La maga clandestina

Capítulo 3

Estaba ensimismada en mis pensamientos cuando el suelo bajo mis pies vibró. A continuación escuché un grito desgarrador, transmitía rabia, desesperación. Como si esa persona liberara de ese modo la furia contenida durante mucho tiempo de su interior. Me asusté, no conocía a ningún mago que pudiera hacer vibrar de aquel modo la tierra. Dudé entre si descubrir de quien se trataba o salir huyendo de allí cuanto antes. Entonces escuché lo que me pareció un sollozo y la determinación inundó mi cuerpo. Seguí el sonido y en un claro del bosque me encontré a Arislene arrodillada en el suelo mirando hacia el cielo. El sol bañaba su rostro y a pesar de que la escena era desgarradora, era imposible no ver también la belleza del conjunto. Ella portaba una bello vestido cubierto por una exultante capa. Su hermosa cabellera castaña se desparramaba sobre sus hombros. En ese momento, al encontrarme en el límite del claro mirándola sin que ella fuera consciente, me di cuenta de que estaba inmiscuyéndome en su intimidad. Así que decidí girarme y regresar por el mismo lugar por el que había llegado.

—Missale, ¿eres tú?

La escuché cuando ya había comenzado a andar los primeros pasos de mi retirada. Aquellas palabras hicieron que parara en seco mi avance. No era educado irse sin antes saludarle. A fin de cuentas ya me había visto y sabía de quien me trataba.

—Siento haberle importunado.

No le miré a los ojos, miré en su dirección para pronunciar aquellas palabras centrando mi mirada en su pecho. Ella y yo no éramos amigas. Apenas habíamos intercambiado unas palabras en su presentación de sociedad, debía dirigirme a ella como procedía. Ella acortó la distancia que nos separaba y sorpresivamente me estrechó entre sus brazos. Yo titubee, no sabía si responderle o simplemente quedarme parada. No me esperaba semejante acercamiento por su parte. Tras unos segundos, liberó mi cuerpo y se separó de mi un poco. Su rostro lucía diferente al del día en que la conocí.

—No conozco a nadie que camine por este bosque —dijo aquellas palabras mientras escudriñaba mi rostro—. Yo vengo aquí a desahogarme. ¿Es lo que tú haces?

No sabía como proceder con ella. Me moría de ganas de contestarle como lo haría con una amiga, pero en el fondo sabía que proveníamos de escalas distintas. No podía tomarme ciertos atrevimientos con ella sin riesgo de socavar mi reputación y la de familia. Merecía la pena ser cuidadosa.

—Me gusta venir a este bosque para ensimismarme en mis pensamientos. Es en el único lugar en el que lo consigo. Por unas horas soy yo misma y no lo que se espera de mí.

«Mierda, Missale. ¡Qué estúpida eres! ¿Cómo se te ocurre decir eso?». Percibí que me analizaba meticulosamente, intentando descifrar si estaba siendo sincera.

—Me ocurre lo mismo. No sabes lo agotador que es vivir entre esas cuatro paredes. Estoy rodeada de gente pero siento que no le caigo bien a nadie. Percibo continuamente su odio e animadversión. Los hombres me desprecian por tener un poder vetado para las de mi sexo y las mujeres me detestan por lo mismo. Es realmente agotador.

Me moría de ganas por decirle que yo no la detestaba, que yo la idolatraba y veneraba. Para mi había sido un rayo de luz que había motivado mi determinación a mejorar y desarrollar mi magia. Pero todavía no había reunido la osadía suficiente para compartir mis pensamientos con ella, quería, pero había algo que me lo impedía.

—Los cambios que usted representa son difíciles de asimilar. A fin de cuentas, dinamita los cimientos en los que lleva asentada nuestra sociedad durante generaciones. Pero, realmente, tengo la esperanza de que cambie profundamente nuestra comunidad a algo mejor.

Me atreví a mirarle a los ojos y le sonreí. Ella me devolvió el gesto.

—Eres diferente a las demás. Eso me gusta. Si no te importa, cuando estemos a solas preferiría que me trataras de tú, como una igual. No te dirijas a mi como lo harías con la Arislene que en un hipotético futuro será tu líder. ¿Tenemos trato?

Ella dirigió su mano en mi dirección para que la estrechara en señal de aceptación. Yo no titubee y le respondí con el gesto que esperaba.

—¿Puedo hacerte una pregunta, Missale?

Le respondí simplemente asintiendo con mi cabeza.

—¿Qué es ese secreto tan grande que ocultas que te lleva a venir a perderte a este lugar? Puedes confiármelo.

Parecía sincera con sus palabras. Por un momento quise revelarle lo que ocultaba, por fin podría compartirlo con alguien. Ella era la persona que mejor podría comprenderme y seguro que cuando se lo revelara, no se sorprendería, ni mucho menos me diría que tenía que ocultar esa parte de mi en lo más profundo de mi ser.

—Me niego a seguir el camino que mis padres han decido por mi. No quiero casarme. Quiero ser dueña de mi vida. No ansió, por el momento, formar una familia. Me niego a aceptar que ese sea el único futuro que hay para mi. Quiero desarrollar mi magia.

Ella abrió mucho sus ojos al escucharme pronunciar aquellas últimas palabras.

—¿Tienes magia?

—Sí, pero apenas he podido desarrollarla por los estigmas de esta sociedad. Aparte de mí, eres la única persona que lo sabe. Pero el que vaya a contracorriente, no me hará desistir. Quiero ser maga, mi sexo no me lo debe impedir. Sé que ello me separará de mi familia, pero estoy dispuesta a asumir ese riesgo por conseguir mis objetivos y mi felicidad.

—¿Puedes enseñarme lo que haces?

Asentí con mi cabeza y le mostré lo que sabía hacer. Levanté mis manos, giré mis muñecas y todas las hojas que estaban descansando sobre el suelo comenzaron a levitar. Roté gracilmente mis dedos para que las hojas giraran sobre si mismas. Tras unos segundos, haciéndolas bailar decidí devolverlas a sus posiciones originales.

—Repítelo sin mover tus manos.

—No puedo.

—Claro que sí, yo te ayudaré.

Ella me instruyó como debía de proceder. Debía focalizar mi atención en los objetos y mandar las ordenes con mi pensamiento, no con mis manos. Me costó un poco entender y asimilar el cambio, pero en unos minutos conseguí mover las hojas y hacerlas girar simplemente con el poder de mi mente. Era fascinante. En solo unos minutos había dado un salto de gigante. No podía creer lo que había avanzado en tan poco tiempo.




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