Kael cruzó el umbral del harén sin anunciarse y se dirigió al aposento de Libeyka.
El murmullo de risas y voces femeninas se apagó apenas su presencia llenó el aposento. Libeyka estaba recostada entre cojines, acompañada por dos concubinas y una sirvienta que le acomodaba el cabello. Al verlo, su rostro se iluminó de inmediato.
Todas se incorporaron e hicieron reverencia.
Libeyka lo miró con una sonrisa suave, segura, esa que tantas veces había usado para envolverlo.
—Majestad. —murmuró, avanzando hacia él.
Extendió la mano y, como siempre, intentó posar la palma sobre su pecho, reclamando un gesto íntimo que durante años había sido permitido.
Pero esta vez no ocurrió.
Kael atrapó su muñeca en el aire.
No fue brusco, pero sí definitivo.
La apartó de su cuerpo como si quemara.
Los ojos de Libeyka se agrandaron. Su sonrisa se apagó lentamente, como una vela sin oxígeno.
—¿Sucede algo, su majestad? —preguntó, forzando la calma.
Kael no respondió de inmediato. Su mirada recorrió el aposento y, con un leve gesto de su rostro, ordenó sin palabras.
Las concubinas y la sirvienta bajaron la cabeza y se retiraron de inmediato. La puerta se cerró tras ellas, dejando un silencio espeso.
Quedaron solos.
Kael avanzó un paso.
—¿Cómo pudiste hacerlo? —su voz era ronca, cargada de algo más que ira.
Libeyka frunció el ceño, fingiendo desconcierto.
—¿Hacer qué? No entiendo de qué hablas…
—Sabes perfectamente de qué hablo —gruñó—. Intentaste matar a mi cachorro.
El color abandonó su rostro.
—¡No! —exclamó—. No es verdad, te lo juro por la luna os…
—No jures nada —la interrumpió con frialdad—. Recoge tus cosas.
El mundo de Libeyka se resquebrajó.
—¿Qué?
—Lo que escuchaste.
—Alfa, no —su voz tembló—. No puedes echarme del palacio. ¿A dónde se supone que vaya?
—Puedes regresar a tu manada. Con tu familia.
Sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Ustedes son mi familia —sollozó—. Tú, tu madre… tu hermana.
Kael no se inmutó.
—No hice nada contra tu cachorro —insistió ella—. Esa mujer era una usurpadora.
El Alfa dio un paso más, su presencia aplastante.
—Agradece que lo era —dijo con voz baja y peligrosa—. Porque si hubieras provocado la pérdida del hijo de la verdadera Vientre de Luna, no te estaría expulsando, te habría mandado a decapitar.
Las piernas de Libeyka cedieron.
Cayó de rodillas, el llanto rompiendo toda dignidad.
—Alfa, por favor —suplicó—. Yo solo obedecí a la reina. Si la desobedecía, me habría condenado. No puedes cargarme con toda la culpa. He sido tu concubina fiel. Siempre he estado para ti.
Kael la observó en silencio durante varios segundos.
Su expresión no cambió.
No hubo consuelo. No hubo piedad.
Luego, sin decir una sola palabra más, le dio la espalda y salió del aposento.
La puerta se cerró.
Libeyka quedó sola, temblando, con el eco de sus sollozos rebotando en las paredes.
Se llevó una mano al pecho, respirando con dificultad.
—Tengo que buscar a la reina. —susurró, aterrada.
Y se levantó de golpe y salió del aposento.
***
El despacho del Alfa estaba en silencio, apenas interrumpido por el roce de los documentos bajo los dedos de Kael.
El golpe seco de la puerta rompiéndose sin aviso lo hizo alzar la mirada.
—¿Desde cuándo se entra así al despacho del Alfa? —gruñó, sin levantarse.
La mujer que avanzó no se detuvo ni un segundo.
Alta, elegante, envuelta en telas oscuras con bordados lunares, la madre de Kael caminó con la seguridad de quien había gobernado antes que él. Sus ojos plateados, idénticos a los de su hijo, ardían de disgusto.
—Desde que mi hijo está cometiendo errores que ponen en ridículo y en peligro a esta casa —respondió con frialdad.
Kael se puso de pie lentamente.
—Elige bien tus palabras madre.
Ella soltó una risa corta, incrédula.
—¿Asignar aposentos reales a una humana? —lo miró de arriba abajo—. Ni siquiera es una concubina. No ha sido presentada al harén. No ha pasado por ningún ritual. Y aun así duerme en el ala de la familia real.
Kael apretó la mandíbula.
—Es la Vientre de Luna.
—Es humana —replicó ella con dureza—. Y eso no la convierte en reina, ni en Luna, ni en nada que merezca ese lugar.
El aire entre ambos se tensó.
—No te metas en mis decisiones —dijo Kael, con la voz baja, peligrosa—. Yo soy el Alfa.
Ella dio un paso más, sin miedo.
—Y yo soy la reina madre. Mi deber es recordarte las reglas que sostienen este reino. —Alzó el mentón—. El harén existe por una razón. Esa mujer debe dormir donde le corresponde: con las sirvientas y las concubinas comunes, no en los aposentos reales.
Kael golpeó el escritorio con la palma de la mano.
—¡No! —rugió—. No la voy a exponer a ese lugar.
—¿Ya olvidaste lo que pasó la última vez que rompiste las tradiciones por una mujer?
El comentario fue un golpe silencioso.
Kael respiró hondo, conteniendo al lobo que empujaba bajo su piel.
—No uses el pasado para manipularme.
—Uso la historia para advertirte. El harén no aceptará esto, el consejo de ministros menos.
Kael la miró fijamente, sin retroceder.
—Que no lo acepten.
Ella frunció el ceño.
—Estás creando un conflicto innecesario.
—El conflicto ya existe —respondió él—. Y no voy a sacrificar a la madre de mi hijo para mantener la comodidad de nadie.
El silencio cayó como una sentencia.
La reina madre lo observó por largos segundos, evaluándolo y por primera vez, percibió algo distinto en su hijo.
No solo determinación.
Protección.
—No es una concubina —continuó ella, afilada—. No pertenece al linaje. Esa mujer tiene que ir al harén.
—¿Para qué? —replicó Kael con dureza—. ¿Para que le hagas lo mismo que le hiciste a la falsa Vientre de Luna?
El rostro de la reina se tensó apenas un segundo.
—Esa impostora recibió lo que merecía.
Los ojos de Kael se oscurecieron.
—Si ese hubiera sido mi hijo, jamás te lo habría perdonado, madre. Ni a ti, ni a Libeyka.
El nombre cayó como una losa.
—Libeyka es inocente —dijo la reina con frialdad—. Yo ordené que esa mujer limpiara el harén como cualquier otra de bajo rango. Nada más.
—Esa no es la información que recibí, Libeyka sobrepasó los límites.
—No la echarás del harén —respondió ella sin elevar la voz—. No olvides lo que representa.
Kael la miró fijamente.
—No volveré a verla —gruñó Kael—. Libeyka no pisará más mi camino.
La reina sostuvo su mirada, imperturbable.
—No puedes echarla del harén, Libeyka forma parte del tratado de paz con el Rey Oscuro. Su presencia aquí no es un capricho, es un equilibrio. Si la humillas, si la apartas, rompes algo mucho más grande que tus emociones… eso puede desatar una terrible batalla.
El silencio se extendió entre ambos.
Kael apretó la mandíbula.
—¿Y pretendes que sacrifique a la madre de mi hijo por un tratado?
—Pretendo que recuerdes quién eres —replicó ella—. Y que el linaje no se mezcla con humanos.
Kael avanzó un paso, su aura de Alfa llenando el despacho.
—Lyra no es una humana como todos creen.
La reina frunció el ceño, incrédula.
—¿Qué quieres decir?
—Vi su lobo. Lyra es mi mate.
El silencio cayó pesado.
Por primera vez, la reina no respondió de inmediato.
—¿Estás seguro de lo que dices?
—Lo estoy.
La reina lo observó con atención, evaluándolo, no como madre, sino como soberana.
—Si fuera verdad, jamás habría pasado desapercibida, ninguna loba permanece oculta sin razón.
Kael se giró hacia la ventana, dando por terminada la discusión.
—Lyra se quedará en los aposentos reales —sentenció—. Y quien tenga un problema con eso, lo tendrá conmigo.
—No te he dado mi aprobación —replicó ella con frialdad.
Kael no se volvió.
—No la necesito. Sé quién es ella.
La reina apretó los labios.
—¿Por qué entonces todos creen que es humana?
—Lyra no sabe quién es en realidad, quizás hay un hechizo. Nunca se ha transformado. Y le enseñaron a temer a los lobos.
—¿Un hechizo? —sus ojos se afilaron—. Entonces no es una loba común.
—Tiene un lobo blanco —añadió Kael—. Y la diosa creó el vínculo entre nosotros.
Eso la inquietó de verdad.
—Ese designio no me gusta —admitió—. Cuando la Luna interviene de ese modo, siempre hay consecuencias.
—Ya no debes preocuparte, es una mujer lobo, nuestro linaje no se debilitará.
—Ahora me preocupa más —corrigió ella—. Una loba que desconoce su naturaleza es inestable y peligrosa para el linaje. No sabemos qué oculta.
Kael giró hacia ella.
—Todo eso lo averiguaré yo. Lyra se quedará a mi lado.
La reina suspiró con pesadez.
—Si el Consejo descubre esto, exigirán un matrimonio inmediato.
Kael arqueó una ceja.
—¿Ahora quieres que me case con ella?
—Quiero evitar un escándalo —respondió con frialdad—. Me conformo con que sea loba… por ahora. Aunque es urgente describir de dónde viene y cuál es su secreto.
—Lo averiguaré.
—Llamaré al mago real.
—Aún no —ordenó Kael—. Primero sabremos quién la ocultó.
La reina lo estudió unos segundos más.
—Está bien. Pero no te equivoques. si Lyra resulta una amenaza para la manada, yo misma exigiré que sea apartada… sea tu mate o no.
Kael no respondió.
—Y no olvides —añadió ella antes de irse—, no puedes expulsar a Libeyka. El Rey Oscuro podría interpretarlo como una afrenta.
—Ella cometió un delito contra mi heredero.
—No era la Vientre de Luna —replicó—. Castígala si deseas… pero no rompas el tratado. Sabes cuánto le costó a tu padre contener a ese rey.
La reina salió, dejándolo con una certeza peligrosa:
Lyra ya estaba en el centro de una guerra que aún no entendía.
***
La mañana entraba pálida por los ventanales cuando una de las sirvientas llamó a la puerta.
—Mi señora —dijo con una leve inclinación—, el Alfa desea verla en la galería. Quiere mostrarle personalmente algunas instalaciones del palacio.
Lyra dudó apenas un segundo. No era una orden. Eso ya era extraño.
Asintió.
La galería estaba bañada por la luz temprana cuando llegó. Kael la esperaba de pie, con las manos cruzadas a la espalda, observando los jardines aún cubiertos de rocío. Al escuchar sus pasos, se volvió.
—Buenos días, Lyra. ¿Descansaste bien?
Ella sostuvo su mirada.
—Sí, bastante bien.
No era cierto. Apenas había dormido, pero no estaba lista para confesarlo. Kael no la presionó. Solo asintió, como si entendiera más de lo que ella decía.
—Necesito mostrarte algo —continuó—. Eres arquitecta, y quiero comenzar un proyecto de jardinería en los jardines reales. Los diseños que me han presentado hasta ahora no me han convencido del todo.
—Puedo observarlos, claro, pero mi especialidad es el diseño de edificios, no…
—Yo tampoco sé diseñar jardines —la interrumpió, con una honestidad inesperada—. Pero dirijo a quienes sí saben y no los dejo en paz hasta que logran plasmar lo que tengo en mente.
Por primera vez desde que había llegado al palacio, Lyra sonrió. No fue amplia, ni confiada, fue tímida.
—Por supuesto —dijo—. Eres el Alfa.
Kael negó despacio.
—Y tú eres la madre del príncipe. Todos escucharán tu opinión.
Lyra sostuvo la sonrisa, no pudo evitar sentir entusiasmo.
—Entonces quiero ver ese proyecto —respondió—. La verdad es que, si puedo supervisarlo, lo haré con gusto. No me imagino pasar encerrada en una habitación todo mi embarazo.
—Vamos —dijo, ofreciéndole el paso.
Y caminaron juntos por la galería hasta una terraza elevada, abierta al aire frío de la mañana. Desde allí, Lyra vio las montañas que rodeaban el palacio, enormes, antiguas, como si custodiaran secretos que nadie se atrevía a nombrar.
—¿Aquí? —preguntó, mirando el espacio vacío—. Pensé que los jardines reales estarían más cerca del ala principal.
Kael no respondió de inmediato. Se acercó a la baranda de piedra y apoyó las manos sobre ella.
—Eso es lo que todos creen.
Lyra siguió su mirada. Entre las montañas, apenas visible desde allí, se abría un valle oculto. La luz descendía de forma distinta en ese lugar: más suave, casi plateada, como si el sol se filtrara con cuidado, temeroso de profanar algo sagrado.
—Detrás de la montaña —continuó Kael— existe un jardín antiguo. No pertenece al palacio; el palacio se construyó alrededor de él.
Lyra frunció ligeramente el ceño.
—¿Por qué nadie habla de eso?
—Porque no cualquiera puede verlo. Solo la familia real.
Ella guardó silencio unos segundos.
—Entonces… es un privilegio ver esos jardines.
Kael negó despacio, sin apartar la vista del valle.
—Aún no lo entiendes.
—¿Entender qué?
Él giró hacia ella, y por primera vez su expresión dejó de ser la del Alfa que gobierna.
—Nuestro primer encuentro fue en un jardín —dijo con voz baja—. La diosa nos unió, tú lo sabes, viste la luz del vínculo. No fue casualidad.
Lyra bajó la mirada. El aire entre ambos se volvió denso.
Kael dio un paso más, lo suficiente para invadir su espacio sin tocarla. Luego tomó su mano. No con brusquedad, sino con una firmeza que no admitía dudas. La alzó apenas, obligándola a levantar el rostro.
—Estamos unidos —dijo en voz baja—. Mi instinto quiere reclamarte, quiero llevarte a mi aposento.
Su pulgar rozó lentamente la piel de su muñeca. Un gesto mínimo, pero devastador.
—Pero voy a contener mi deseo hasta que tú decidas estar conmigo.
Lyra sostuvo su mirada. El peso de sus palabras le oprimía el pecho. Su cuerpo reaccionó antes que su mente: un estremecimiento lento, profundo, que no supo ocultar.
Había algo peligroso en él.
Algo que la atraía como un imán poderoso.
Si Kael la reclamaba en ese momento, quizás no habría marcha atrás, ella iba a sucumbir a sus deseos.
Pero él decidió no seguir.
—Si no quieres venir conmigo a esos jardines, no pienso obligarte. Pero necesito que me digas que sí… que quieres ir.
El corazón de Lyra se aceleró. El contacto la estremeció, no por dominio, sino por la forma en que él esperaba su respuesta.
—Ya dije que aceptaba supervisar el proyecto —respondió, con la voz un poco más baja.
Esta vez no retiró la mano. Y Kael no intentó soltarla.
Un sonido metálico cortó el aire.
Lyra se sobresaltó.
—¿Qué es eso?
Desde detrás de la montaña, el helicóptero emergió como algo irreal, rompiendo la quietud del cielo. Descendió con suavidad sobre la terraza, levantando el borde de su vestido y desordenando su cabello.
Lyra dio un paso atrás, nerviosa.
—Pensé que solo veríamos planos.
—Los verás —dijo Kael—. Pero primero quiero que conozcas el lugar para el que serán creados.
Le extendió la mano.
Por un instante, Lyra dudó.
Ella no pertenecía a ese mundo.
No a helicópteros privados.
No a jardines ocultos.
No a decisiones tomadas por encima de montañas.
Pero Kael no la apuró. No tiró de ella. Solo esperó.
Lyra apoyó su mano en la suya.
Su palma era firme. Cálida. Segura.
—Estoy contigo —murmuró él, mientras la ayudaba a subir.
Cuando el helicóptero se elevó, Lyra miró por última vez el palacio, cada vez más pequeño.
Luego, la nave se dirigió hacia la montaña
y ella supo que nada volvería a ser igual.
Editado: 21.12.2025