La orden del Alfa cayó como un rayo en el palacio.
—Preparen aposentos en el ala de la familia real para la Vientre de Luna —ordenó Kael, sin dar espacio a réplica—. Que sean dignos. Que nadie entre sin mi permiso.
El silencio que siguió fue denso y breve.
Porque apenas Kael se retiró, el chisme se regó por todo el palacio y comenzaron a murmurar.
En los corredores del harén, las concubinas se agruparon como aves inquietas. Susurros venenosos se deslizaron entre sedas y miradas cargadas de burla.
—¿En el ala real?
—Eso va contra las normas.
—Ni siquiera la falsa Vientre de Luna fue llevada allí.
—Porque Celeste no era la verdadera.
El nombre de Vientre de Luna se repetía una y otra vez, con incredulidad y rencor.
—Una humana —escupió una de ellas—. ¿Cómo puede ocupar un lugar que ni las lobas de linaje han pisado?
Las sirvientas escuchaban en silencio, pero también murmuraban. La noticia se propagó como fuego:
la mujer que había llegado con el Alfa era la verdadera portadora del heredero.
Y eso lo cambiaba todo.
En una de las estancias privadas del harén, Libeyka caminaba de un lado a otro, inquieta, con el rostro tenso. Sus dedos se clavaban en la tela de su vestido mientras su sirvienta leal, Lema, permanecía de pie, atenta.
—No lo entiendo —murmuró Libeyka entre dientes—. No entiendo por qué la dejó tan cerca de él.
—Es solo la Vientre de Luna, señora —respondió la sirvienta con cautela—. Nada más.
Libeyka se detuvo en seco y la miró con dureza.
—¿Solo? —repitió—. ¿Debo estar tranquila cuando la alojó en los aposentos reales? Ni siquiera a mí me permite permanecer cerca de su dormitorio.
Apretó los labios, conteniendo una oleada de rabia.
—Se supone que debería estar en el harén —continuó—. Bajo vigilancia. Lejos del Alfa. No la quiero compartiendo su espacio ni respirando su mismo aire.
La sirvienta dudó un instante antes de hablar.
—Tal vez el Alfa solo quiere proteger al heredero… por lo que usted hizo a la falsa Vientre de Luna.
—No —interrumpió Libeyka con frialdad—. El Alfa no protege así a cualquiera.
Se acercó a ella, bajando la voz.
—Averigua todo lo que puedas —ordenó—. Si es posible, intenta verla. Quiero saber cómo es ella, cómo camina y cómo lo mira.
—Sí, señora —asintió la sirvienta—. Preguntaré a los sirvientes del ala real.
—Muévete —dijo Libeyka con impaciencia—. Quiero saberlo todo.
La sirvienta salió de la estancia.
Libeyka quedó sola.
Se llevó una mano al rostro, mordiéndose el labio inferior, los ojos ardiendo de celos y temor. Miró su reflejo en un espejo de bronce, y no vio seguridad en su rostro, vio amenaza.
—Esto no estaba en los designios de la Luna —susurró—. No así.
Giró lentamente hacia la ventana, mirando en dirección al ala real del palacio.
—Debo ir con la hechicera —murmuró entre dientes—. Necesito que asegure mi destino con Kael antes de que esa mujer lo cambie todo.
Era la primera vez desde que había entrado al harén, que Libeyka sintió algo que no conocía bien:
El miedo a perder al Alfa.
***
Los aposentos reales eran demasiado grandes, luminosos y también demasiado silenciosos.
Lyra permanecía sentada al borde de la cama, con las manos apoyadas sobre el vientre, mirando sin ver los muros altos cubiertos de tapices antiguos, las cortinas de telas pesadas que caían como cascadas, el suelo pulido que reflejaba la luz dorada de los candelabros.
Todo le resultaba ajeno.
Ese lugar no se sentía como un refugio, sino como una jaula adornada.
Habían preparado el cuarto con una precisión casi ceremonial: flores frescas, una bandeja con infusiones, cojines suaves, una cama enorme digna de una reina. Incluso habían colocado un sillón cerca de la ventana, desde donde se veía parte del bosque que rodeaba el palacio.
Lyra se levantó despacio y caminó hacia allí.
Desde esa altura, el mundo parecía pequeño. Controlable. Y ella… insignificante.
—No pertenezco aquí —susurró, más para sí misma que para el silencio.
Se tocó el vientre con suavidad, buscando calma.
Pero tú sí —pensó mirando su reflejo en el vidrio—. Tú sí perteneces a este mundo, debo comprender eso, tu padre tiene razón.
La puerta se abrió con un golpe leve.
Lyra se tensó de inmediato.
Entraron dos sirvientas con pasos cuidadosos, cargando toallas limpias y una jarra de agua. No la miraban directamente; sus cabezas estaban levemente inclinadas, como si ella fuera una figura que no sabían cómo tratar.
—Su alteza ordenó que no le falte nada —dijo una de ellas con voz neutra—. Si necesita algo, solo debe llamar.
Lyra asintió, incómoda.
—Gracias.
Las sirvientas dejaron todo y se retiraron en silencio.
Pero no todas.
Una tercera mujer permaneció cerca de la puerta, fingiendo acomodar un tapiz. Era joven, de rostro discreto, vestida como una simple criada del ala real. Sus movimientos eran cuidadosos, demasiado cuidadosos.
Lyra no la notó.
La mujer levantó apenas la mirada. La observó.
No vio a una reina, ni a una loba poderosa. Vio a una joven con el rostro pálido, los hombros tensos, la mano protectora sobre el vientre.
Así que esta es. —pensó la sirvienta de Libeyka.
Se acercó unos pasos más, con la excusa de acomodar una bandeja.
—¿Desea algo más, señora? —preguntó con voz dócil.
Lyra se sobresaltó.
—No, gracias.
La sirvienta inclinó la cabeza, pero no se retiró de inmediato. Observó cada detalle: el modo en que Lyra respiraba, la forma en que sus dedos temblaban apenas, la manera en que miraba la habitación como si pudiera desaparecer en cualquier momento.
No parece peligrosa, pensó.
No parece ambiciosa.
Y eso la inquietó más.
—¿Es su primera noche en el palacio? —preguntó con aparente inocencia.
Lyra dudó, pero respondió.
—Sí.
—Debe ser abrumador —comentó la mujer, con una sonrisa leve—. Este lugar no es fácil para quienes vienen de fuera.
Lyra sintió un nudo en el pecho.
—No creo que llegue a acostumbrarme —admitió.
La sirvienta asintió lentamente, como quien confirma algo que ya sabía.
—El palacio siempre pone a prueba a quienes entran en él. Algunas han huido.
—¿Huido?
—Sí.
—¿Se puede huir de este palacio?
—Eh, solo me contaron eso.
Dio un paso atrás.
—Descansaré cerca por si necesita algo.
Y salió.
Lyra quedó sola otra vez.
Pero el silencio ya no era el mismo.
En el pasillo, la sirvienta caminó con rapidez contenida hasta perderse entre los corredores. Su expresión había cambiado; ya no era sumisa.
Era calculadora.
—No es una loba arrogante —murmuró para sí—. Es frágil.
Mientras tanto, en los aposentos reales, Lyra se recostó con cuidado sobre la cama que no sentía suya, abrazando su vientre, luchando contra una sensación que no lograba nombrar.
No sabía nada de las intrigas del harén ni de los celos que Libeyka estaba alimentando.
Editado: 21.12.2025