La explanada central del jardín estaba ocupada por varias figuras.
Tres diseñadores aguardaban con respeto, junto a mesas de piedra donde flotaban planos translúcidos, maquetas vivas y proyecciones mágicas del terreno. Al ver llegar al Alfa, se inclinaron de inmediato.
—Su Majestad —saludaron al unísono.
Kael asintió apenas.
—Muéstrenlo.
Los diseños se activaron. Jardines geométricos, fuentes monumentales, terrazas talladas con precisión casi obsesiva. Todo era hermoso, impecable.
Lyra observó en silencio.
Los diseñadores hablaban con entusiasmo, explicando técnicas, costos, tiempos. Todos miraban a Kael. Esperaban su aprobación.
Él no dijo nada.
Cuando terminaron, el silencio se volvió incómodo.
—¿Y bien, su Majestad? —preguntó uno de ellos, inseguro.
Kael giró lentamente la cabeza, hacia Lyra.
—No me interesa lo que yo piense —dijo con calma—. Quiero saber qué opina la Vientre de Luna.
Los diseñadores se sobresaltaron.
Lyra parpadeó.
—¿Yo?
—Sí —respondió Kael—. Tú.
El corazón le dio un vuelco. Caminó hacia los planos, los observó de cerca. No los tocó al principio.
—No están mal —dijo con honestidad—. Son hermosos.
Los diseñadores se relajaron.
Pero luego ella añadió:
—Pero este lugar no necesita ser moldeado a la fuerza. Los jardines deberían nacer de la montaña, no imponerse sobre ella.
Silencio absoluto.
Kael no apartó la vista de ella.
—Si siguen este diseño —continuó Lyra—, el jardín será perfecto, pero perderá su alma.
Uno de los diseñadores tragó saliva.
—Eso implicaría rehacer todo el concepto…
Kael alzó la mano.
—Entonces se rehace.
Se volvió hacia Lyra.
—¿Eso es lo que deseas?
Ella dudó.
—No creo que deba decidir algo tan importante.
Kael respondió sin vacilar:
—Claro que debes.
Los diseñadores se miraron entre sí. Comprendieron entonces.
No estaban diseñando un jardín para el Alfa, estaban diseñándolo para ella.
—La reunión termina aquí —sentenció Kael—. A partir de ahora, la Vientre de Luna va a dirigir el proyecto, quiero que sigan sus instrucciones y diseñen basados en sus ideas.
Los hombres se inclinaron, desconcertados, y se retiraron.
Lyra lo miró, incrédula.
—No tenías que hacer eso.
Kael la observó con calma.
—Sí tenía.
Ella abrió la boca para protestar… y se detuvo.
Porque por primera vez desde que había llegado a ese mundo, no se sintió prisionera, se sintió elegida… elegida por el Alfa.
—¿Puedo caminar un poco? Quiero conocer más —preguntó, girándose hacia Kael.
No pidió permiso. Preguntó como quien no sabe que ya tiene derecho.
Kael la observó durante un segundo largo.
—Este lugar es tuyo mientras estés aquí —respondió—. No necesitas preguntarme.
Lyra frunció levemente el ceño.
—¿Mío?
—Mientras lo recorras —aclaró—. Mientras lo mires. Mientras lo respires.
Caminaron juntos por un sendero estrecho de piedra blanca, cubierto de musgo suave que no resbalaba. El aire era distinto allí: más puro, más liviano, como si cada inhalación limpiara algo por dentro.
Lyra se detuvo frente a un árbol antiguo, de tronco plateado y hojas iridiscentes.
—Nunca había visto algo así.
Extendió la mano, dudó, pero luego lo tocó.
Las hojas vibraron suavemente, como si respondieran a su contacto.
Lyra retiró la mano de golpe.
—¿Lo viste? —preguntó, nerviosa—. Se movió.
Kael la observaba con una atención absoluta.
—Este jardín responde a quienes reconoce —dijo—. No a cualquiera.
Ella soltó una risa corta, incrédula.
—Debe ser coincidencia.
Kael no respondió.
Continuaron caminando hasta llegar a una pequeña terraza natural desde donde se veía todo el valle. El palacio lunar, al fondo, parecía tallado en luz y piedra viva, como si hubiera crecido allí en lugar de haber sido construido.
Lyra se quedó sin aliento.
—Es demasiado… mágico.
Él se apoyó en la baranda de piedra, a su lado.
—Este lugar no se abre a quien no confía, sabía que te iba a recibir.
Lyra sintió un nudo en el pecho.
—Apenas me conoces.
Kael la miró con una intensidad contenida.
—Te conozco más de lo que crees. —respondió.
El viento movió su cabello.
Se quedaron viendo a los ojos. Por un instante, Lyra sintió el impulso de acercarse un poco más a él. Solo un paso. Solo para sentir el calor de su presencia.
Pero no lo hizo.
—Esto es un privilegio —dijo ella, intentando sonar racional—. Y no sé si lo merezco.
—Los privilegios no siempre se otorgan por mérito —dijo—. A veces se reconocen.
Lyra no respondió.
Miró el paisaje una vez más, sin saber que ese lugar no solo estaba siendo compartido con ella, estaba siendo entregado… a la futura Luna de la manada.
Y mientras ella creía que solo estaba paseando por un jardín antiguo, el palacio lunar ya la había aceptado como parte de su historia.
Sin pedirle permiso.
Sin explicarle nada.
Cómo hacen las cosas cuando están destinadas.
***
El sonido llegó primero como una vibración lejana.
Un zumbido seco, metálico, que no pertenecía al jardín ni a la montaña.
Kael frunció apenas el ceño y llevó la mano al celular que llevaba oculto bajo el abrigo. No apartó la vista de Lyra de inmediato, como si le costara arrancarse de ese instante.
—Alfa —dijo la voz de Raven, firme, urgente—. Necesito hablar contigo. Es importante.
Kael cerró los ojos un segundo.
El lobo dentro de él gruñó, irritado por la interrupción.
—Habla —respondió con voz controlada.
Lyra no escuchó las palabras exactas, pero vio cómo la postura de Kael cambiaba: los hombros se tensaron, la mandíbula se endureció apenas. No era furia, era responsabilidad cayendo sobre él como una armadura.
Editado: 21.12.2025