La madre de mi cachorro es una... ¿humana?

33 El recuerdo

ESCENA — EL PASADO DEL REY OSCURO
La puerta de madera negra estalló contra la pared cuando el Rey Oscuro irrumpió en la habitación de Shaia. Su presencia llenó el aire como un trueno contenido; cada paso hacía vibrar las antorchas.
La hechicera alzó la mirada con sobresalto. Estaba sentada junto a su sirvienta, quien le sostenía el manto. Su rostro descubierto mostraba la mitad perfecta y la otra mitad desfigurada, quemada en la guerra que arrasó su reino y su vida.
No alcanzó a cubrirse cuando él se acercó con pasos pesados.
—Dime en dónde está la princesa.
La voz del rey era grave, rota, casi un rugido.
Sin piedad, la tomó del rostro obligándola a mirarlo a los ojos. Ella instintivamente intentó cubrir la parte quemada.
—Aún… aún no lo sé, su majestad —tartamudeó—. Hay un hechizo poderoso que la oculta, un espejo que devuelve mi propia imagen. No puedo romperlo.
El rey apretó más su mejilla.
—Tus hechizos no sirven para nada. —Su voz retumbó, cargada de desprecio—. Manda­ré que te corten la cabeza si no la encuentras pronto.
Ella cayó de rodillas, temblando.
—Es imposible encontrarla —sollozó—. Solo podría hallarla si ella misma desactiva el hechizo; pero no ha sucedido. El ocultamiento fue hecho para protegerla… de usted, mi rey.
Él entrecerró los ojos, peligrosamente y la agarró de la quijada como si quisiera enterrar sus garras.
—¿Entonces cómo viste a su lobo? ¿O me estás mintiendo?
—¡No miento! —golpeó el piso con las manos—. Lo juro. Vi ese lobo en el agua del pozo. Solo un segundo, como si el hechizo hubiera fallado por un instante.
El Rey Oscuro la soltó con brusquedad y dio un paso atrás.
El brillo asesino de sus ojos parecía que desprendía fuego.
—Por la Luna Oscura —murmuró—. Necesito que la encuentres,
—Le dio la espalda—. Si no quieres perder la cabeza por inútil. Últimamente siento que ya no me sirves.
La capa negra se agitó detrás de él mientras salía a grandes zancadas.
La puerta volvió a cerrarse sola con un golpe seco.
La hechicera quedó de rodillas, respirando con dificultad, con la mano temblorosa sobre su mejilla quemada. Una lágrima se deslizó por la piel endurecida.
La sirvienta se arrodilló a su lado.
—Mi señora, rece mucho para encontrarla. Debe salvar su vida.
La hechicera rió, era una risa amarga.
—¿Crees que lloro por mi vida? —susurró entre sollozos—. Yo ya estoy muerta… desde hace mucho tiempo.
La sirvienta se quedó inmóvil.
—¿Entonces, por qué llora?
La hechicera cerró los ojos.
—Lloro porque sé por qué él quiere encontrarla —Su voz se quebró—. No es por poder, ni por el trono. Él cree que el espíritu de la luna Elara vive en el lobo de su hija.
Tragó saliva con fuerza.
—Quiere recuperarla porque siempre la amó. Incluso cuando ella lo abandonó para quedarse con el heredero del Alfa.
Los ojos de la sirvienta se abrieron con incredulidad.
—No sabía… no creí que el rey pudiera… amar.
La hechicera sonrió con tristeza, tocando su rostro arruinado.
—Ama más profundamente que cualquier alfa que haya conocido. Miró la puerta por donde él había salido.
—Pero ese amor, es lo que convirtió esta manada en oscuridad. Ese amor perdió la guerra, destruyó nuestra tierra y nos convirtió en monstruos.
Su voz se volvió apenas un susurro.
—La Luna de la manada debió arrepentirse cuando vio el daño que provocó su traición, ella traicionó a su mate. Y él, nos castigó a todos, arrastrando está manada a la oscuridad.
La sirvienta se persignó ante la Luna Oscura, temblando.
***
La sala del trono estaba vacía.
Solo el Rey Oscuro permanecía allí, sentado en los escalones, sin corona, sin armadura… solo su sombra y el silencio.
En su mano sostenía un relicario abierto. Dentro, una pintura diminuta: Elara Lysanthir sonriendo, con el lago de Lunaris detrás.
Sus dedos —manchados de guerras, sangre y ruina— temblaron.
Un suspiro profundo atravesó su pecho. Y entonces, el recuerdo lo arrastró como un torbellino.
Flashback
El agua reflejaba la luna como un espejo perfecto. El viento suave movía las flores celestes que crecían en la orilla. Elara estaba descalza, con el vestido blanco rozando el agua. Su cabello plateado flotaba con la brisa.
Él —no el Rey Oscuro, sino un joven ,hijo de alfas, fuerte y orgulloso— caminaba despacio detrás de ella, intentando no romper la magia del momento.
—Sabes que me estás evitando —dijo él con una sonrisa leve.
Elara rio, una risa tan suave que podía sanar cualquier herida.
—No te evito, solo —metió un pie en el agua, chapoteando como una niña— quiero recordar este lugar antes de que sea nuestro y dejemos de verlo por separado.
Él arqueó una ceja.
—¿Nuestro?
—Cuando nos casemos —respondió ella, sin mirarlo. Este lago será parte de nuestra luna de hogar. Aquí quiero plantar el jardín y ver jugar a nuestros cachorros.
Él se detuvo.
—¿Ca, cachorros?
Elara se giró. Sus ojos brillaban como dos lunas pequeñas.
—Sí, los cachorros que tendremos. Se que tendremos una niña. Ya puedo verla, corriendo por aquí, con tu carácter y mi terquedad.
Él rió por primera vez en días.
—No sabía que ya habías planeado toda nuestra vida.
—¿Y tú no? —Elara tomó sus manos.
Él la miró como si fuera su única verdad.
—Yo solo sueño contigo.
Elara bajó la mirada, sonrojada.
Él la tomó por la cintura y la besó.
Un beso lleno de promesas.
Promesas que nunca se cumplirían.
El Rey Oscuro cerró el relicario con un chasquido seco.
Sus ojos, endurecidos por los años y la sangre, estaban rojos.
—Me mentiste —susurró, con la voz rota, con rabia—. renunciaste al insignificante Ian por irte con el heredero de mi padre, el bastardo Ian no era suficiente para ti.
La luz de las antorchas tembló, como si temieran su dolor.
—Renunciaste a mí por él.
El recuerdo continuó:
El viento helado del bosque agitaba los árboles como si compartieran la misma inquietud que Ian. Él esperaba junto al lago donde tantas veces habían hablado del futuro, ese que habían soñado juntos, sencillo y luminos.
Pero ahora, Elara estaba frente a él con los ojos llenos de una tristeza que dolía mirar.
—Ian —su voz tembló—. Tenía que verte antes de que todo cambie.
Él sintió un golpe seco en el pecho.
—¿Qué va a cambiar? —dio un paso hacia ella, buscando su mano como siempre. Elara la retiró.
Ian se quedó congelado.
—Lo siento —susurró Elara, tragando con dificultad—. No puedo seguir contigo.
—No —él negó de inmediato—. No digas eso. Dime qué está pasando. ¿Quién te presionó? ¿Tu padre? ¿El consejo?
Elara cerró los ojos, una lágrima cayó.
—Es mi deber, Ian…
—¿Deber? —la voz se le volvió un gruñido contenido—. ¿Qué deber puede obligarte a renunciar a tu mate?
Elara lo miró con los ojos rotos.
—Me casaré con tu hermano.
El mundo pareció partirse detrás de los ojos de Ian.
—¿Con… mi hermano? ¿Con el heredero? —retrocedió un paso, como si hubiera recibido un golpe—. No. No, tú no… tú no harías eso.
—Ian, entiéndeme —Elara extendió la mano, pero fue él quien la evitó ahora—. La manada necesita una Luna fuerte, una reina con sangre antigua y yo fui elegida para él. No puedo rechazarlo, es el futuro Alfa. Mi unión con él asegura la estabilidad del reino.
Él apretó la mandíbula hasta sentir que podía quebrarla.
—Entonces es eso —escupió y puso la voz ronca—. Poder. AMBICIÓN.
—No es ambición —negó ella con desesperación—. Es responsabilidad, es mi sacrificio.
—¿Sacrificio? —Ian rió sin humor—. No hables de sacrificios cuando el único que pierde algo aquí soy yo.
“El único que te ama soy yo”, quiso decir, pero las palabras murieron en su garganta.
Elara dio un paso hacia él, temblando.
—Ian, si pudiera elegir, lo haría, pero no puedo, debo ser la Luna del heredero, es lo que todos esperan de mí.
—Entonces me estás dejando por un destino que aceptaste sin luchar —sus ojos se oscurecieron, como si algo profundo dentro de él se quebrara y se llenara de sombras—. Por él.
—Es la manada —susurró ella, llorando.
Ian habló más bajo, como un lobo herido:
—Él siempre lo tuvo todo. El nombre. La línea. La corona.
Pero tú eras lo único que era mío.
Elara apretó los labios con fuerza, luchando contra el llanto.
—Ian, por favor… algún día entenderás.
—¡No! —la interrumpió—. Algún día ñ, serás tú la que entenderás que no debiste elegir el deber sobre nuestro destino.
Elara retrocedió, derrotada, consciente de que había perdido algo irrecuperable.
—Adiós, Ian.
Él no respondió. Ni se movió.
Solo la observó alejarse mientras el lago detrás de él reflejaba un cielo que empezaba a oscurecerse, como si su corazón lo arrastrara todo hacia la sombra.
Fue ese día cuando la oscuridad entró en él por primera vez. Y jamás volvió a salir.
EL PRESENTE
Ian respiró hondo.
—Y ahora, tu hija camina por este mundo.
Sus ojos se elevaron, llenos de locura y añoranza.
—Yo, Ian, la encontraré. Yo te recuperaré a ti a través de ella.
Una lágrima cayó por su mejilla.
Un nudo se formó en su garganta.
El Rey Oscuro no lloraba, no desde hacía años, pero la sombra de un sollozo quiso escapar. Lo aplastó con un gruñido que resonó por toda la sala.
—Y ahora, tu hija, tu reflejo.
Una chispa de obsesión iluminó sus ojos rojos.
—A ella sí la recuperaré.
Aunque tenga que quemar todas las manadas. Aunque la luna misma caiga sobre mí.
La luna oscura se volvió más negra.
Y el Rey Oscuro, el hombre que una vez fue Ian, quedó de pie frente al trono, sin sombra de arrepentimiento.
***
Reinas, hasta hoy finalicé el otro libro. Mañana estaré subiendo capitulos de este.




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