La madre de mi cachorro es una... ¿humana?

35 Corazón del cachorro

Lyra se quedó inmóvil durante varios segundos, como si el aire se hubiera vuelto demasiado denso para moverse.
La puerta aún vibraba levemente, o quizá era su pecho el que no dejaba de hacerlo.
Llevó una mano a su corazón.
Latía demasiado rápido. Demasiado fuerte. Como si no fuera solo suyo.
—Esto no es normal —murmuró, con la voz quebrada.
Se recostó contra las almohadas, cerró los ojos, pero la imagen de Kael no se iba. Su espalda tensa. La forma en que se había detenido en la puerta. Ese tono grave, contenido, como si se estuviera rompiendo por dentro solo para no tocarla.
“No voy a besarte cuando ni siquiera sabes quién eres.”
Las palabras le atravesaron el pecho como una herida lenta.
—¿Y tú quién crees que eres para decirme quién soy? —susurró al vacío, aunque no había rabia real en su voz, solo confusión.
Intentó respirar profundo, como le había enseñado Alma cuando la ansiedad la dominaba, pero cada inhalación traía consigo su aroma. No lo entendía, pero su cuerpo sí. Su piel se erizó. Su vientre se contrajo con una sensación extraña, protectora… casi reverente.
Instintivamente, bajó la mano hasta su abdomen.
—Tranquilo —le dijo al bebé, con un hilo de voz—. Todo esto va a pasar.
Las imágenes regresaron sin permiso: el jardín, sus ojos brillando en la penumbra, la forma en que él había sabido… antes que ella misma. La palabra que le había dicho, con una certeza que aún le daba miedo recordar.
“Eres una mujer lobo.”
Lyra negó con la cabeza, abriendo los ojos de golpe.
—No. Eso no soy yo.
Lo había repetido tantas veces que se sentía como un rezo desesperado.
No entendía el juego del destino. Sus padres se lo habían dicho, los lobos no eran para ella. El poder, el instinto, la violencia, todo eso era un mundo que no le pertenecía.
Y, sin embargo, ¿Por qué su cuerpo reaccionaba a Kael como si lo hubiera estado esperando toda la vida?
¿Por qué, cuando él se alejaba, algo dentro de ella gritaba que no lo dejara ir?
Se giró de lado, abrazando una almohada, encogiéndose sobre sí misma.
—Tengo miedo.
Una lágrima silenciosa rodó por su sien y se perdió entre las sábanas.
No sabía quién era Kael para ella. No sabía qué era realmente ese vínculo del que él hablaba. No sabía si lo que sentía era amor, destino o una trampa cruel.
Solo sabía una cosa: cuando él estaba cerca, el mundo parecía demasiado intenso.
Lyra cerró los ojos, exhausta.
Y sin darse cuenta, mientras el sueño volvía a reclamarla, su corazón latió una vez más al mismo ritmo que el de Kael, en algún lugar del hospital.
***
Kael permanecía de pie junto a la ventana del despacho de la gubernamental, con la ciudad extendiéndose bajo sus pies como un mapa silencioso. Las luces nocturnas no lograban calmar el fuego que le ardía en el pecho.
Raven lo observaba en silencio, apoyado cerca de la puerta. Conocía demasiado bien ese estado: cuando el Alfa parecía inmóvil, pero por dentro estaba al borde de perder el control.
—Intenta calmarte.
—Ella me rechaza —dijo con la voz baja, cargada de frustración.
Sus dedos se cerraron lentamente en un puño.
—Me mira como si fuera un extraño, como si yo fuera una amenaza.
Raven respiró hondo antes de responder.
—Lyra desconoce nuestro mundo. Jamás ha practicado nuestras costumbres. Fue criada como humana. Ni siquiera sabemos cuál es el secreto detrás de ella.
Kael giró el rostro apenas, los ojos encendidos.
—Eso no le impide sentir el vínculo. —Su voz se volvió más grave—. Sé que lo siente. Su cuerpo reacciona a mi presencia… su pulso cambia, su aroma se altera. —Gruñó con fastidio—. No entiendo por qué su lobo no se presenta ante mí, cuando yo soy su mate.
Raven agregó:
—Lyra, o es humana o…
—Es una loba —interrumpió Kael con un gruñido contenido—. La vi con mis ojos, mi lobo la vio, no tengo duda de eso.
—Entonces debe haber un hechizo muy fuerte —concluyó Raven—. Algo que la mantenga oculta, incluso de sí misma.
Kael apretó la mandíbula.
—¿Has averiguado algo nuevo?
—Hace un momento hablé con su amiga, Alma —respondió Raven—. Me confirmó que Lyra es hija adoptiva de una pareja humana.
Los ojos de Kael brillaron con una comprensión peligrosa.
—Ellos deben saber algo de su origen.
Se giró por completo, con la decisión ya tomada.
—Esta misma tarde regresamos a Ciudad del Sur. —Su voz no admitía objeciones—. Iremos a visitar a los padres de Lyra. Si saben algo, lo averiguaremos.
Raven inclinó la cabeza, solemne.
—Así se hará, Alfa.
Kael volvió la mirada a la ventana, pero esta vez no vio la ciudad.
Un asistente tocó la puerta.
—Alfa, ya están todos en la sala de reuniones.
—Iré en cinco minutos.
La sala del consejo de Ciudad del Norte estaba envuelta en un silencio expectante.
Una mesa larga de piedra negra ocupaba el centro, rodeada por los ministros y políticos más influyentes de esa región: hombres y mujeres de linajes antiguos, todos de pie, aguardando.
Las puertas se abrieron.
Kael entró sin prisa.
Su sola presencia bastó para que el aire pareciera tensarse. Vestía un traje oscuro de corte impecable, el emblema del Alfa grabado en plata sobre el pecho. No necesitaba anunciarse; su autoridad lo precedía.
Los ministros inclinaron la cabeza en señal de respeto.
—Alfa —saludaron al unísono.
Kael tomó asiento en la cabecera, apoyó las manos sobre la mesa y recorrió el lugar con una mirada serena, calculadora. Esa sería la última reunión de su visita a la ciudad del norte.
***
Lyra estaba recostada en la cama cuando la enfermera terminó de acomodar las sábanas y revisó el suero.
—El obstetra vendrá en unos minutos —le explicó con una sonrisa profesional—. Traerá el ecógrafo móvil.
Lyra asintió, con una mano apoyada sobre su vientre.
El corazón le latía rápido. Había esperado ese momento desde que despertó en el hospital.
La puerta se abrió y el doctor entró empujando un equipo compacto sobre ruedas.
—Buenos días, señora Lyra Ellis.
—Buenos días, doctor.
—¿Preparada para el estudio?
Lyra no pudo evitar sonreír, una sonrisa genuina, casi infantil.
—Sí, doctor. Quiero ver a mi bebé… debe estar grande ya.
El médico iba a responder cuando de repente la puerta volvió a abrirse, Kael entró.
Aún tenía puesto el traje negro, su porte imponente. Cada paso era firme, seguro, cargado de una autoridad que no necesitaba ser anunciada. Su rostro serio, sus facciones marcadas y esa mirada penetrante dejaban claro que no era un hombre común.
El doctor y la enfermera se inclinaron de inmediato en señal de respeto.
Kael se detuvo junto a la cama, observó a Lyra por un segundo, lo suficiente para asegurarse de que estaba allí, consciente, a salvo.
Luego fijó la mirada en el médico.
—¿Cómo está el cachorro?
—Aún no le he hecho el estudio, su alteza —respondió el doctor con la cabeza levemente inclinada.
Kael asintió, sin apartar los ojos de él.
—Entonces llegué justo a tiempo.
De nuevo miró a Lyra.
Y aunque su expresión seguía siendo seria, en su mirada había algo distinto, una atención profunda, silenciosa, que hizo que a Lyra se le encogiera el pecho sin saber por qué.
El estudio estaba a punto de comenzar.
Lyra se acomodó cuando la enfermera ajustó la altura de la cama. Le indicó que descubriera el abdomen.
El monitor permanecía oscuro.
Lyra giró el rostro hacia la pantalla, el corazón acelerado. Habían pasado varias semanas desde la última revisión, en su mente, el bebé ya no era solo una idea, sino alguien que crecía dentro de ella. Quería verlo.
—Sentirá algo de frío —advirtió la enfermera con suavidad.
Lyra apenas asintió.
El gel tocó su piel y un escalofrío le recorrió el cuerpo.
Kael observaba todo desde un costado, erguido, silencioso, con el rostro serio. No intervenía, pero nada se le escapaba. Cada gesto de Lyra, cada movimiento del personal médico, quedaba grabado en su mirada de Alfa.
El doctor tomó el transductor y lo apoyó sobre el vientre de Lyra.
La pantalla cobró vida.
El instrumento se deslizó lentamente de un lado a otro. El doctor frunció apenas el ceño, concentrado, y se detuvo en un punto durante varios segundos. Luego continuó, volvió a detenerse.
El silencio se volvió espeso.
Lyra sintió que el pecho se le cerraba.
—¿Cómo está el bebé? —preguntó con algo de temor.
El doctor no respondió de inmediato.
Lyra apretó los dedos contra la sábana, el miedo trepándole por la garganta. Pensó en la mordida, en la fiebre, en la oscuridad que había sentido.
Entonces el doctor sonrió.
—El desarrollo es perfecto.
Lyra soltó el aire de golpe, como si recién entonces pudiera volver a respirar.
El médico presionó un botón.
Un sonido llenó la habitación.
Rápido, firme. Sonaba como un tambor pequeño, pero poderoso.
—¿Oyen eso? —dijo el doctor—. Es su corazón.
Lyra sintió que algo se rompía dentro de ella.
Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras miraba el monitor, hipnotizada por esa prueba irrefutable de vida. Su mano tembló levemente sobre su vientre.
Entonces recordó que no estaba sola, giró el rostro.
Kael tenía los ojos fijos en la pantalla, completamente absorto, como si acabara de descubrir el cielo por primera vez. Su expresión ya no era dura ni autoritaria. Había algo desnudo en su mirada, emoción contenida, ternura, un anhelo profundo que no intentaba ocultar.
Lyra nunca había visto esa mirada en un hombre.
En ese instante comprendió algo que la desarmó por dentro:
Kael anhelaba a ese bebé tanto como ella. Por primera vez, el miedo que sentía hacia él vaciló, aunque sólo un poco.




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