Lyra corría como si su vida dependiera de cada bocanada de aire. El bosque nocturno era un laberinto de sombras y raíces que amenazaban con hacerla caer. Su corazón golpeaba con fuerza contra su pecho y su vientre.
Un rugido gutural retumbó a su espalda.
Lyra se giró justo a tiempo para ver cómo el hombre que acompañaba a Ethan se retorcía, sus huesos quebrándose en ángulos imposibles, su piel estirándose y desgarrándose. No era un lobo. Tampoco un humano.
Era una bestia.
Un híbrido sin control, con dientes amarillos que sobresalían de un hocico deformado, ojos desiguales, y garras demasiado largas para ser de un lobo.
Lyra gritó y no paró de correr.
La criatura iba por ella, superando su velocidad, hasta que se adelantó a ella y se interpuso en su camino, Lyra estaba horrorizada. Retrocedió unos pasos, tropezó con una piedra y cayó. La bestia se acercó a ella, hizo un fuerte rugido y clavó sus dientes en su pantorrilla.
Ella sintió como agujas de fuego que se enterraron en su piel.
Lyra chilló, tratando de apartarlo, pero la criatura sacudía la cabeza como un perro con su presa. La sangre empapó su pierna y el dolor la dejó sin aliento.
De pronto la bestia soltó un bramido, alzó el hocico y emitió un sonido espantoso, un aullido ronco y distorsionado. Estaba llamando a Ethan.
Lyra intentó arrastrarse, pero la pierna no respondía. En segundos, Ethan llegó corriendo entre las sombras.
—¡Aquí! —gritó la criatura, casi con voz humana.
***
Más arriba en la montaña, el viento golpeaba fuerte, levantando remolinos de hojas secas y olor a tierra húmeda. El Alfa estaba allí, siguiendo el rastro de Lyra, aún estaba lejos, era un rastro débil, Kael esperaba que el viento soplara de nuevo para seguir la dirección de su origen.
Su pecho subía y bajaba con violencia. Había pasado horas rastreando… sin éxito.
Hasta que ocurrió.
Un soplo de viento giró en su dirección, el mundo se detuvo de repente en su olfato.
Kael inhaló y sintió ese cálido aroma de su mate. Ese aroma cálido, suave, con un toque dulce que hacía arder su garganta. Un aroma que había intentado olvidar durante semanas.
Lyra, su Lyra.
El Alfa sintió un golpe en el pecho, como si algo dentro de él despertara con un rugido. Sus pupilas se dilataron de inmediato, volviéndose de un dorado feroz.
—No —susurró, incrédulo—. Está en peligro.
El viento volvió a soplar, más fuerte, envolviéndolo con el rastro. Y entonces olió algo más: miedo, pánico. Y sangre.
La respiración de Kael se volvió un gruñido.
El Alfa trató de contenerse, pero el vínculo estalló dentro de su pecho, exigiendo que corriera, que destruyera a sus enemigos, que la salvara.
—Lyyra —su voz se quebró entre humano y lobo—. Aguanta.
El olor lo guiaba montaña abajo. No era un rastro antiguo, no era un recuerdo, era fresco, turbulento, caótico. Incluso podía oler la adrenalina en su sangre.
Y también el olor de la bestia.
El Alfa gruñó con una furia tan profunda que las piedras a su alrededor vibraron.
—¡TE VOY A MATAR!
Un segundo después, el instinto tomó el control por completo.
Los ojos dorados del Alfa ardían como brasas vivas.
Pisó la tierra con fuerza. El suelo tembló.
Echó a correr montaña abajo.
Corrió como un demonio liberado, devorando el bosque, saltando troncos, rocas y barrancos, siguiendo el aroma desesperado de Lyra. Cada latido de ella lo atraía. Cada respiración temblorosa. Cada rastro de miedo.
***
Ethan se acercó a Lyra y la miró con el ceño fruncido.
—Estupida, eres más estúpida de lo que creí.
—¡No te me acerques! —dijo Lyra con la voz ronca.
—No estás en posición de dar órdenes.
Se acercó a ella, Lyra a pesar del dolor que estaba sintiendo, intentó arrastrarse, pero Ethan la alzó del suelo sin cuidado, pese a que ella gimió como un animal herido.
—Eres una inútil —escupió mientras la cargaba montaña abajo—. ¡Una inútil!
La llevó de regreso a la cabaña, la arrojó sobre la cama y le volvió a asegurar la cadena al tobillo con un tirón que la hizo gritar.
El candado se cerró con un clic frío.
—Es la primera y última vez que te escapas de mí, zorra.
Lyra lloró, temblando y manchada de sangre.
—¿Por qué me haces esto? —sollozó—. Después de tantos años juntos ¿por qué me haces daño?
Ethan la miró con desprecio.
—No pretendo hacerte daño. Mira lo que provocas —le señaló la pierna—. Estás preñada de un lobo. Siempre odiaste a los lobos. Tus padres te lo advirtieron, pero tenías que ir a esa maldita clínica. ¡Tenías que arruinarlo todo!
—Solo quería salvar nuestro matrimonio —susurró Lyra.
Ethan soltó una carcajada amarga.
—Yo voy a tener a mi propio hijo sin necesidad de que seas mi heroína.
Lyra apretó el vientre con las manos.
—Amo a mi bebé —respondió con fuerza inesperada—. No me importa que sea un lobo, también es parte de mí.
—Siempre tan romántica, tan soñadora. ¡Tan estúpida!
Lyra cerró los ojos, temblando de miedo y dolor.
Y en ese instante, la puerta de la cabaña tembló, luego crujió.
Ethan dio un paso atrás, alarmado.
—¿Qué fue eso? —su voz sonó acobardada.
Antes de que pudiera reaccionar, la puerta estalló en mil pedazos que volaron por todas partes, seguido de un fuerte rugido del Alfa. Un lobo imponente, de pelaje gris plateado y ojos de luz líquida ocupó toda la entrada. El Alfa Kael.
Ethan dio un paso hacia atrás, sudando frío.
El siguiente rugido fue más fuerte, un choque profundo que atravesó las paredes como un trueno retenido demasiado tiempo.
El mundo parecía hacerse pequeño alrededor de él.
El corazón de Lyra latió con un golpe doloroso.
La bestia se irguió con un gruñido áspero. La espuma le caía del hocico y sus garras arañaban el piso como si rasgara metal.
Avanzó primero.
Un salto brutal, directo al cuello del Alfa.
Kael no se movió ni un milímetro, sólo esperó. Y cuando la criatura estaba a un metro, el Alfa desapareció.
No fue un salto, fue un borrón.
Una sombra plateada cruzó la sala con la velocidad de un rayo.
El impacto retumbó como un terremoto.
Kael embistió a la bestia con el pecho, la elevó del suelo y la estampó contra la pared de troncos. La madera se astilló bajo el peso de la criatura, que cayó al piso rodando, aturdida.
La bestia se levantó, tambaleante, pero rugió con furia y arremetió otra vez.
Kael respondió con un gruñido gutural que pareció provenir de la tierra misma. Sus músculos se tensaron. Sus colmillos brillaron.
La batalla comenzó.
La bestia atacó de frente, pero Kael giró a un costado con una agilidad imposible para un cuerpo tan grande. Golpeó con la pata delantera, un zarpazo tan rápido que silbó en el aire.
La criatura retrocedió, pero Kael ya estaba encima.
Lo mordió en el hombro. Un crujido secó llenó la cabaña.
La bestia aulló y lo sacudió con fuerza, tratando de liberarse. Lo golpeó contra una mesa, luego contra la pared. Las vigas gimieron, el polvo cayó del techo. El Alfa resistió, aferrado, con sus colmillos hundidos en la bestia.
La criatura logró soltarlo con un manotazo desesperado.
Kael retrocedió un paso apenas.
La bestia aprovechó para lanzarse con todo su peso sobre él. Ambos cayeron al piso, rodando, chocando con los muebles, rompiendo lo que quedaba intacto en la cabaña.
Era una danza salvaje, brutal, primitiva.
La bestia logró ponerse encima del Alfa e intentó morderle el cuello. Su hocico se cerró en el aire, a centímetros de Kael, que empujó con las patas traseras y volteó el cuerpo del enemigo con un giro violento.
La fuerza del Alfa era sobrehumana, instintiva, letal.
Un último empujón.
Un rugido que hizo temblar las paredes.
Kael clavó su peso sobre la bestia y hundió los colmillos.
La criatura gimió, pataleó y de repente, quedó inmóvil.
Hubo silencio.
Kael no lo soltó hasta estar seguro.
El cuerpo de la bestia cayó sin vida sobre el piso. Lyra apenas podía respirar. Ethan estaba paralizado, temblando.
El Alfa levantó la cabeza lentamente.
Sus ojos plateados se clavaron primero en Ethan. Y luego, suavemente, sobre Lyra.
Ethan tenía los ojos casi fuera de sus órbitas y sacó su arma.
—¡NO! ¡No te acerques! —agarró a Lyra y la usó como escudo apuntándole con el arma—. ¡La mato! ¡Te lo juro, la mato con tu cachorro!
Kael se detuvo. Sus ojos plata brillaban con una furia insondable, pero su cuerpo se quedó rígido. Miró a Lyra, luego bajó sus ojos hasta su vientre.
Ethan temblaba, apuntando una pistola al cuello de Lyra.
—No te muevas, monstruo. ¡No des un solo paso! ¡Tu cachorro muere si te acercas!
Kael bajó ligeramente la cabeza, pareció rendirse. Pero en realidad estaba calculando.
Lyra lo miró.
Los latidos de su corazón eran tan fuertes que Kael podía contarlos uno por uno.
Un rugido surgió del lobo. Un sonido profundo, antiguo, que hizo vibrar el piso y que hizo que Ethan retrocediera dos pasos del miedo.
—¡NO! ¡NO TE ACERQUES!
Ethan cometió el error de apartar la mira un segundo para mirar la puerta rota. Ese fue el segundo que Kael esperaba.
El Alfa se lanzó.
Ethan soltó a Lyra para intentar correr. Ella cayó al suelo con un grito al apoyar la pierna herida.
Kael le dio un zarpazo. No lo mató, pero lo dejó herido, arrastrándose, incapaz de huir.
Ethan gritó cuando Kael pasó sobre él sin volver a mirarlo.
El Alfa fue directamente hacia Lyra.
Ella estaba tendida en el suelo, jadeando, su pierna hinchada, enrojecida y caliente como si ardiera. Las venas alrededor de la mordida se veían oscuras.
Kael la olió despacio, reconoció su miedo, su dolor. Y oyó dos corazones latir.
El de ella y el de su cachorro.
El lobo emitió un sonido bajo, casi un susurro. Un lamento. Luego dio media vuelta y salió de la cabaña.
Lyra pensó que se había marchado, intentó moverse a rastras para salir de ese lugar.
Pero segundos después la puerta volvió a moverse.
El alfa regresó, ya no era lobo, era Kael humano, cubierto apenas desde la cintura para abajo por un manto que había tomado del exterior, los ojos aún estaban teñidos de plata.
Se acercó a ella con pasos firmes, pero suaves.
—Lyra —su voz era grave, cargada de emoción contenida—. Ya estás a salvo.
Se inclinó.
—No dejaré que te vuelvan a hacer daño. Te lo juro.
Ella lo miró con miedo, aún no entendía cómo funcionaba el mundo de los lobos, habría preferido poder huir sola, pero ahora estaba en los brazos del Alfa.
Los ojos plata de Kael la examinaron con una mezcla feroz de preocupación y algo más suave, más íntimo. Algo que él no se permitió mostrar del todo.
—Voy a sacarte de este lugar —dijo, su voz ronca, baja, casi temblando—. Necesitas ir a un hospital de inmediato.
Lyra asintió con la cabeza, sin fiarse de su propia voz. Una parte de ella parecía querer llorar. Otra quería aferrarse a él y a la vez deseaba no estar ahí.
El Alfa se inclinó, deslizó un brazo bajo su espalda y otro bajo su pierna herida. La levantó con una facilidad que hizo que Lyra aspirara aire, sorprendida.
Por un instante, quedaron a centímetros.
Su respiración rozaba la de ella.
Su olor, tan cálido y profundo, ahogó el hedor de la cabaña. Kael la sostuvo con una delicadeza que no encajaba con su apariencia salvaje.
Lyra lo miró, incrédula, recordando el jardín del hotel, aquel encuentro donde ella había huido.
Hace apenas un día, su instinto había sido escapar del Alfa.
Pero ahora… ahora se sentía protegida en sus brazos.
Kael desvió la mirada un segundo, como si temiera que ella pudiera leer demasiado en sus ojos.
Sin pronunciar más palabras, salió de la cabaña cargándola con cuidado. La noche los envolvió, fría y vasta. Ethan seguía tirado dentro, sin fuerzas para levantarse.
Kael llegó hasta la camioneta vieja que Ethan había dejado afuera. Abrió la puerta del copiloto con un brazo mientras la sostenía con el otro, y la acomodó en el asiento.
—No te muevas —le dijo en un murmullo que revelaba su preocupación.
Lyra no podía mover la pierna aunque quisiera.
Kael rodeó la parte frontal del vehículo, abrió la puerta del conductor y se subió. Su cuerpo aún temblaba levemente por la reciente transformación.
Encendió el motor, el vehículo arrancó y emprendió camino hacia la ciudad.
Durante todo el trayecto, reinó el silencio, aunque Lyra tenía en su mente muchas incógnitas. Se prestaba en qué momento el destino cambió tanto, pasó de ser una esposa abnegada y engañada, a convertirse en la madre de un heredero de la manada. Su destino o el de su cachorro sería el palacio, aunque en sus adentros persistía la idea de huir y desaparecer con su cachorro.
Kael mantenía los ojos fijos en la carretera. No quería decir algo que pudiera asustarla, no quería repetir el error del jardín, donde la intensidad de su instinto la había hecho huir.
Cada tanto, sin embargo, desviaba la mirada hacia ella.
Lyra lo notaba por el rabillo del ojo.
Cada vez que él la observaba, su pecho se apretaba.
Ella apretó el dije entre sus dedos, no para alejarlo, sino para tranquilizarse.
Editado: 21.12.2025