La madre de mi cachorro es una... ¿humana?

39 Entre las nubes

El helicóptero comenzó a descender lentamente, y el sonido de las aspas se volvió más grave, como si el aire mismo se volviera más denso a su alrededor.
Lyra apoyó una mano en el vidrio, incapaz de apartar la mirada.
Las nubes los envolvieron primero como un manto blanco, espeso, silencioso. Durante unos segundos no pudo ver nada más que luz difusa y bruma, y una extraña sensación de aislamiento se apoderó de ella, como si el mundo que conocía hubiera quedado muy abajo… demasiado lejos.
Luego, el velo se abrió.
—Qué lugar tan hermoso —susurró sin darse cuenta.
Ante sus ojos apareció la montaña.
No era solo alta. Era inmensa. Tan elevada que parecía una isla suspendida en el cielo, separada del resto del mundo por capas de nubes que flotaban a su alrededor como un océano blanco. Sus laderas descendían en terrazas naturales cubiertas de una vegetación exuberante, verde intenso, viva, imposible.
Cascadas cristalinas caían desde distintos niveles de la montaña, largas y elegantes, deslizándose por la roca como hilos de plata líquida. El agua se perdía entre la bruma antes de llegar al fondo, como si nunca tocara tierra.
Lyra sintió que se le encogía el pecho.
Nunca había visto un lugar así.
No parecía real.
El helicóptero giró suavemente, revelando más del paisaje: senderos de piedra clara serpenteaban entre jardines amplios, y al centro, integrado a la montaña misma, se alzaba un conjunto de edificaciones de tonos claros, casi blancos, con terrazas abiertas y columnas que parecían talladas directamente de la roca.
No era un palacio ostentoso, era armonioso.
Como si hubiera nacido allí.
Kael permanecía sentado frente a ella, observando su reacción con atención contenida, como si ese momento fuera importante para él.
Lyra no lo notó.
Estaba demasiado absorta.
Desde esa altura, el mundo parecía pequeño. Lejano. Irrelevante. La ciudad, las calles, los edificios… todo había quedado atrás, reducido a un recuerdo difuso bajo las nubes.
Por primera vez desde que había sido llevada al palacio, no sintió miedo, está vez sintió calma.
Una paz extraña, profunda, como si el aire mismo fuera distinto allí arriba, más limpio, más liviano. Como si respirar fuera más fácil.
El helicóptero comenzó a descender hacia una de las plataformas de piedra, amplia y perfectamente integrada al paisaje. La vegetación rodeaba el lugar, suave, ordenada, casi cuidadosamente dispuesta, aunque Lyra no habría sabido explicar por qué le daba esa impresión.
—¿Está aquí? —preguntó Lyra.
—Si, aquí está uno de los lugares más antiguos del territorio —respondió Kael con voz neutra—. No todos lo conocen.
Lyra asintió despacio.
Había algo en ese sitio que la hacía sentir pequeña, pero no insignificante.
Importante, de una forma que no entendía.
El helicóptero tocó tierra con suavidad. El viento levantó apenas el borde de su vestido, y el aire frío de la montaña rozó su piel cuando la puerta se abrió.
Lyra se levantó con cuidado. Antes de bajar, miró una vez más el paisaje.
Las cascadas. Las nubes. La montaña flotando sobre el mundo.
No sabía por qué, pero una certeza silenciosa se instaló en su pecho:
Nada en su vida volvería a ser igual después de ese lugar. Y aun así, en ese instante, Lyra no imaginaba que aquella belleza no era solo natural.
Aún no sabía que estaba entrando en un sitio que no pertenecía del todo al mundo humano.
El suelo bajo sus pies era de piedra clara, lisa y tibia a pesar del aire frío de la montaña. El viento llevaba un murmullo constante, suave, como un susurro antiguo que parecía venir de todas partes y de ninguna.
Kael avanzó unos pasos delante de ella.
—Ven —dijo simplemente.
Lyra lo siguió.
El sendero los condujo hacia una cascada monumental, más grande de lo que había percibido desde el aire. El agua caía con fuerza, pero no hacía ruido violento; al contrario, producía un sonido envolvente, profundo, casi hipnótico. La cortina de agua descendía desde una grieta alta de la montaña, formando una pared líquida que brillaba con destellos plateados bajo la luz.
—¿Vamos por ahí? —preguntó Lyra, incrédula.
Kael asintió.
Cuando se acercaron, Lyra descubrió que la cascada no tocaba la roca por completo. Había un paso oculto detrás de ella, un corredor natural que la bruma disimulaba por completo desde el exterior.
El aire cambió al cruzar.
Fue inmediato.
La humedad desapareció, el frío se suavizó, y una sensación cálida recorrió la piel de Lyra como una caricia invisible. Dio un paso más y se detuvo en seco.
Ante sus ojos se abrió un espacio imposible.
Un puente de oro antiguo y piedra blanca se extendía frente a ellos, elegante, curvado con delicadeza, como si hubiera sido diseñado más por arte que por ingeniería. El oro no brillaba de forma ostentosa; tenía un resplandor suave, antiguo, casi lunar. La piedra era clara, vetada con líneas plateadas que parecían absorber la luz en lugar de reflejarla.
Debajo del puente corría un río de agua absolutamente cristalina, tan transparente que Lyra podía ver cada piedra del fondo, redondeada y luminosa, como si el agua las hubiera pulido durante siglos. El río no corría con violencia; avanzaba con una calma solemne, como si conociera su propio valor.
Lyra avanzó despacio, cruzando el puente.
Cada paso resonaba con un eco suave, armónico, como si el lugar respondiera a su presencia.
Al otro lado, el Palacio Lunar emergíó ante ella con una majestuosidad que le robó el aliento.
No era un edificio común.
Se alzaba integrado a la montaña, construido en terrazas amplias, con columnas blancas que parecían esculpidas por la luz misma. Cúpulas suaves, arcos abiertos, balcones suspendidos entre jardines elevados. Todo el conjunto parecía respirar junto con la montaña, como si el palacio fuera una extensión viva de ella.
Los jardines lo rodeaban por completo. No eran jardines ordenados como los del palacio principal.
Eran antiguos.
Senderos de piedra serpenteaban entre árboles de hojas plateadas y verdes profundos, flores de colores imposibles —azules intensos, violetas iridiscentes, blancos que parecían emitir luz propia—. Pequeñas fuentes surgían directamente de la roca, alimentando estanques circulares donde el agua permanecía inmóvil, reflejando el cielo como espejos perfectos.
Lyra giró lentamente sobre sí misma, incapaz de asimilarlo todo.
—¡Esto… esto no puede ser real!
Kael sonrió con satisfacción.
—Este lugar existe desde antes de que el palacio fuera construido —dijo al fin—. Antes incluso de que hubiera registros escritos.
Lyra dio unos pasos más, sintiendo algo extraño en el pecho. Era una sensación de reconocimiento, tan sutil que la desconcertó.
Como si ese lugar la estuviera mirando de vuelta.
—Es hermoso, pero también… —se llevó una mano al pecho—. No sé cómo explicarlo.
Kael se acercó a ella, quedándose a una distancia respetuosa.
—No intentes entenderlo —dijo con voz baja—. Solo observalo.
Lyra alzó la vista hacia el palacio, hacia las montañas que lo custodiaban, hacia el cielo que parecía más cercano allí arriba.
Sin saberlo, había cruzado un umbral, no solo físico. Y aunque todavía no lo comprendía, ese jardín místico y antiguo no era un lugar cualquiera, era un lugar que reconocía a los suyos.
El Palacio Lunar ya la había aceptado.
***
El sendero se abría ante ellos como si hubiera estado esperando su llegada.
No era un camino trazado con intención humana: las losas de piedra blanca parecían surgir de la montaña misma, cubiertas por vetas doradas que brillaban con luz propia. A cada paso.
El Jardín Lunar se extendía hasta donde alcanzaba la vista.
Terrazas naturales descendían en niveles suaves, cubiertas de vegetación luminosa: flores de pétalos iridiscentes, árboles de troncos plateados cuyas hojas tintineaban al rozarse, y enredaderas que parecían respirar con lentitud. Cascadas nacían de la roca y caían en hilos cristalinos, formando ríos que serpenteaban entre puentes de piedra antigua.
Lyra se detuvo sin darse cuenta.
—Es… —tragó saliva—. Es imposible.
Kael no respondió de inmediato. Caminaba a su lado, con paso firme, atento a cada uno de sus movimientos, como si el jardín entero fuera secundario frente a ella.
—Este lugar es más antiguo que mi linaje.
Lyra giró hacia él, sorprendida.
—¿Por qué nadie habla de esto?
—Porque no cualquiera puede venir —respondió—. Ni siquiera muchos lobos lo conocen.
Ella volvió la vista al paisaje. El sol se filtraba entre nubes bajas, creando reflejos plateados sobre el agua. Todo parecía suspendido entre el cielo y la tierra.
—Entonces, ¿por qué me trajiste aquí?
Kael se detuvo.
—Porque no quería que pensaras que el palacio es solo poder, reglas o jaulas —dijo con voz baja—. Esto también es mi mundo… quiero que lo conozcas.
Lyra sintió algo extraño en el pecho, era una fuerte sensación de reconocimiento.
Caminaron unos minutos más en silencio.
El jardín era inmenso, pero no abrumador. Al contrario: había algo en él que invitaba a quedarse, a respirar, a bajar la guardia. Lyra apoyó una mano en su vientre de forma inconsciente.
Kael lo notó.
Reduciendo el paso, dijo:
—Si te cansas, podemos detenernos.
Ella negó con la cabeza, aunque su respiración se había vuelto un poco más lenta.
—Solo dame un segundo.
Se sentó en una roca amplia, cubierta por musgo luminoso. Kael, sin decir nada, se quitó el abrigo y lo extendió con cuidado antes de que ella apoyara el cuerpo por completo. El gesto fue simple y silencioso.
Eso fue lo que más la desarmó.
—No tienes que hacer eso —murmuró.
—Quiero hacerlo —respondió él.
Se quedaron así unos instantes. El murmullo del agua, el susurro del viento entre los árboles antiguos.
Lyra rompió el silencio:
—No entiendo por qué confías en mí… para el proyecto de tus jardines.
Kael la miró y dijo:
—Porque este lugar, debe ser respetado, no gobernado; necesita recuperar el equilibrio, sé que tú lo vas a entender.
Ella bajó la mirada.
—Mis padres decían que los lobos solo sabían conquistar.
Kael no se ofendió. Asintió despacio.
—Muchos lo hacen.
Se inclinó apenas hacia adelante, apoyando los antebrazos en las rodillas.
—Pero gobernar no es someter.
—Es escuchar, incluso cuando duele.
Lyra levantó la vista. Sus miradas se encontraron.
El aire entre ellos se tensó, suave, invisible.
Por un segundo, ella sintió el impulso de acercarse.
Por un segundo, Kael sintió el deseo de tomarla entre sus brazos.
Pero ninguno lo hizo.
—Gracias por traerme —miró alrededor—. No creo que olvide este lugar jamás.
Kael se puso de pie y le tendió la mano.
—Entonces vamos —dijo—. Aún no has visto todo.
Ella aceptó su mano.
Y no la soltó de inmediato.




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