peor temor se hizo realidad.
Volvió al presente con el corazón palpitante.
Sus dedos buscaron su vientre. Lo acarició con ternura, desesperación y un atisbo de fe.
—Soy una humana débil —susurró en voz rota—, pero tú… tú eres hijo del Alfa.
Cerró de nuevo los ojos.
—Tú puedes darme fuerzas para escapar. —murmuró.
Algo dentro de ella respondió, un pulso diminuto, un eco de vida que no se rendía.
Lyra abrió los ojos, sorprendida por la chispa de determinación que había despertado en su interior.
—No puedo seguir llorando, debo escapar.
Sabía que no podía romper la cadena, por horas lo había intentado. Pero podía pensar y planear algo inteligente.
Ethan siempre venía a desatarla cuando necesitaba ir al baño.
Lyra se inclinó hacia adelante, secó sus lágrimas y habló en susurros, como si su cachorro pudiera escucharla desde el interior.
—Escaparé cuando ese hombre venga a soltarme… —sus dedos se posaron con firmeza sobre su vientre—. Y tú, mi cachorro, me darás las fuerzas para hacerlo.
Por primera vez desde que fue encadenada, Lyra sintió algo parecido a valentía y se aferró a ella como si fuera la última oportunidad de salvación.
***
Ethan llegó a la cabaña. El hombre que lo acompañaba se quedó en la sala, sentado en el sillón desvencijado, revisando su celular con desinterés. Ethan, en cambio, empujó la puerta de la habitación con el hombro y entró cargando una bolsa de papel grasosa.
Lyra estaba sentada en el borde de la cama, encadenada por el tobillo. Su piel estaba sucia, su cabello pegado a la frente por el sudor frío. Parecía agotada, pero sus ojos estaban más vivos de lo que Ethan imaginaba.
Él dejó la bolsa sobre la mesa pequeña con un golpe seco.
—Ahí tienes. Come.
Lyra no se movió.
—No tengo hambre —murmuró con la voz rota.
Ethan chasqueó la lengua, irritado.
—Tienes que comer. Debes alimentar al cachorro. Te traje hamburguesa.
—Una hamburguesa no es comida para una embarazada —dijo ella, abrazándose el vientre.
—Es un lobo —respondió él, encogiéndose de hombros—. Puede aguantar lo que sea.
Lyra desvió la mirada hacia la puerta. Desde donde estaba, podía ver al otro hombre salir al exterior de la cabaña. Dejó la puerta principal entreabierta. Un soplo de aire frío recorrió el pasillo.
“Es mi oportunidad.”
Su corazón comenzó a latir como un tambor.
—Tienes razón —dijo, fingiendo rendición—. Tengo que alimentar al cachorro. Pero primero necesito ir al baño. Llevo horas aquí.
Ethan arqueó una ceja. La Lyra que él conocía siempre había sido dócil, temerosa, obediente. Esta súplica no parecía una amenaza.
—Está bien. —Suspiró—. Voy a desatarte.
Sacó la llave del bolsillo y se inclinó para abrir el candado del grillete. La llave entró y giró con un clic que para Lyra sonó como un cañón disparándose.
Ese fue el instante.
Un latido.
Un respiro.
Lyra saltó sin dudar.
Su cuerpo se movió con una fuerza que ni ella sabía que tenía. Se impulsó como un resorte, como si la vida dependiera exactamente de ese segundo—porque así era. En un parpadeo ya estaba en la puerta de la habitación, luego en la sala, y finalmente atravesando el umbral de la cabaña hacia el bosque.
Corrió como si el suelo ardiera bajo sus pies. Como si el aire mismo la empujara hacia adelante.
Editado: 21.12.2025